La Tierra y la Sombra (César Augusto Acevedo, 2015)

Muchas veces el cine nos evoca recuerdos, sentimientos y sensaciones que a menudo se encuentran dormidos en la memoria. La tierra y la sombra nos lleva a un lugar perdido en los valles colombianos, y aunque esté ambientada en los lejanos paisajes cafeteros algo de este trabajo me trae a la memoria cierta época de Chile donde la gente abandonó el campo a la búsqueda de nuevas oportunidades en la ciudad; volviendo al filme, alejarse del campo significará prácticamente sobrevivir y no morir en una tierra que parece condenada.

La tierra y la sombra, primer trabajo del director colombiano César Augusto Acevedo, nos sitúa en un pueblo perdido, cuyo único sustento es la explotación de la caña de azúcar. En este escenario una pequeña familia sobrevive a duras penas con lo mínimo cuando una invalidante enfermedad afecta al hijo ya adulto del clan, hecho que obligará a Alfonso, el anciano padre, volver después de 17 años a su hogar para ayudar a los cuidados del moribundo hombre.

Una de las virtudes del trabajo del director caleño es transportarnos a un paraje perdido en el tiempo que ante nuestros ojos va muriendo, deceso que también se extiende a las personas que lo habitan: acá es el joven padre de la familia a quien vemos agonizar sin enterarnos en ningún momento sobre las reales razones de la enfermedad; solo lo podemos inferir por las condiciones que el propio lugar exhibe, donde la quema de los campos hace prácticamente tóxico e  irrespirable el ambiente.

Por momentos la película adopta un ritmo que se hace difícil, quizá por no estar acostumbrados a tener una mirada del campo, no obstante este ritmo se hace absolutamente consecuente, honesto y necesario con lo que se filma, tal como ocurre, por ejemplo, con el trabajo de Alejandro Fernández Almendras Huacho (2009), donde el campo se funde junto con el punto de vista que asume la cámara.

El drama de lo narrado se sitúa en la imposibilidad de escapar a ese destino, con personajes que parecen no tener adonde ir. Tal es el caso de la abuela de la familia cuyo arraigo con el terruño y su hogar parece condenarla a una lenta muerte; entorno de trabajo precario que linda en la explotación, práctica a esta altura ya institucionalizada en nuestra historia latinoamericana, posible de ser encontrada en cualquier país de este lado del mundo.

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Como narración verídica y verosímil, La tierra y la sombra transita por una terrible cotidianidad. Así, presenciamos pasivos a una madre que acompaña la agonía de su hijo sin poder hacer nada, sin tener a quién recurrir por el simple hecho de habitar en un lugar totalmente desolado y abandonado a la suerte de dios, con el único consuelo de estar con él los últimos días de su vida.

Pero pese a lo lúgubre del registro, también hay espacio para la belleza. Memorable y nostálgico resulta el vínculo que establece un abuelo con un nieto que no conoce; relación sutil llena de gestos y de silencio que borra los abismos etarios para transformar al anciano y al muchacho en compañeros de juegos, complicidad que muchos tuvimos con nuestros abuelos, primeros amigos de la vida.

En un doble movimiento, La tierra y la sombra es una oportunidad de acercarnos a un mundo que no conocemos, pero que está en nuestra memoria como país; relato por contraste de un viaje que hicieron muchos de nuestros abuelos para escapar de la pobreza del campo, buscando una oportunidad para su descendencia, algo que ellos solo pudieron soñar o apreciar en ciernes, la película habla por quienes no quisieron abandonar su tierra, dejándonos en su epilogo quizás la mejor síntesis de las desoladoras sensaciones que recorren el filme: una abuela sentada en un banco bajo un árbol, entregada al olvido del tiempo.

 

Nota comentarista 6/10. Título original: La tierra y la sombra. Dirección: César Augusto Acevedo. Guión: César Augusto Acevedo. Fotografía: Mateo Guzmán. Reparto: José Felipe Cárdenas, Haimer Leal, Edison Raigosa, Hilda Ruiz, Marleyda Soto. País: Colombia. Año: 2015. Duración: 97 min.