Los mejores años de una vida: Entre la vida y el arte

Lelouch triunfa en la vida, no así en el arte; su triunfo está en la experiencia creativa y humana de llevar un relato a transitar un camino de más de cinco décadas, de poner rostros en la pantalla que se transforman y exponen en su piel el tema central del cine y el de esta película: el pasar del tiempo. 

En 1965 un solitario auto se estaciona frente al océano atlántico, después de haber deambulado durante horas desde Paris hacia la localidad francesa de Deauville. Son las 2 a.m y al interior de este coche se encuentra un director de cine de 28 años en crisis; está intentando distribuir una película que detesta, se trata de su quinto largometraje, titulado (para colmo) Les grand moments. Pocas veces el odio de un director llega al extremo al que se llegó con esta película, pues la única forma de exorcizar ese demonio fue destruyendo los negativos originales del film. Pero eso todavía no ha pasado, esa noche frente al mar a las 2 de la mañana, Claude Lelouch se duerme angustiado, con el alma apaleada. Al llegar la mañana, los rayos de sol despiertan a Lelouch, tras el parabrisas puede ver a una mujer caminar por la playa con su hija y su perro. Ese instante es el punto de partida de un camino que aparentemente llega a su fin con Los mejores años de una vida (2019), agridulce cierre de la particular trilogía de Jean-Louis y Anne, los eternos amantes parisinos que se ganaron la atención del mundo por una temporada del 66’ con Un hombre y una mujer.

Cuando el director francés realizó la primera parte, la “Nouvelle vague” estaba en camino ha desaparecer. Sólo dos años más tarde de que Lelouch se llevara el máximo galardón del festival de Cannes por el retrato de estos amantes heridos por su pasado, un grupo de directores (incluidos Godard, Truffaut y el mismísimo Lelouch) boicotearon y generaron la clausura del festival, en apoyo al levantamiento popular de obreros y estudiantes, hoy recordado como el “Mayo del 68”. Luego de eso, no hubo vuelta atrás. Pero el 66’ fue un año increíble para el movimiento nacido de Cahiers du cinema y las visiones del maestro Bazin: Resnais sacó La guerre est fine, Rivette trabajó con Anna Karina para La religieuse, Truffaut siguió explorando el cine de género con Fahrenheit 451, Varda entrega la bellísima Les créatures, el experimentado e inigualable Melville continua su viaje hacia la melancolía con Le deuxième souffle y Godard empieza a despedirse de su estilo más juvenil con Masculin, Femenin (titulo parecido e infinitamente superior al del film de Lelouch) y Made in USA. Y no sólo para el cine francés fue un gran año, es cosa de ver contra quienes compitió Une hommme et une femme para llevarse el Grand Prix de Cannes, por nombrar algunas: Doctor Zhivago de Lean, Alfie de Lewis, Popioly de Wajda, L’armata Brancaleone de Monicelli, Uccellacci e uccellini de Pasolini y Chimes at Midnight de Welles. Es impresionante que esta pequeña película que tomó un mes de pre-producción, tres semanas de rodaje y tres semanas más para editarse, se alzara ante producciones gigantescas por un lado y por otro, a películas de autor profundas y sardónicas (como es el caso de la de Pasolini y la de Welles). 

Al parecer el público necesitaba esta historia, porque fue un éxito a nivel global; con la aprobación de la academia incluida, Lelouch ganó credibilidad y probó un poco de la miel de la fama que la meca californiana sabe lactar. Y no es de sorprender, pues si bien la forma en que se presenta la historia, con cambios del blanco y negro al color (los cuales son un accidente feliz, pues sólo se hizo porque la película en b&n era más barata), el estilo de cámara que deambula y el montaje que a veces puede recordar al estilo de la “Nouvelle vague”, su fondo está profundamente alineado con la mirada romántica del llamado “Hollywood clásico” y sus patrones. 

Narro aquellos momentos, pues ese amanecer en la playa es donde nace el estilo de Lelouch y el momento en que recibe el Oscar es cuando nace la visión que el mundo cinéfilo tiene sobre él, algo así cómo “el director más comercial de la nueva ola” o, al menos, el más convencional. Ahora, si algo valioso tiene esta trilogía es que, desde la primera entrega, el director tiene la intención de desmarcarse de que lo que estamos viendo es un film, intenta convencernos, una y otra vez, que esto es la vida misma, que esta es una pareja real. Nunca se sabe cómo va a envejecer una película (menos un director), pero para mí está es una que se deteriora con el tiempo, no en cuanto a verla en una época distinta a la de su realización, sino más bien en relación al espectador mismo: verla con 15 años fue increíble para mí, verla con 30 y tantos, no tanto. El pasar de la vida revela lo cliché de algunas secuencias y lo cerca que está de lo que más quiere alejarse: una pareja de película. La magia reside completamente en la interpretación de sus protagonistas y es ahí donde vale la pena ver esta triada. 

Si bien esta tercera parte decide obviar por completo la superior segunda entrega (Un homme et une femme, 20 ans déjà de 1986), la mirada melancólica y retrospectiva inunda todo este capitulo de desenlace. Si analizamos la estructura, es muy clásica: en el primer film se conocen y se enamoran, en el segundo los personajes están en crisis y, en la última entrega, los personajes ya atiborrados de experiencias se entregan al destino que la narrativa ha impuesto cómo norte. El problema que surge ante esta estructura, es que no nace desde el relato una necesidad de continuar la historia, se siente forzado, no hay nada más que nosotros le pidamos a estos personajes después de ese abrazo en la estación de tren, tal cómo no le pedimos nada más a Dustin Hoffman y a Katherine Ross al final de El Graduado (1967) de Nichols. Pasa muy distinto en la trilogía Before de Richard Linklater, porque esas películas terminan con una duda, con un impulso de incertidumbre hacia el futuro, que hace parte al espectador -a través del deseo- de la construcción de un posible desenlace. 

Supuestamente cuando el director propuso a Trintignant y a Aimée hacer la película, ambos respondieron rotundamente que no. Quizás en términos artísticos hubiera sido mejor que Lelouch les hubiera hecho caso, pero, si así fuera, no podríamos ver a este par de actores revivir una química que parece inagotable. Lamentablemente, esta vez eso no logra ser suficiente y el film se ahoga en una autocomplacencia que se ha vuelto una constante en el cine de su autor.

Lelouch dijo en una entrevista hace no mucho que nuestros ojos son las mejores cámaras, nuestros oídos los mejores micrófonos y nuestra cabeza la mejor sala de montaje que existen, así que el acto de hacer cine debería ser una acción natural para el ser humano. Para leer debemos primero entender cómo funcionan los grafemas y sus combinaciones, en cambio, una película se puede hacer sin entender “bien” cómo funciona una cámara, un foco o, incluso, cómo se “debe” dirigir a una actriz o escribir un guión. Para mí, Lelouch triunfa en la vida, no así en el arte; su triunfo está en la experiencia creativa y humana de llevar un relato a transitar un camino de más de cinco décadas, de poner rostros en la pantalla que se transforman y exponen en su piel el tema central del cine y el de esta película: el pasar del tiempo. 

Este último capitulo comienza con una frase de Los Miserables de Victor Hugo, la que versa: “Los mejores años de una vida son los que están por venir”; para Lelouch lo importante es vivir, agotar el ahora y quedarse con las imágenes, para seguir editándolas en nuestra cabeza. Esto me recuerda a una escena de la primera parte, en la que el hombre y la mujer comparten con sus hijos, juntos y revueltos por primera vez, en el éxtasis del enamoramiento Jean-Louis tiene una revelación que decide compartir: “entre el arte y la vida, elijo la vida”. Creo que Lelouch elige lo mismo.

Título original: Les plus belles années d'une vie. Dirección: Claude Lelouch. Guion: Claude Lelouch. Fotografía: Robert Alazraki. Reparto: Jean-Louis Trintignant, Anouk Aimée, Souad Amidou, Antoine Sire, Marianne Denicourt, Monica Belluci, Tess Lauvergne. País: Francia. Año: 2019. Duración: 90 mins.