La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013)

Para escribir sobre La gran belleza se debe realizar precisamente el mismo procedimiento que la película desarrolla como eje de su conflicto central; esto es, la depuración, la capacidad de transfigurar la fastuosidad y multiplicidad de las imágenes-vivencias en una determinada identidad, una idea núcleo.

 

La última película de Paolo Sorrentino, indiscutida ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera este 2014, trata sobre la vida de Gep Gambardella, un escritor de clase social acomodada, que alarga sus horas divirtiéndose con la nobleza y el círculo intelectual de Roma, mientras se debate entre su sensación de vejez y el impulso vital de iniciar una nueva novela; germen creativo que contiene y demora en búsqueda de lo que él denomina “la gran belleza”.

 

En principio, una de las cosas bastante interesantes de la película es su estructura.  La trama está articulada en torno a Gep y su propio transcurrir en el tiempo,  pero no sólo nos muestra el presente del escritor, sino que también y con igual ahínco, se dedica  a mostrarnos su vida pasada, sus fantasías, sus observaciones (tanto visuales como mentales), y el entorno físico-social que lo permeabiliza y afecta en su propio proceso creativo.

 

Heredera del barroquismo sensorial de Fellini (particularmente deudora  de Fellini 8 ½ tanto en su temática como en su espíritu irónico-compasivo hacia la decadencia de sus personajes) la película reboza de aquella característica sensibilidad italiana por lo múltiple y lo colectivo; constante indiscutible del cine italiano desde ya los tiempos del neorrealismo,  en donde el individuo-protagonista y su configuración identitaria, ya no logran concebirse sin la consciencia de estar delimitadas por la influencia de los otros (sea por aspectos de clase social en el neorrealismo, sea meramente por la confluencia de personajes y vivencias análogas en el cine italiano posterior).

 

Como reflexión aparte, es interesante notar en este sentido, la especificidad del cine italiano en su capacidad de fusionar tan rigurosamente la intimidad del mundo privado y la curiosidad del mundo público. Italia, cuna de la “civitas romana” y de la mafia, gran choque dialéctico entre el sentido social y un apasionante individualismo, que no sólo se conforma con tomarse como centro,  sino que también, como proyección de múltiples mundos posibles (el onirismo, la búsqueda por el pasado, etc.)

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¿Pero qué ocurre en la película? ¿Qué la hace ser tan efectiva dentro de un corpus tan vasto de películas sobre el proceso creativo y sobre la sensación de inminencia con respecto a la muerte?

 

Una de las grandes claves aquí está dada por su propia estética; la misma manera en que la película se desenvuelve armónicamente en locaciones, planos y colores. Muchos críticos han tendido a ver en la película un exceso de preciosismo que yo no comparto demasiado; una suerte de obsesión esteticista que pareciera aplacar el discurso. Quizás desde el plano técnico la película abuse de cierta opulencia en los movimientos de cámara y de ciertos artificios visuales que podríamos considerar hiperbólicos, pero a mi parecer, esta decisión formal está en plena coherencia con la esencia del relato que se cuenta.

 

Nos encontramos ante una película que, al igual que su protagonista, busca y encuentra la belleza en donde quiera que mire.  Esta es finalmente la sensación que me queda de su estilo y a la vez, esta es a mi juicio, la principal justificación narrativa del estancamiento creativo de Gep.  Paradójicamente, el exceso de belleza que se despliega en pantalla, pareciera resultarle tan abrumador a él como a nosotros los espectadores, y es éste exceso de belleza, esta variopinta sumatoria de edificios colosales, personajes excéntricos, cuerpos desnudos y obras de arte,  la que confunde y dilata al escritor en su intento de priorizar el motivo de su próxima obra.

 

Así entendida, la película me funciona como una gran tesis sobre la contención y el estancamiento del artista contemporáneo; estancamiento que le sobreviene justamente por estar inserto dentro de un tiempo de ideas tan múltiples y dispersas como el actual.  Pero la película tiene su respuesta. Ante la búsqueda de “la gran belleza”, suerte de clímax estético ideal, esencia de lo bello, la película contrapone constantemente la presencia de lo bello como un todo continuo y envolvente, un todo que debe ser depurado, seleccionado y apartado de lo demás en orden de tornarse obra.

 

Para explicitar esta tesis, basta señalar el final de la película y prestar atención a la inusual revelación que la santa hace de su dieta. En un momento verdaderamente catártico y de gran extrañeza, la santa le explica a Gep porque su única fuente de alimentación consiste en raíces. Aquí, la palabra raíz pareciera funcionar como una doble metáfora y un juego racional entre dos conceptos distintos: la “raíz” como origen, es decir como pasado vivencial efectivo y la “raíz” como alimento arbitrario en sí mismo, delimitación de dieta que no pareciera tener mayor explicación racional, y que la santa sólo explica de manera escueta y un tanto irrisoria: “Las raíces son importantes”.

 

Ésta mezcla entre lo que se vivencia y la elección arbitraria que se debe realizar a la hora de escoger lo que elevamos a la categoría de lo más bello, pareciera darnos la clave  acerca de lo que la película apunta. Sólo dejando de hacer ciertas cosas, sólo eligiendo retirar su mirada de la, también bella, parafernalia social que le rodea, Gep es capaz de encontrar la belleza que verdaderamente quiere elevar, y que tiene que ver en su caso,  con la historia de su primer amor.

 

 

Rodrigo Delgado