La mejor oferta (Guiseppe Tornatore, 2013)

El cine de Giuseppe Tornatore es digno de estudio al ser un claro ejemplo de las distancias que existen entre la academia y el público cuando se trata de definir la calidad de una película. Cargando desde sus inicios con el signo de la infamia por gran parte de la crítica, calificado de sentimental y pretencioso, Tornatore ha construido una obra que tiene, no obstante, el beneplácito de un público cautivo que admira su humanismo, su empatía con temas universales y la perfección formal y preciosista de sus películas. Algún día se escribirá cuanto daño han hecho esas incomunicaciones ente la crítica y el público, hecho grave en el marco de un arte que desde sus inicios tuvo una vocación popular y ecuménica.

El tema en cuestión no son los reproches o elogios que puede provocar un director en particular, más bien es si esas críticas son realizadas sin incurrir en juicios a priori o desde el simplismo que enjuicia una película en función de la obra anterior de un autor, violentando la singularidad distintiva que toda película posee. Sin esa orientación es fácil caer en ciertas beaterías cercanas a la pereza intelectual. Allí están los que no aceptan que Scorsese haga malas películas o que elevan a Tarkovsky a la categoría de intocable porque así lo dice la “doxa”. A fin de cuentas, es explorar una mirada más genuina, en donde una película tiene valor según sus propios méritos y deficiencias.  Mientras tanto, y más allá de los esbirros y adversarios de turno, la última película de Tornatore es digna de ver y resume en buena parte las marcas de la casa que lo han hecho un cineasta irregular, pero interesante, y con un abanico amplio de temas y obsesiones.

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La mejor oferta es la historia de Virgil Oldman (Geoffrey Rush, espléndido), un reconocido agente de subastas de obras de arte que, en base a una colusión de remates que realiza en acuerdo con su amigo Billy (Donald Sutherland), ha forjado una gran pinacoteca secreta, reflejo y sublimación de sus obsesiones y privaciones afectivas. Virgil es culto, respetado y admirado, pero forma alrededor de sí una barrera invisible en base a un temperamento severo y distante, hostil a cualquier amistad. Es alguien que eligió el arte como rechazo a la vida. Un día recibe el llamado insistente de Claire (Silvia Hoeks), una misteriosa mujer que ruega su presencia para que realice una tasación de obras de arte heredadas por sus padres. Claire vive refugiada en una habitación debido a una agorafobia que le impide salir y mostrar su rostro a desconocidos. De ahí que gran parte de la película Virgil solo pueda comunicarse con ella mediante el ojo de una cerradura o en  conversaciones en voz alta de una habitación a otra; nunca hallando la opción de un encuentro físico y visual con la enigmática mujer. Lo que viene es la evidente curiosidad de Virgil por saber quien se esconde detrás de esas paredes. Alguien que tal vez vive, al igual que él, los mismos temores y sospechas hacia el mundo exterior.

La película continúa por derroteros que no pueden ser descritos sin caer en la revelación de algunos secretos que alimentan una trama estricta y llena de trucos, fríamente calculada, para converger en un final sorpresivo en donde todas las piezas encajan y nada es lo que aparentaba ser. Aquí La mejor oferta busca, siempre en función de un montaje severo y glacial, transitar hacia una visión auto-reflexiva de los temas que sirven de escenario de la película: el riesgo del arte como expresión de la falsedad y la experiencia amorosa como una posibilidad que se abre tanto a la promesa como a la simulación. Mejor aún, la impostura de creer en el otro debido a la engañosa complejidad de las apariencias. Tornatore busca entregar luces sobre la tensión entre vida y arte, pero el esfuerzo resulta obliterado por la insistencia en plegarse a un relato que busca ser tan autosuficiente, que se condiciona  a ser un relato serio, solemne, en donde los delicados matices que delinea un teatral e imponente Geoffrey Rush están en función de cerrar círculos, atar cabos sueltos, lo que sea con tal de replegarse y presentarse como una historia astuta, inteligente, pero obturada en su propia brillantez.

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Algunos han calificado a La mejor oferta de tener una trama demencial en sus mecanismos rigurosos para alcanzar su perfección. Es verdad. También es cierto que cae con facilidad en la cursilería y en una estética fría y carente de libertad, mostrando personajes obligados a cumplir un programa prefijado por la intriga. Pero no todo es oscuridad. Tornatore se muestra como un director con la capacidad plena de atrapar al espectador y de desarrollar a un personaje que colinda con el arquetipo: alguien que vive una crisis perturbadora que desajusta una conciencia culta y aislada. Es el territorio de Hitchcock y Polanski, por citar a dos cineastas que el director italiano pareciera tener en la mira. Por supuesto que no alcanza esas alturas, pero no deja de ser digno caer en el abismo teniendo como referente a este tipo de maestros. La mejor oferta es, en vista de su porfiada búsqueda de la perfección, una obra que roza las grandes metáforas del ocultamiento del arte y el carácter elusivo del amor, pero se queda en un espléndido ejercicio de estilo. Buena película.

Marco Antonio Allende