Green Book (2): La salvación es personal

Como se dice en jerga futbolera, escribo este texto con el diario del lunes, con la certeza de que Green Book es la mejor película del año según los Oscars.

Dudo que exista la necesidad de resumir nuevamente el argumento central de la película, o detenerme en las ya alabadas actuaciones; más bien preferiría centrarme en algunos puntos que parecen ser los ejes centrales de la propuesta.

Considero que el guion de Green Book es sacado directamente de un manual de Hollywood. Tiene todos los elementos que permiten construir una narración coherente en tres actos con puntos de giro localizados entre los actos. También el arco de los personajes responde a esa estructura clásica en la que las personas, a medida que se conocen y enfrentan dificultades juntos, se vuelven más tolerantes hacia al otro y menos ciegos a sí mismos. Por lo tanto la estructura básica de Green Book responde a los requerimientos más básicos y esenciales del drama desde Aristóteles a la actualidad, en este aspecto, en conclusión, no hay nada nuevo que decir.

Pero toda narración necesita ejes que permitan la movilización de significados entre personajes para que estos -y tampoco la película- queden estáticas.

Primero contaré algo pequeño. Tengo un amigo que cuando alguien decía cosas sumamente estereotipadas comenzaba a hacer una mímica que a la larga se volvió inconfundible. Con las manos abría un estante en el aire y comenzaba a sacar pequeños frascos que llamaba estereotipos, como si fuese a realizar una combinación de ellos. En Green Book, los personajes ocupan diversos lugares estereotipados que son evidentes, como si mi amigo con sus frascos los hubiese diseñado.

Don Shirley, el pianista negro educado en la Unión Soviética, de gustos caros, consciencia de clase burguesa, homosexual y retraído es claramente distinto a Tony Lip, migrante italiano, violento, racista, ex militar, republicano, pillo y hombre de familia. La película se encarga de puntualizar todo el tiempo cuál es el lugar de enunciación que tienen los personajes en la película. Todo lo que dice Tony Lip es porque es italiano etc. y todo lo que hace o deja de hacer Don Shirley responde a lo mismo. Los personajes están por lo tanto inscritos sociológicamente en el entramado social que busca revelar la película (el sur profundo de Estados Unidos en la década del 60), pero a pesar de sus singularidades no parecieran tener vida interior, como un robot programado para tener ciertas características y actuar en base a ellas. Si algunas películas padecen del psicologismo, es decir, de aislar los componentes sociales de la conducta de sus personajes, Green Book adolece justamente de lo contrario ya que la raíz de la conducta de sus personajes es el lugar discursivo que ejercen, lo que sumado a su estructura dramática hegemónica en tres actos convierte a la película en una sumamente previsible.

Lo anterior se vuelve evidente en algunos diálogos de la película. Don Shirley, asombrado de la conducta mundana de Tony Lip, intenta corregirlo de acuerdo a los estándares de su clase. Le manda a que mejore su pronunciación, vestimenta y conducta, en un claro ejemplo de higienismo. La película intenta con este tipo de diálogos invertir algunos estereotipos (y vaya que a la Academia le gusta premiar que se resignifiquen los papeles opresivos), en otras palabras se muestra como válido que Don Shirley, por ser de clase alta, y además su jefe, pueda demandarle al otro que justamente deje de lado su otredad, lo que lo hace distinto. Para hacerlo aún más evidente le pide incluso que se acorte el nombre y así pueda ser pronunciado de mejor manera por los acaudalados anfitriones.

Si bien es cierto que con este tipo de escenas Green Book problematiza el lugar común, lo hace desde una perspectiva santurrona que deja a todos impunes. Don Shirley y Tony Lip ambos merecen el cielo, la salvación y el Oscar porque fueron capaces de respetar al otro en sus características propias y entablar una amistad. El mal aquí está en otra parte, enterrado en otra época, lo encarnan esos blancos sin nombre del sur profundo que producto -nuevamente de las condiciones sociales de la época- son racistas e ignorantes.

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Y en Green Book, por lo tanto, si la violencia responde solo a la estructura social, se pone a prueba una máxima que tiene un vecino del campo: “La salvación es personal”. Queda esto claro en la escena más obscena de la película, cuando volviendo a casa para Navidad (¿Cuántas películas estadounidenses habrá de hombres trabajadores intentando volver a su casa para noche buena?) ambos personajes se encuentran en el auto bajo la lluvia y los para un policía (anteriormente ya habían tenido un episodio poco amigable con dicho ente), apenas se divisa la baliza Don Shirley claramente tiene miedo de que le hagan algo a él o que Lip reaccione violentamente. Pero como la salvación es personal este policía es un verdadero pan de dios, no hace bajar a nadie del auto y solo paró el vehículo para avisar de una rueda pinchada. Como si los policías estadounidenses no mataran negros todos los días por sospechas. Todo esto amplificado con esa insoportable música melosa de cuerdas y piano in crescendo, el clásico chantaje emocional hollywoodense que a estas alturas debería estar penado con el ostracismo.

El lavado de imagen de la policía, igual al de aquellos que siguen insistiendo en que hay “pacos buenos y malos”, esconde el intento de desenraizar lo individual de lo social, es decir, la opresión es cosa de suerte o de probabilidad, de si toca el bueno o el malo. Y esto es lo más contradictorio de la película, ya que justamente los lugares de enunciación de los personajes son sociológicos pero al mismo tiempo cada uno puede salvarse desapegándose de los determinantes sociales para ser juzgado por sí mismos. El desbalance entre que la sociedad tiene sus estereotipos y que las personas da lo mismo de donde vengan porque todos podemos ser buenos y respetar al otro concluye en que Green Book, contrario a lo que se viene señalando, no haya ningún discurso coherente que entregar. En el mundo mágico de la película cualquiera de estos racistas del sur profundo podría convertirse, con la ayuda de la empatía y la buena onda, en un sujeto apacible y respetuoso y no en el futuro votante de Trump. Solo les haría falta hacer un viaje con un sujeto que responda a estereotipos contrarios a los tuyos para dejar de reproducir la violencia de una sociedad, como la estadounidense, basada en los principios y valores más aborrecibles de la historia contemporánea.

No obstante hay algo que es necesario señalar. Peter Farrelly director de Locos por Mary y Tonto y Retonto (gemas de ese gran género que mi madre bautizó como “comedias tontas gringas”), muestra que su experticia es la comedia, y justamente son los chistes de Road y Buddy Movie los que ofrecen los mejores pasajes de la película, donde las diferencias entre clase, raza y conocimiento enriquecen el intercambio entre los personajes dejando de lado la pretensión moral y la abolición del resentimiento, creando momentos realmente divertidos. Precisamente allí se intentan articular las diferencias con el humor más que evidenciarlas sentimentalmente con el drama. Ojalá fuera toda la película así, pero esas películas no ganan Oscars.

Nota: 6/10

Título original: Green Book. Dirección: Peter Farrelly. Guión: Brian Hayes Currie, Peter Farrelly, Nick Vallelonga. Fotografía: Sean Porter. Música: Kris Bowers. Reparto: Viggo Mortensen, Mahershala Ali, Iqbal Theba, Linda Cardellini, Ricky Muse, David Kallaway, Montrel Miller, Harrison Stone, Mike Young, Jon Michael Davis. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 130 min.