Glass: Lo mundano y maravilloso
Tendrán que pasar unos años para poner en perspectiva y evaluar a cabalidad la trilogía superheroica de M. Night Shyamalan. En la actualidad, con el reciente estreno de Glass –tercera entrega del universo conformado por Unbreakable (2000) y Split (2016)-, la saga aparece como un apéndice extraño e interesantísimo del género de los vigilantes en el cine, pero aún es muy pronto para ver hasta dónde podrían desembocar sus ideas.
He ahí el principal valor de este cierre. Pues mientras los comics ya han hurgado, articulado y descompuesto muchas de las posibilidades que ofrecen los superhéroes (ahí está Watchmen como el tótem inamovible del canon), Shyamalan nos advierte que el cine está apenas en el origen de esa búsqueda, que pese a la sobrepoblación de los encapuchados en la pantalla grande, aún hay un vasto territorio desconocido por explorar.
Glass nos sumerge en el inevitable encuentro entre los protagonistas de sus precuelas, poniendo el foco en sus interacciones y, sobre todo, en la omnipresencia de las reflexiones de Elijah “Mr. Glass” Price (Samuel L. Jackson), su obsesión por los individuos con habilidades especiales y por los comics como registros históricos fidedignos más que como mero entretenimiento.
El conflicto tras Glass reside precisamente en la posibilidad de que estos superhéroes y supervillanos no sean más que personas corrientes cuya percepción del mundo y de ellos mismos ha sido alterada por diversos factores, todos posibles de explicar a través del método científico. La doctora Staples (Sarah Paulson), encargada del psiquiátrico en el que los personajes son confinados, encarna esa manifestación lógica por sobre la fantasía que alimenta a Mr. Glass.
Así, con una mirada naturalista, la cinta se va alejando cada vez más de la épica tradicional del film de superhéroes. Los “buenos” y “malos” quedan suspendidos ante otro problema: el de la creencia hacia las maravillas del mundo, es decir, hacia su propia existencia.
Es un ejercicio experimental en el que Shyamalan opta por usar la cámara para significar un universo en constante contraposición entre lo real-maravilloso y lo real-mundano; la mítica Bestia (James McAvoy) contemplando a unos vagabundos, la fe del hijo de David Dunn (Bruce Willis) versus la frialdad lógica de la doctora Staples, los varios espejeos del mundo real y su reflejo. Creer que ese otro mundo imposible dialoga con el mundo racional es el punto de partida, nos dice Shyamalan, ahí estaría el origen de una nueva forma de entender a los superhéroes y, en última instancia, al género superheroico.
Los metahumanos de Glass, la amenaza que se cierne sobre ellos y el mundo que los contiene están trabajados tan profundamente que los archiconocidos arquetipos del género brillan con un fulgor singular en la película, distintos a la mayoría de otras cintas del género. Para Shyamalan, creer es tan importante como crear, y su preocupación está, sin duda, en hacer de Glass una experiencia que pueda desafiar tanto las expectativas del espectador, como su propio pulso de director.
De momento podemos asegurar que el afán de Glass por empujar los límites la acerca a películas como Los Increíbles (2004), Logan (2017) y Spider-Man: Into the Spider-Verse (2018), y de series como Misfits (2009) y Legion (2017), donde cada una de ellas se esmera por encontrar un giro novedoso en la estructura tradicional de las historias de justicieros con poderes. Pero el alcance y desarrollo que tendrán estas rarezas aún está por hallar su peak.
Siguiendo la visión del escritor Alan Moore, quien considera que los superhéroes son una catástrofe cultural para la época contemporánea, cintas como Glass parecen venir a depurar parte de esa catástrofe, asegurándonos que aún existen caminos interesantes y, más importante aún, entretenidos por recorrer.
Nota: 8/10
Director: M. Night Shyamalan. Guionista: M. Night Shyamalan. Productor: Marc Bienstock, Jason Blum, Ashwin Rajan, M. Night Shyamalan. Música: West Dylan Thordson. Fotografía: Mike Gioulakis. Montaje: Luke Ciarrocchi, Renaldo Kell