Informe V Festival AntofaDocs (1): Viaje por el desierto chileno
Enclavada en pleno desierto, Antofagasta se alza como la ciudad minera por excelencia, distante de la capital por cientos de kilómetros, y que en los últimos años ha experimentado fuertemente el fenómeno de la inmigración, en especial de ciudadanos colombianos, realidad que el Festival Internacional de Cine Antofagasta, en su quinta edición, ha querido colocar en pantalla. Junto con realizar una representativa muestra de las películas chilenas que más han dado que hablar este año, como Rara (Pepa San Martín) o Aquí no ha pasado nada (Alejandro Fernández Almendras), esta nueva versión del encuentro cinematográfico tiene a Colombia como país invitado, estableciendo con este gesto un lazo entre ambas cinematografías, a partir de ciertos temas comunes que logran dialogar entre las distintas películas que conforman tanto la competencia como las categorías restantes. Trazos en común que parecen estar en el aire, ideas sobre las que nadie repara o profundiza, y que se pretenden abordar desde el corazón mismo del festival.
El Cristo Ciego (Christopher Murray) fue la perfecta elección para inaugurar la muestra cinematográfica del festival, y más aún, para poner en contexto el carácter y los énfasis de hacia dónde y cómo se quería volcar la mirada durante gran parte de los días de exhibición. En dicha película, la pretensión de un viaje queda en evidencia cuando el protagonista, una especie de mártir o profeta, recorre el desierto nortino, encontrándose con los lugares más olvidados de Chile. Aquí el tratamiento cumple un rol fundamental para crear un aura que se mezcla con la propia visión de mundo del protagonista, en un peregrinar que se asemeja a los días que paso Jesús en el desierto. Más allá de la historia, lo que me pareció interesante en El Cristo Ciego son las sensaciones que provoca, esa estética que trasunta en una experiencia sensorial, lo cual resulta ser uno de los pilares de la película. Excelente es el trabajo de fotografía que logra darle un cariz distinto al desierto, llevado a cabo con soberbia por Inti Briones, cuyo oficio transforma el paisaje estéril en un útero, en un lugar de protección para los olvidados. Muchas veces el sol del desierto parece filtrarse en la pantalla, reclamando su lugar, su espacio, haciéndose presente en cada paso del protagonista.
Sin Norte (Fernando Lavanderos), que competía en la sección de largometrajes, también establecía vasos comunicantes con el desierto, con el viaje y las múltiples posibilidades de encontrar un destino, pero sus dispositivos de acercamiento son totalmente diferentes. La historia se enmarca en la desaparición de Isabel, chica hermosa y misteriosa, y la persecución de Esteban, su novio, por el norte de Chile. El filme crece y se sostiene a partir de los puntos de vista que construyen el relato de la historia, en complicidad con la forma estética que adopta cada una de estas ópticas. Es así que Isabel, por una parte, graba desde su celular pequeños videos de su viaje a modo de documental en primera persona, proyectando un enfoque totalmente entregado a la libertad que implica incursionar y vagar por el desierto, atravesando la carretera y los innumerables pequeños pueblos en busca experiencias, muchas de las cuales son totalmente verdaderas. Por contraparte, el punto de vista de Esteban se asume como un relato convencional, cercano al road movie, en el cual el protagonista persigue las pistas dejadas por la hermosa chica, como si se tratara de un puzle cuya obsesión por resolver no cesará hasta dar con el paradero de la huidiza novia. En resumen, Sin Norte es la construcción de una dialéctica entre dos puntos de vista, dos diálogos que en algunos momentos se pierden, pero cómo no, si ahí radica su fuerte y su intención de materializar el estado mental de la protagonista, perdida en medio de la nada, como si no quisiera volver o ser encontrada. Sus imágenes, esas que juegan con el falso documental, son las más interesantes e invitan al espectador a sumergirse en el mismo punto de vista del novio, para así encontrar y resolver las motivaciones de la protagonista, que no terminan de convencer.
En ambos trabajos y con diferentes visiones el desierto se construye como un destino misterioso e indómito, dotado de un carácter duro y poco idílico, a diferencia de otros espacios geográficos (como el sur de Chile). Y es en esta construcción del desierto que la curatoría instaurada por el festival alcanza plena coherencia, toda vez que propone un imaginario que ronda el viaje como nostalgia, como búsqueda identitaria, no solo de varias de las películas chilenas sino también de los documentales presentados y del director invitado de Colombia, Roberto Flores.
Raúl Rojas Montalbán