Francofonía: Tempestad en el Louvre
Partiendo por lo obvio podemos aseverar que Alexander Sokurov ha desarrollado una fijación por la cultura europea -variante contemporánea de la que hizo suya cierta intelectualidad eslavófila- bastante centrada en la historia alemana. El fin del totalitarismo nazi está presente en Moloch (1999) y la figura del führer ya aparece en su corto documental Sonata para Hitler (1979-1989), también, sin ir más lejos, su última ficción, Fausto (2011) se encarga de la representación del mito germánico por excelencia. Ahora, en Francofonía se vale de un episodio de la Segunda Guerra Mundial durante la ocupación nazi en Francia para sumar a esta nación a sus meditaciones sobre Alemania y el viejo mundo mediante el relato de la relación y colaboración entre el director del Louvre, Jacques Jaujard, y el encargado de la kunstschutz -la gestión para la conservación del arte-, Franz Wolff-Metternich. De esta forma Sokurov ahonda en la meditación histórica desplegada a lo largo de su obra a través de una reflexión sobre las oposiciones y coincidencias franco-germanas y, como el título advierte, la importancia del estatuto francés -elevado a la categoría de lengua- del arte europeo.
Por cierto ya en El arca rusa (2002) se sostenían algunos de esos referentes, por lo que a primera vista parece ser el antecedente más evidente a la hora de pensar en Francofonía. Mientras aquel filme era una visita dirigida en el Hermitage de San Petersburgo que proponía un recorrido histórico en plano secuencia exhaustivo que deja exhausto a quien lo vea (y una proeza física tanto para sus realizadores como para los espectadores), para el caso del Louvre el tratamiento del museo y la historia consiste en un filme-ensayo en base al montaje y el recorte de líneas narrativas, temporales, históricas, de soportes de imagen y procedimientos representacionales.
El director se vale de su marca autoral, la que podemos definir como una familiaridad erudita de fuentes y citas históricas que se funde con un espíritu romántico y nostálgico, envasada en algunos tics visuales, como el uso de lentes anamórficos, el tratamiento pictoricista de la imagen y la presencia de pinturas y fotografías. Acá, sin embargo, opta por comprimir la longitud temporal (no hay planos secuencias) y deja de lado el barroquismo de la composición al interior del encuadre, optando por saltos narrativos suturados mediante el montaje y el uso de la voz over y off. En todo caso, lo relevante en esta ocasión es que el enclave espacial-temporal del Louvre le permite un acercamiento a primera vista documental pero que no deja fuera la fabulación de la ficción histórica.
La estructura de Francofonía se asemeja en cierto grado a algunas películas de Godard, en cuanto la labor del director se define más por la pretensión de realizar una composición que por dirigir un filme. Los segmentos de esta película se suceden y ordenan bajo el comando de la voz de Sokurov. Primero que nada está su presencia en el que suponemos su hogar, junto al computador, allí intenta entablar una conversación vía Skype con el capitán de un barco, la que se ve frecuentemente cortada debido al mal tiempo que sufre la nave en altamar. La embarcación, cuyo recorrido no queda claro, lleva containers con obras de arte. Esto le permite al director hacer un símil entre las ingobernables fuerzas de la naturaleza y de la historia. Esta perspectiva ahistórica, metafísica, va a condecirse con el cargamento, el arte -la cultura- en permanente riesgo a merced del acoso del aniquilamiento y la dispersión. Luego la película, y la voz, accede a terrenos más concretos: Francia bajo la ocupación alemana en imágenes de archivo que muestran a Hitler recorriendo París vacío. Mediante una ironía se da voz al tirano que se pregunta dónde está el Louvre. Un posterior repaso -de vuelta con la voz de Sokurov- que contextualiza la Republica de Vichy antecede al centro del filme, la historia de Jaujard y Wolff-Metternich y lo qué sucedió con el museo. Este segmento consiste en una recreación, usando actores y con un tratamiento de imagen que asemeja el archivo, aunque diferenciándolo claramente de aquel, mediante unas franjas que asemejan estar viendo todo el ancho de los fotogramas en movimiento, y que pronto se transforma en imagen a color.
A estos elementos yuxtapuestos en la narración por el montaje e interrelacionados por la voz del director -la habitación de Sokurov y el computador por donde se contacta con el navío, los archivos (fílmicos y, también, fotos) y la recreación (con los personajes interactuando, por supuesto)- forman un ir y venir a los que se suman el relato de la historia del Louvre y, sobre todo, la aparición fantasmal de Napoleón y Marianne -la mujer de la pintura “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix-, que vagan por el museo, en un recurso que corporeiza la historia y un discurso (aunque más bien sueltan slogans) sobre ella: Marianne solo repite “Libertad, igualdad, fraternidad” y Napoleón, más extrovertido, dice, entre otras cosas, que hizo la guerra por todo lo que hay en el museo. El simbolismo democracia-tiranía hacen síntesis con la historia colaboracionista del francés y el alemán que resguardan el patrimonio cultural, a la vez que sirven de ejemplo para sostener que el talante de ambas naciones puede ser diferente pero se llegarían a complementar, serían las dos caras, intercambiables hasta cierto punto, del proyecto ilustrado: uno activo el otro pasivo; uno dominante, el otro dominado; uno racional, otro más irracional. Rusia, acota Sokurov, apenas le dio para sobrevivir.
A fin de cuentas la tesis de Sokurov va por el lado de “¿qué serían Francia y Europa sin el Louvre?” ¿Qué sucedería si no existieran los museos, esos guardianes del arte y la cultura? Ahora bien, desde este rincón del planeta quizás no nos dice mucho la reflexión de Sokurov. Dejando de lado la pedantería, su posición eurocéntrica pasa bastante por encima al tratar de hacer alguna implicancia del colonialismo. En algún momento se ven monumentos egipcios, pero no incide en avanzar por esa línea. Si algún pensamiento deja Francofonía a la historia y geopolítica no occidental europea es un breve comentario al pasar sobre el Islam hecho por el director, al que define como “peligroso”. Ya antes se había escuchado al capitán del barco que le dice “¿qué seríamos sin Europa?”
Aunque firme en las formas y elegíaco-nostálgico -era que no, a la hora de reflexionar sobre el rumbo de Europa- el planteamiento de Sokurov puede poseer relevancia en estos tiempos para un continente que se siente amenazado y a la deriva, tal como los náufragos de “La balsa de la Medusa” de Géricault, mostrado en una de las primeras secuencias dentro del Louvre. En términos artísticos su modernismo intransigente y su "postura política" conservadora algo consternada sigue situándolo en una posición excéntrica para los parámetros del cine europeo. Pero, a ojos no europeos o europeizantes -muchos de ellos no deleitados en los grandes festivales de cine-, y por fuera de cierto interés didáctico, su composición museística franco-alemana puede dejar frío, incluso indiferente. Tenemos, en Chile, en Latinoamérica, nuestros propios temporales artísticos, intelectuales y político-históricos urgentes golpeándonos la puerta y vagando por nuestros museos y calles, sonando más fuerte que los naufragios de la alta cultura del viejo mundo. Aunque, claro está, nunca está demás ir a pegar un vistazo a lo nuevo del viejo camarada Sokurov.
Nota comentarista: 8/10
Título original: Francofonia, le Louvre sous l’Occupation. Dirección. Alexander Sokurov. Guión: Alexander Sokurov. Fotografía: Bruno Delbonnel. Reparto: Louis-Do de Lencquesaing, Vincent Nemeth, Benjamin Utzerath, Johanna Korthals Altes, Jean-Claude Caër, Andrey Chelpanov, Alexander Sokurov. País: Francia, Alemania. Año: 2015. Duración: 87 min.