Frantz (1) : La madurez en blanco y negro

La primera imagen de Frantz, que puede pasar desapercibida, es una representación de lo que es en gran parte la película y se transforma en un símbolo invisible, uno que se nos presenta en colores. Consiste en el primer plano de unas flores y unos árboles verdes de fondo. Además se escucha el viento, ese que se siente al final del verano, y que ya avisa de la venida del otoño. Más atrás, hay una ciudad que apenas se advierte, pero que contrasta por aparecer en un casi inapreciable blanco y negro. Todo esto es conjugado por una música que toma forma en unas pocas notas que no responden a un patrón definido y que el mismo director ha definido como irracionales. De ahí pasamos, en un segundo, a la predominancia de imágenes en blanco y negro, la que se mantiene en gran parte del metraje. Casi como una forma abstracta, que nos quisiera decir en tono de metáfora visual lo que realmente representa ese juego del blanco y negro, en la imagen se personifica el dolor de la vida. En este caso, acentuando lo que dejó la guerra y lo efímero que puede ser la felicidad, representada en fugaces y cortas imágenes que se relacionan con el sentir de los personajes durante el transcurso de la película.

A partir de lo anterior se desprende una sensación especial que recorre gran parte de la última película de François Ozon, una espiral de sentimientos que van desde la culpa, la mentira y el amor. Esta vez, sin embargo, y a diferencia de los filmes anteriores de Ozon, tanto las emociones o temas que se pueden desprender se encuentran ocultos y son menos evidentes. En Frantz, nombre de un soldado alemán muerto en Francia que deja una novia y unos padres desolados por su deceso, hay tópicos que parecen esconder a otros que subyacen en la mirada de los protagonistas: son personajes se encuentran perdidos entre la culpa y el remordimiento bajo un contexto de postguerra (es 1919), en un pueblo alemán lleno de resentimiento por la derrota.

Son los recuerdos los que mueven la historia en torno a la memoria del ausente Frantz y los que provocan el encuentro de los personajes. Entonces es cuando aparece la figura atormentada de Adrien, el extranjero, como lo nombran antes de saber su nombre, soldado francés que misteriosamente deja flores ante la tumba vacía de Frantz. Desde la misma historia de este misterioso personaje, y afectando el tratamiento narrativo, el filme se funde en un blanco y negro que, con acertado tono, se alterna con secuencias en color. Este diálogo entre la narrativa e imagen, le da a la película una interesante fuerza y un tono melancólico anclado en los recuerdos del soldado muerto. La alternancia entre el blanco y negro y el paso al color es usado por el director al punto de que la emoción se apodera de la imagen, ya que esta se aferra a un tiempo que podríamos catalogarlo como inocente, antes de que la guerra quebrara la vida. Porque, después de todo, es el color el que representa el recuerdo de la felicidad, y lo que se proyecta en el tiempo y la imagen del presente. Por eso, cuando la novia de Frantz decide seguir adelante con su vida y dar paso al amor, es que el director evade tal recurso en la resolución del filme, para así no caer en el cliché y la repetición de una película romántica de época.

A partir de la aparición de Adrien y el encuentro con Anna, la novia, surge un vínculo que nos lleva a entender las reales intenciones de su aparición casi fantasmal. Desde este punto se empieza a jugar con las miradas: quién es realmente este soldado francés, cuáles son sus intenciones y, aún más importante, qué es lo que hace en territorio alemán, donde termina enfrentándose con el resentimiento y el odio de los derrotados. Con estas inquietudes es que se vuelve llamativo apreciar cómo el director francés articula un relato cuya gran virtud es mostrar múltiples puntos de vista en un mismo contexto. En este sentido, una película promedio habría optado por enfocarse en la relación de los protagonistas y quizá guiar la historia en un tono romántico común y corriente, algo que no termina por suceder.

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La culpa y la legitimidad de la mentira es el tema transversal en la película, los personajes se mueven entre estos temas y la toma de decisiones para finalmente encontrar el perdón. Pero la apuesta del director es menos literal, en pos de una búsqueda más poética y sensorial en la puesta en escena, que interpela la exploración del espectador a partir de una significación desde la imagen. El color negro que se funde en la mirada de la protagonista, el sonido del viento, el otoño como la estación preferida de Frantz, son algunos de los elementos que conjugan un sentir que los personajes no expresan en emociones fuertes. Todas sus afecciones las percibimos en imágenes que pasan ante nuestros ojos como si fuera un viento que sopla, que no podemos ver, pero que se siente y se escucha.

Las virtudes de Frantz, al margen de la película en sí misma, derivan en un intento acertado de François Ozon por desmarcarse de sus trabajos anteriores. Desde esa perspectiva hay un valor que es mucho más profundo y que se aprecia en el sentido cinematográfico de la búsqueda de nuevas formas y lenguajes para expresar el pensamiento y la visión recurrente que el director planteaba en sus películas anteriores. La raíz de lo que es el cine de Ozon, y que podemos apreciar en varios de sus trabajos, es confrontar a sus personajes con una situación conflictiva, proporcionada mediante múltiples puntos de vista, desde la moral de cada uno de ellos. En esta ocasión, no obstante, lo hace desde un ritmo totalmente distinto, algo que quizá el espectador demore en apreciar, pero que sin duda también termina siendo una parte esencial de lo que es Frantz.

Nota comentarista: 7/10

Título original: Frantz. Dirección: François Ozon. Guión: François Ozon, Philippe Piazzo, (adaptado del filme Broken Lullaby, dirigido por Ernst Lubitsch). Fotografía: Pascal Marti. Música: Philippe Rombi. Reparto: Paula Beer,  Pierre Niney,  Johann von Bülow,  Marie Gruber,  Ernst Stötzner, Cyrielle Clair,  Alice de Lencquesaing,  Anton von Lucke. País: Francia. Año: 2016. Duración: 113 min.