Guasón (4): Una alegoría desafinada

Solo algunas buenas ideas cuajan y tampoco faltan los aspavientos en presupuestos y resoluciones narrativas mucho más que discutibles, como puede ser el final del filme. El guión de Joker no apuesta apenas por la sutileza, tirando del trazo grueso, lo que debilita su subyugante empaque visual y la amplia gama de matices que el actor da al personaje.

Joker/Guasón es una amarga y solvente, aunque algo desafinada, distopía sostenida por el excelente trabajo de Joaquin Phoenix, en plena madurez interpretativa.

Donde el filme suena histrión es en las escenas callejeras con los seguidores y enloquecidos entusiastas de “un payaso vengador”, y donde se convierte en un filme sólido y bravo es cuando un director, hasta ahora, mediocre como Todd Phillips explora la intimidad de Arthur, nuestro atormentado y desorientado  protagonista. En sus enfrentamientos con el medio a pequeña escala, cuando deja a Phoenix evolucionar en ese espacio gris (a pesar de sus vistosos colores y atrevidos movimientos de cámara) nos acerca a las clases más desfavorecidas de EE.UU. y, sobre todo, a  la vivencia particular de una grave enfermedad mental, convertida en espectáculo y también en odisea interior y exterior.

Cuando el filme subraya lo evidente se vuelve hasta vergonzante frente a otras secuencias casi magistrales en su forma de unir el horror, el humor y el dolor profundo del personaje principal entre la realidad y la fantasía. Personalmente, el periplo de un enfermo mental sin recursos no me llega como para alegoría social; sí para requisitoria contra un modelo de sociedad. Pero haría falta entonces un director más creativo y menos tentado por la opulencia que Phillips.

La planificación no teme al histrionismo como tampoco la caracterización valiente y descarnada del actor principal, que aparece en casi todos los planos de un filme desequilibrado pero solvente para ganar una legión de admiradores, quienes me da que se mueven entre el “cine espectáculo” y el “cine con mensaje”. Momentos escalofriantes frente a otros de sana o insana ironía salpican este monólogo fílmico, a la vez urbano y opresivo, en el que el realizador y los guionistas se ven devorados por la fuerza expresiva de su intérprete, que solo se enfrenta a un envejecido Robert de Niro, representando el mundo de la frivolidad de “la sociedad del espectáculo”. 

Solo algunas buenas ideas cuajan y tampoco faltan los aspavientos en presupuestos y resoluciones narrativas mucho más que discutibles, como puede ser el alambicado final del filme, donde realidad y ficción se funden sin ton ni son. El guión, algo farragoso, de Joker no apuesta apenas por la sutileza, tirando del trazo grueso, lo que debilita su, a ratos, subyugante empaque visual y la amplia gama de matices que el actor da al personaje en un acto de mimetismo impresionante.

En uno de los estados de EE.UU. se ha retirado la película de la cartelera porque se produjeron muertes con arma de fuego “con motivo” de la proyección de El caballero oscuro de Christopher  Nolan. Mucho suponer. Tal vez debieran empezar a plantearse, quitándose una máscara de hipocresía, retirar las “armas de fuego” en vez de las representaciones sintomáticas de la violencia en una sociedad a la que la película quiere pero no puede retratar. Un continuado “quiero y no puedo” en el que el director y su guionista (algo más preparado) dejan caer toda la fuerza en un actor de demostrada solvencia, convertido aquí en un camaleón de dulzura, locura y emociones fuertes de sabor urbano.

Ni Taxi Driver ni El rey de la comedia, este es un retrato grotesco, a ratos cruel y casi siempre irónico, de un ser desequilibrado en un entorno aún más que desequilibrado.