La chispa de la vida: la muerte como espectáculo

Ha pasado el tiempo y la historia de los mineros en San José ya parece olvidada. El show mediático, el simulacro de país tecnológico, la hiperrealidad construida tanto al interior como al exterior de la mina, han quedado atrás. La épica hazaña de los 33 hombres sólo quedó en un archivo mediático al que de vez en cuando es bueno volver para sacarle el jugo. Podría apostar que probablemente ninguno de nosotros es capaz recordar el nombre de algún minero, o quizá de uno, dos, pero no más. Supongo que las cosas tampoco han cambiado mucho, porque hoy las condiciones de cientos de trabajadores siguen siendo igual de malas. De los mineros, entonces, parece que sólo nos queda el recuerdo de un gran espectáculo.

Seguramente, algo de eso también fue lo que pensó Álex de la Iglesia cuando hizo La chispa de la vida (2011), film que cuenta la historia de Roberto (José Mota), un publicista cesante que se está quedando sin dinero para mantener a su familia y que en su juventud inventó el eslogan “la chispa de la vida” para Coca-Cola. A pesar de su fracaso laboral, Roberto tiene una familia cariñosa y Luisa (Salma Hayek), su esposa, lo apoya incondicionalmente.

Una mañana, Roberto va donde sus viejos amigos a pedir trabajo, pero es patéticamente rechazado. Cansado de todo, conduce fuera de la ciudad al viejo hotel donde estuvo de luna de miel con su esposa. No obstante, descubre que el lugar es ahora un museo arqueológico: allí han encontrado las ruinas de un viejo circo romano. Los periodistas y los políticos están cubriendo la noticia, pero Roberto un poco anonadado decide seguir en la búsqueda de la pieza donde estuvo con su esposa. En eso está cuando es sorprendido por un guardia y tiene un accidente en medio de las ruinas, que lo deja postrado en el suelo con una barra en medio de la cabeza.

Roberto no se puede levantar. Llega su familia, la prensa, los políticos, gente normal que le da su apoyo y solidariza con él, la curadora del museo, los bomberos, los doctores, y una serie de agentes sociales que entran a escena movidos por el morbo (salvo su familia) y con la idea de ayudar de alguna manera. Cuando está rodeado de gente Roberto se da cuenta de que su accidente sirve de algo y llama a sus excolegas para decirles que esta es una inmensa oportunidad para ganar dinero.

De esta manera, la historia se articula con la idea del accidente como espectáculo y negocio. La analogía al teatro romano funciona la perfección, en tanto el accidente es el show que el pueblo se reúne a ver. Roberto parece una suerte de gladiador moderno que se debate cada segundo entre la vida y la muerte. Se cuenta que Cicerón solía decir que los gladiadores que intentaban salvar su vida eran peores que aquellos que la despreciaban. Algo similar sucede en el caso de Roberto, que si bien está lejos de querer morir, vale más sin vida. Es el mismo publicista que Roberto contrató el que dice que ya nadie recuerda a los mineros de Chile porque se salvaron. Por lo tanto, el negocio está en que Roberto muera.

Así también, existe en el film una reflexión ética respecto a lo correcto. La película no parece aventurar respuestas (más allá de empatizar con ciertas actitudes) y parte de su virtud reside en que logramos entender a los personajes: Roberto necesita lucrar con el accidente para darle dinero a su familia; Luisa se opone ya que no quiere banalizar la imagen de su esposo; los doctores no se atreven a tomar decisiones por miedo a que Roberto muera; mientras que la curadora del museo no quiere que los bomberos se metan en las ruinas y destruyan el vestigio histórico. De esta forma logramos conocer los motores de los personajes y comprender sus por qué, sin necesidad de tomar bando por alguno.

La imagen de Roberto con la barra en la cabeza se vuelve memorable y parece digna de una tragedia que los medios quisieran cubrir. La situación se anticipa cuando vemos en el currículum de Roberto una fotografía frontal, con los ojos bien abiertos, que vaticina la situación que más tarde vivirá. En esta misma línea la película es interesante porque utiliza casi siempre el mismo espacio narrativo y nos ata a Roberto de la misma manera en que él está atado a la barra.

Sin embargo, el montaje cae en el tedio y la película dilata momentos de manera innecesaria convirtiéndose en un film más largo de lo que debiera ser. El error parece estar en la necesidad de intentar que hacia el clímax nos emocionemos de manera forzosa, cuando esto debiera ocurrir con naturalidad. En este sentido, la emoción en la película no corre tan bien como lo hace el humor negro que constantemente se hace presente. Algo similar ocurre con la banda sonora que no termina de ajustarse al código planteado, ya que cae en un exceso de protagonismo sin justificación alguna (sobre todo en el primer cuarto de la película).

Ahora bien, y más allá de los problemas formales, el film presenta una reflexión que seguramente conocemos de cerca. Pareciera que para Roberto una familia que lo quiere y apoya no es suficiente para ser feliz, porque cuando se es parte de la clase media el nivel de exigencia y necesidades crece de una manera que no se condice con la realidad. Roberto está avergonzado de estar en paro y el nivel de angustia por no retribuir a su familia lo lleva a convertir su accidente en una “oportunidad”.

Así la cobertura del accidente en vivo fácilmente puede ser parte de la cultura pop y la transmisión de los hechos casi un suceso histórico, en el que todos pueden ganar. Por lo mismo, cuando Luisa le pide a una joven periodista que entreviste a Roberto en privado, intentando encontrar nuevamente su humanidad, se propone una oposición tajante a la espectacularización del accidente. Roberto, por su parte, cree que la entrevista es para un gran medio y que con ella ganará mucho dinero. Está tranquilo porque no sabe la verdad y Luisa le da una razón para aferrarse a una vida, o muerte, calma.

Aunque Álex de la Iglesia tiende a caer en excesos, esto no parece lejos de lo que sucede en la película misma, en tanto televisación de la muerte. Pese a sus errores formales y al drama forzado que se propone hacia el final, La chispa de la vida no deja de proponer una reflexión interesante, vigente, y por sobre todo, cercana.

María Luisa Furche Rossé

Nota comentarista: 7/10

Título original: La chispa de la vida. Dirección: Álex de la Iglesia. Guión: Randy Feldman. Fotografía: Kiko de la Rica. Música: Joan Valent. Reparto: José Mota, Salma Hayek, Blanca Portillo, Juan Luis Galiardo, Fernando Tejero, Antonio Garrido, Manuel Tallafé, Santiago Segura, Carolina Bang, Juanjo Puigcorbé, Antonio de la Torre, Joaquín Climent, José Manuel Cervino, Eduardo Casanova, Nerea Camacho, Nacho Vigalondo. País: España. Año: 2011. Duración: 94 min.