La chica sin nombre: La dignidad perdida

Las películas de los hermanos Dardenne tienden a poner su centro en un personaje protagónico al que seguimos durante todo el metraje. El uso de sus reiterados (e imitados) planos secuencia de seguimiento nos hacen presenciar la historia de sus personajes desde una cercanía poco habitual. Sin embargo, como reconocen los propios hermanos, este enfoque personalista de sus relatos es solo una excusa para analizar diversas problemáticas sociales más amplias. La desesperación de sus personajes, casi siempre de clase obrera, y las situaciones a las que se ven forzados buscan, en el fondo, problematizar acerca de toda la sociedad europea.

En La chica sin nombrela doctora Jenny Davin (Adèle Haenel) se prepara para entrar a trabajar en una prestigiosa clínica privada. Una noche en su clínica, ya fuera de su horario de atención, suena el timbre y Jenny decide no atender. A la mañana siguiente la policía le informa que quien tocaba a deshoras era una inmigrante africana hallada muerta a metros del centro médico. Posteriormente seguiremos a la doctora en su intento por descubrir la identidad de la mujer para entregarle un entierro digno.

Los Dardenne avanzan desde el dilema moral colectivo de su película anterior Dos días, una noche (2014) -en donde un grupo de trabajadores decidía entre renovar el contrato de la protagonista o la pérdida de un bono-, hacia un problema ético que el personaje protagónico debe cargar a solas. La rápida decisión de Jenny de no abrir la puerta se podría relacionar con las normativas laborales europeas que garantizan a los empleados el derecho de no trabajar fuera de hora. Si bien ella comprende que no cometió un error en ejercer este derecho, el sentimiento de responsabilidad se vuelve inaguantable. Intentar liberarse de esta culpa a través del ritual del entierro se convertirá en el motor de la investigación de Jenny durante toda la película.

No obstante la película coincide con la mayoría de los aspectos formales a los que los hermanos nos tienen acostumbrados, en esta ocasión la protagonista goza de una cómoda posición social y la presencia del personaje marginado se mantiene mayormente fuera de cuadro (solo la vemos en el fragmento del registro de la cámara de seguridad). Asimismo, la investigación que mantiene Jenny acerca el tono de la película hacia el thriller, mezclando el drama social característico de los belgas con elementos del género policial. Al igual que Marion Cotillard en Dos días, una nochevemos a Adèle Haenel deambular para conversar con distintas personas, pero esta vez la estructura detectivesca del relato le agrega un elemento de tensión a medida que su personaje se encuentra con sujetos que tienen algún tipo de información sobre la desconocida mujer.

Si bien este cruce de géneros es capaz de renovar su estructura característica, también contiene algunas de las debilidades de la película. Algunos de los segmentos más policiales de la obra parecen confiar demasiado en la coincidencia como giro argumental, haciendo uso de algunas soluciones de guión que podrían considerarse tramposas. De igual manera el personaje de Haenel carece de la ambigüedad moral que veíamos en los de obras como Rosetta (1999), y algunas a escenas parecen hechas solo para reafirmar la integridad de su persona, como es el caso de la breve secuencia en que Jenny expulsa de su clínica a una pareja que solicitaba certificados falsos.

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Estos dos factores actúan en desmedro de la fuerza alegórica que plantean los hermanos, haciendo de La chica sin nombre uno de los trabajos menos destacados de su carrera. La sencillez argumental que los caracteriza se entrampa a momentos con la propuesta policíaca. Sin embargo, la película sigue sosteniendo la mayor parte de las bondades de su filmografía. Su impecable uso del plano secuencia, la aparente sencillez de su puesta en escena y un respeto por sus personajes, son elementos que les permite alejarse de los dramas políticos más maniqueos.

La irrupción de la inmigración como fuerza que viene a incomodar la estabilidad de los valores europeos empieza a volverse recurrente en el cine reciente del viejo continente. Las últimas obras de Kaurismäki o el próximo estreno de Haneke son muestra de una preocupación general en torno al tema frente a la reaparición de fuerzas de extrema derecha en Europa. Sin embargo, probablemente sea el recorrido del protagonista de El hijo de Saúl (László Nemes, 2015) el que más similitudes guarda con el de Jenny. Al igual que Saúl en el debut de Nemes, el acto por el que lucha Jenny es un desesperado intento por recuperar la dignidad perdida de un personaje ya muerto. La doctora se ve atormentada en cierta forma por su “buena conciencia”, pero el acto redentor sigue llegando demasiado tarde. Su búsqueda por un entierro para la mujer sirve como símbolo reparador del abandono social de un gran número de inmigrantes en Europa, pero también como un acto algo impotente frente a la catástrofe más amplia. El cine de los Dardenne siempre se ha encargado de devolver la dignidad a sus personajes marginados, pero esta vez parecen abrir una reflexión en torno al significado de estos actos reparadores frente a la crisis de refugiados. Por lo mismo, y a pesar de que La chica sin nombre no sea uno de los títulos más destacables de entre todas sus películas, sigue siendo un estreno imperdible.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: La fille inconnue. Dirección: Jean-Pierre y Luc Dardenne. Guión: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Fotografía: Alain Marcoen. Montaje: Marie-Hélène Dozo. Reparto: Adèle Haenel, Olivier Bonnaud, Jérémie Renier, Louka Minella, Olivier Gourmet. País: Bélgica-Francia. Año: 2016 Duración: 106 min.