La verdad: Un fierro caliente

Koreeda es un director que domina el sistema familiar, hay pocos que se mueven tan bien dentro de un comedor como él lo hace, en ese sentido en La Verdad está repitiendo sus obsesiones: las disputas familiares, sus afectos agridulces, alianzas y rupturas. Hay sin embargo cierto cambio, pareciera que al dirigir a dos actrices tan impresionantes no quiere apartar la cámara mucho tiempo de sus rostros y La Verdad termina siendo sobre todo una película de actrices: Catherine Deneuve y Juliette Binoche.

La verdad es un fierro caliente, nadie puede tenerla mucho tiempo, debe ir cambiando de mano o no pertenecer a ninguna. Cuando hablamos de cosas serias con nuestros padres o abuelos siempre nos enteramos de algo nuevo que puede producir un cambio de perspectiva en nuestra propia historia. Si yo tengo la idea fija, anclada en un recuerdo, por ejemplo, que mamá nunca me fue a buscar a la salida del colegio, y luego me dicen, tanto ella como mis abuelos, que lo hizo los tres primeros años de colegio, cada santo día, esa verdad que supuestamente era respaldada por mi memoria, cambia, se altera, y con ese movimiento también remece toda mi historia como sujeto, o por lo menos la pone en entredicho.

De eso, en resumidas líneas, trata la última película de Hirokazu Koreeda, acompañado de dos tremendas actrices como Catherine Deneuve y Juliette Binoche, en los roles principales, y del siempre cumplidor Ethan Hawke como el esposo de Binoche. El personaje de Deneuve, llamado Fabienne (que es su segundo nombre en la vida real) es una actriz de 70 y tantos años que vive en una casa gigante en París y está pronta a publicar un libro de memorias, razón por la cual Lumir, su hija, junto a su marido y su pequeña hija, viajan desde Nueva York a visitarla. 

Tres grandes ficciones cruzadas estructuran la película, por un lado la ficción del libro de memorias, donde Fabienne miente, omite detalles poco felices de su biografía y altera otros, algo que justifica -no arbitrariamente- con que es una actriz y, como sabemos, hay pocos oficios tan cercanos a la mentira. En el momento en que Lumir y su familia llegan a visitar a Fabienne, ella está próxima a comenzar a actuar en una película de un joven director francés (del que se ríe porque mueve todo el tiempo la cámara “¿tan caro saldrá comprar un trípode para dejarla quieta?”). La película es de ciencia ficción y representa un mundo donde existe libre trayecto hacia el espacio. En ella, una madre -protagonizada por una joven actriz que causa celos a Fabienne-, elige debido a una enfermedad degenerativa ir a vivir al espacio -donde supuestamente el tiempo no pasa- y volver cada cinco o diez años a ver a su hija, Amy, a la que vemos como niña, adolescente, adulta y por último vieja, en el rol que le pertenece a nuestra Fabienne. Claramente Koreeda plantea con esta película hipotética una sátira directa a Interstellar (2014) de Nolan, pero esta sátira muchas veces se amplía a la idea de un cine hegemónico que necesita acelerar todo el tiempo (hay un gran gag donde Fabienne acusa al director de estar haciendo publicidad por pedirle que actúe más rápido), giros de trama, gestos repetitivos (como ponerse un mechón de pelo en la cara cada vez que se miente), efectos especiales (Koreeda se encarga de ponernos en escena muchas veces aquellas pantallas verdes en lugar de ventanas). Por último está la ficción de la memoria, la disputa por la verdad familiar e individual de cada sujeto que compone el núcleo. 

No hay en esta película una verdad oficial, tampoco hay, por resultado de lo anterior, afectos válidos y otros penalizados; al contrario, somos partícipes de una disputa con vaivenes permanentes, con bromas insidiosas, comentarios filosos al pasar y reclamos inauditos. Lumir piensa que Fabienne fue una pésima madre, Fabienne piensa que no fue la mejor pero que tampoco estuvo tan mal, y en el amplio rango que hay desde una percepción a la otra están los matices que los otros personajes se encargan de puntualizar, intentando todo el tiempo contener, desde afuera, ese precario sistema entre madre e hija que en un principio no tiene intención alguna de volver a ser. Allí toman importancia Luc, el agente/sirviente de Fabienne; Charlotte, la hija de Lumir a la que le encanta estar con su abuela; Hank, actor de televisión con problemas de alcoholismo que habla poco y nada de francés (curiosamente Ethan Hawke ya había hecho el rol de alguien llamado Hank, fue en Antes que el diablo sepa que estás muerto y, al igual que en esta película, podía ser por momentos bastante inútil); y Manon, la actriz joven que tiene el rol protagónico en la película que actúa Fabienne y que además les recuerda a ambas al fantasma de Sarah, amiga de Fabienne y una especie de madre postiza para Lumir, que al parecer era mejor actriz, tal como parece ser Manon en la película. Esto último puede ser, teniendo en cuenta los distintos guiños biográficos, una alusión a François Dorleac, la hermana de Deneuve, fallecida a los 25 años en un accidente de tránsito cuando era la próxima gran estrella del cine francés, pero quizás el gran gesto biográfico de la película sea que tanto Deneuve como Binoche son hijas de actrices: incluso, lamentablemente, la madre de la primera murió hace pocos días.

Koreeda es un director que domina el sistema familiar, hay pocos que se mueven tan bien dentro de un comedor como él lo hace, en ese sentido en La Verdad está repitiendo sus obsesiones: las disputas familiares, sus afectos agridulces, alianzas y rupturas. Hay sin embargo cierto cambio, pareciera que al dirigir a dos actrices tan impresionantes no quiere apartar la cámara mucho tiempo de sus rostros y La Verdad termina siendo sobre todo una película de actrices, exceptuando algunos planos abiertos, casi siempre con árboles, que buscan marcar cada estación. Esto, a mi parecer, forma parte de una tendencia reciente que observo en aquellos directores que luego de hacer buenas películas -en general con premios rimbombantes incluidos- deciden hacer una película en otro idioma, con actores conocidos, y terminan, ya sea por el cambio de ambiente, lenguaje, cultura, o por el peso de la reputación de aquellos intérpretes, haciendo películas que carecen muchas veces de un relato estético propio por privilegiar lo narrativo, y más aún, lo hablado. Le pasó a Asghar Farhadi con Todos lo saben (2018), a Wong Kar Wai con My blueberry nights (2007), a Bong Joon-ho con Okja (2017), etc. Aunque hay algunas muy buenas excepciones como Copia certificada (2010) y Like someone in love (2012) de Abbas Kiarostami, Synonymes (2019) de Nadav Lapid o la tremenda High Life (2018) de Claire Denis. La Verdad parece situarse en el medio, sin los altibajos de las primeras ni el coraje de las segundas.

Si bien La Verdad pareciera carecer de relato propio por dedicarse todo el tiempo a sus actrices, también tiene algo que defender, una idea de lo que debe ser el cine al menos, donde el cuadro algo pueda respirar, donde la cámara no esté todo el tiempo moviéndose antojadizamente. Hay cierto clasicismo nostálgico en la alusión que hacen Fabienne y Lumir a Hitchcock en una escena, algo que Koreeda luego repite, a su manera, grabando a Deneuve desde atrás, peinada tal como Kim Novak en Vertigo, y ese gesto, en principio un homenaje, pero finalmente una referencia carente de significado, es lo que sitúa a Koreeda en una posición no tan lejana al cine del que se ríe y un poco más lejos del que gusta defender. 

 

Título original: La vérité. Dirección: Hirokazu Koreeda. Guion: Hirokazu Koreeda, Léa Le Dimna. Fotografía: Eric Gautier. Reparto: Catherine Deneuve, Juliette Binoche, Ethan Hawke, Clémentine Grenier, Manon Clavel, Alain Libolt, Christian Crahay, Roger Van Hool, Ludivine Sagnier. País: Francia. Año: 2019. Duración: 106 min.