La última vedette: El presente de la seducción

Maggie Lay es la última vedette del Bim Bam Bum, del fenómeno del espectáculo revisteril que desde los años cincuenta aterrizó en Chile y vivió momentos de gloria hasta “el toque a toque” y los impuestos e imposiciones de la dictadura. Maggie Lay es una vedette propiamente tal, de las que despliegan un show de baile enfundadas en plumas y pueden interpretar alguna canción de Los Ángeles Negros en casi un mismo gesto, en una secuencia continua de planos. De eso hay en La última vedette, del presente de una mujer que supo de fama y belleza y que hoy no las abandona aunque tenga que mantenerse económicamente en un trabajo como conductora de colectivos.

El presente de Maggie Lay persiste en el espectáculo, pero ya no con la fama de antaño. No solo el escenario que le dio origen ya no existe, sino que tampoco su cuerpo es el que la mirada actual demanda. Una de sus principales resistencias radica allí, en su gran capacidad para instalarse como la última de las divas, de las artistas completas que aunque no cumplan con el requisito efímero de la juventud saben de su cuerpo y de seducción.

Maggie Lay es su propio archivo. Salvo por un opening que pareciera traerá imágenes de antaño y un par de fotos de juventud que adornan la casa, que ocasionalmente aparecen como el fondo de algún relato, el documental de Wincy Oyarce utiliza a la protagonista y su presente como vehículo para el recuerdo y el recuento de su vida. Esta es la apuesta narrativa del documental y en dicha apuesta no deja de ser interesante además la coincidencia de su presente como conductora y las escenas que se suceden al interior de su taxi colectivo. “La Maggieta de día” y la “Maggie Lay de noche” son una misma actualidad que se instala entre universos propios de lo masculino, en un abrirse paso, en un conducir la feminidad que desea.  

El lugar de la mujer es sutilmente interrogado en la propuesta de Oyarce. La historia de la protagonista cuestiona el machismo tanto desde su decisión por convertirse en una showoman, como desde una decidida apuesta por enfrentarse a aquellos espacios que los hombres han sitiado para sí mismos: la mirada sobre la vedette y la conducción de taxis. Lo sutil de la interrogación, radica en que igualmente Maggie Lay se ubica en el paradójico lugar de quien ha sido objeto, aunque se muestre sin complejos y en que su personaje fije una posición de empoderamiento.  

“Las mujeres somos siempre frágiles en el amor” es la frase que desencadena más tarde uno de los momentos más dramáticos del documental. Maggie Lay, la mujer-esposa, la amante que pierde a su marido ludópata, machista; un hombre al que amó aunque “no fuera para ella”, como le recalcan la voces de las mujeres de la familia. De su muerte se entera en el extranjero, en gira, pues no era (ni es) una mujer que se mantiene allí donde el mandato de lo privado sobre lo femenino se impone. La protagonista vive el triste sino de la fragilidad femenina en el amor, bajo las luces públicas de los escenarios europeos.

“¿Qué culpa tengo yo de que Pinochet se haya enamorado de mí?”, aparece como otra de las frases duras que nos recuerdan la densidad del personaje y su inscripción también política en la trama social y en la trama del filme, la conciencia de quien se confiesa entre copas y ante la cámara. No es que Maggie Lay se reconozca entre quienes apoyaron la dictadura, sino que más bien reconoce el lugar que en tanto “diva” la llevó incluso a bailar ante el dictador. No había hombre que para entonces no la deseara, ni Pinochet, por cierto, se salvó de aquello.

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Wincy Oyarce pareciera observar con ojo y oído atento las paradojas del personaje. Sin interrogaciones ni interpelaciones más que las que la propia Maggie Lay se hace (y a ratos autoinflinge) en presente. El documental no esconde ni recalca en demasía los nudos críticos, pues desenfunda con honestidad la posición de quien sigue y se maravilla con una mujer real y a la vez de otro planeta, la vedette que circula entre la mirada deslumbrada del público, de dictadores incluso, de artistas, imitadores, transformistas y hasta una fugaz “Hija de perra”, que es traída por el realizador en cita a su propio trabajo anterior, y en testimonio de que al parecer no hay quien no caiga ante la seducción de Maggie Lay.

La pregunta que el tratamiento del documental deja es si acaso seguir y mostrar es suficiente a la hora de abordar un personaje complejo que tiene la gran virtud de saber contarse bien a sí mismo y poner los límites y los énfasis discursivos. Maggie Lay da la posibilidad de pensar el lugar de la vedette, de la mujer (una vez más, pero nunca de más) con historia política reciente incluida, exponiendo los pliegues de una feminidad que bajo la mirada masculina igualmente muestra resistencias. No me opongo a la seducción, pero ¿es suficiente el testimonio para dar cuenta del personaje? ¿Se evidencian las fugas de la feminidad y las oposiciones al machismo solo al declararlas? El testimonio es una clave para la interpretación y la construcción de discursos, pero tal vez, y para el caso, no solo la única.

 

Karen Glavic

Nota comentarista: 6/10

Titulo original: La última vedette. Dirección: Wincy Oyarce. Guión: Wincy Oyarce. Producción: Adriana Silva. Fotografía: Constanza García. Montaje: Monserrat Albarracín, Wincy Oyarce. País: Chile. Año: 2017. Duración: 67 min.