La salamandra: Un anfibio alienado

La última película de Sebastián Araya Serrano -Azul y Blanco (2004), El lenguaje del tiempo (2012)-, estrenada el pasado 11 de enero en Centro Arte Alameda, indaga en el perfil psicológico de un personaje alienado. La salamandra se presenta como la historia de un hombre que sucumbe ante el delirio de sus deseos no cumplidos. El filme destaca por su propuesta visual, pero falla en la construcción del relato y en el desarrollo de los personajes.

La primera secuencia induce el tono de la película. Nos confronta a la visión amenazante de una gran fábrica que expele humo por montones. Corte. Un hombre solitario de mediana edad yace en un sillón de su departamento. Parece absorto mirando la televisión que transmite imágenes de una salamandra. Pero realmente su visión está perdida en la pantalla mientras la tensión y transpiración de su rostro denotan un estado interior perturbado. El viento mece las cortinas de un departamento demasiado vacío, demasiado blanco, donde la nada es interrumpida por una abundante presencia de botellas de alcohol vacías y frascos, también vacíos.

El filme nos introduce al peculiar mundo de un hombre tímido e inseguro que busca en el trabajo una oportunidad para surgir en la vida. Sin embargo, el entorno laboral al que accede es opresivo. El protagonista, que llega con el máximo entusiasmo posible a ejercer su labor de obrero en la industria, se ve confrontado a un ambiente claustrofóbico y hostil, donde desde su primera incursión percibe cómo sus compañeros están devastados por la realidad y temen una nueva pérdida humana en la empresa: los suicidios son el pan de cada día.

La salamandra tiene un trasfondo sociopolítico al abordar la pérdida de sentido de la sociedad neo-capitalista donde el empleo funciona como un valor en sí mismo, independiente de la desdicha que provoque su pesada rutina en los asalariados. La película hace referencia a una sociedad bajo control, donde nada escapa a la inquisidora mirada de las cámaras de vigilancia ni a la exposición pública de las pantallas.

El protagonista ansía tener una vida socialmente aceptada por lo que niega su pasado, esconde el sufrimiento a su familia y sigue hacia adelante cuidando el trabajo, buscando la estabilidad y anhelando el amor. Se encuentra en esta difícil misión cuando entra de golpe su alter ego en la historia. Este impostor toma su lugar y logra en apariencia el éxito, hasta el momento en que la ausencia de memoria y pasado comienzan a trastornarlo.

La salamandra aparece a lo largo del relato como un símbolo de la dualidad del personaje central. Escuchamos una voz en off proveniente de un televisor que hace explícito el mensaje: La salamandra es una especie de anfibio que posee increíbles facultades ya que tiene hábitos nocturnos, pero también puede verse activa de día. Una interesante dualidad. Pero lo que la hace aún más particular es que es uno de los pocos seres vivos, capaces de alternar su hábitat entre el agua y la tierra”.

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El punto fuerte de la película es su excelente dirección de fotografía donde los tonos verdosos y ocres del interior de la fábrica refuerzan el ambiente de desesperanza que permea toda la cinta. Se pueden establecer ciertas relaciones con Metrópolis (1927) de Fritz Lang en cuanto a la omnipresencia de una industria monumental, donde los trabajadores son hormigas al servicio de las clases dominantes del sistema fabril.

La fotografía, la escenografía, los tránsitos de los personajes por los espacios y la música compuesta por Manuel García son el mayor aporte de una película que cojea en el guión y que no logra desarrollar una historia que mantenga atento al espectador. Se trata de un relato de pretensión metafísica, basado en metáforas y conceptos filosóficos que no arriba bien a puerto. Los personajes son demasiado planos y un poco confusos, parecen estar siempre en estado de crisis, pero no se logra entender muy bien por qué, ni hacia dónde se dirigen. El interés del tono de tensión-desolación propuesto por el filme se agota al poco tiempo. Esperamos que pasen cosas, que hayan ciertos plot point que hagan tomar nuevos rumbos al relato o que muevan a los personajes, pero esto no sucede.

La relación del hombre contemporáneo con la producción y la premisa del trabajo como cárcel son un buen punto de partida para una película que luego se dispersa, que abandona la sensación claustrofóbica del espacio construida al inicio y que solo al final, en sus conclusiones, retoma un poco el rumbo. Es una cinta que se queda de alguna manera estancada en su tratamiento, en la creación de un ambiente, pero que no profundiza en su desarrollo.

 

María José Bello

Nota comentarista: 4/10

Título: La Salamandra. Dirección: Sebastián Araya Serrano. Guión: Sebastián Araya. Fotografía: Philippe Rippes. Montaje: Camilo Campi. Dirección de Arte: Matías O’Donnel. Música: Manuel García. Sonido: Mario Rodríguez. Reparto: Cristián Carvajal, Elvis Fuente, Tamara Acosta, Antonio Ordóñez, María Elena Duvauchelle, Juan Pablo Miranda, Alejandro Trejo, Vanessa Monteiro, Sergio Hernández. Año: 2018. País: Chile-Ecuador. Duración: 118 min.