Espectador Errante (6) The Wicker Man: Las creencias paganas de Lord Summerisle

Hace muchos años leí y escuché que The Wicker Man era el “Citizen Kane" de los filmes de terror (revista Cinefantastique). La crítica y los fanáticos tienden a clasificar o envasar las películas según modas o estilos. Es una tendencia algo injusta y también sobredimensionada, a la vez que es necesaria para poder situar un filme según su contexto e impacto. En todo caso, no me atrevería a catalogar a The Wicker Man con la grandeza del trabajo de Orson Welles. Aun así, sí me atrevo a decir que el filme de Robin Hardy elevó los estándares en torno a las cintas de terror. Esto porque su película nunca se planificó como una obra que iba a trascender, si bien el tiempo le ha otorgado dicha característica.

El sargento Howie (Edward Woodward) tiene como principal misión investigar la desaparición de una niña en la apartada localidad isleña de Summerville, en donde viven los habitantes de lo que parece ser un pueblo inofensivo, pero que poco a poco se va mostrando como una comunidad asidua a comportamientos paganos de origen celta. El principal conflicto del filme se origina entre la moralidad cristiana de un representante del orden, el que también simboliza la represión de la monárquica sociedad británica. Se trata de un hombre temeroso de Dios y cuya fe será puesta a prueba al final de su travesía. En cuestión de horas comienza a ser testigo de lo que considera comportamientos aberrantes, los que se sustentan en la liberación sexual y en la falta de pudores. Lo interesante es presenciar cómo la inquebrantable disciplina del ingenuo policía es sometida a prueba hasta el punto de contrariarlo y tentarlo en ciertas oportunidades.

The Wicker Man fascina por su ambientación. Aquí no hay parajes desolados o monstruos acechando en medio de las sombras. Es todo lo contrario, ya que la historia sucede a plena luz del día. Hardy desarrolló un filme que continuamente lleva al espectador al terreno de la sorpresa. Incluso, va más allá al enfrentarnos a situaciones que directamente producen risa y, en especial, curiosidad. Además, la escena en donde los habitantes cantan en un concurrido bar toma mucho de la idea del coro del teatro griego, ya que en dichas canciones predomina cierta advertencia en relación a los principios y creencias de Summerville. Esta es una obra sobre aquel folklore que con los siglos se ha perdido y que se sustenta en la idolatría a la naturaleza, la tierra, la concepción y la muerte, siendo esta última un paso necesario para la reencarnación. En The Wicker Man es fácil detectar influencias de la contracultura de los años 60´ y 70´, además del descrédito hacia las instituciones de orden. Sin embargo, debajo de su “blanqueado” discurso también predominan ideas retorcidas que son propias de aquellas utopías cuando se escapan de control.

La estructura de The Wicker Man está planteada como un juego de engaños, en el que el sargento Howie es simplemente una oveja que va en dirección al matadero. A lo largo del filme se molesta y protesta por aquellos comportamientos que no serían dignos de su majestad. Es obstinado, pero también demasiado ingenuo y esto sucede porque el trágico final del filme casi nunca parece posible, ya que se trata de una aberración demasiado inverosímil viniendo de un pueblo tan tranquilo. Lo que verdaderamente produce terror en el filme es la locura de Lord Summerisle (un soberbio Christopher Lee) y el desapego de él y de su pueblo a la realidad. Pareciera ser que todos los habitantes de Summerville estuviesen hipnotizados, a la vez que bromean con el pobre sargento. The Wicker Man es una de las obras de terror más inquietantes de las últimas décadas. Lo anterior, porque desde que vemos al sargento Howie viajando en su hidroavión hacia la isla somos capaces de intuir su fatal destino.

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Robin Hardy realizó un filme que sobresale por su elegancia, debido a que evita lo obvio. En vez de ello, predomina la insinuación, con símbolos fálicos y vaginales incluidos. El deseo se respira en varias escenas, siendo la figura de Willow (Britt Ekland) la posible salvación del sargento, quien prefiere desistir al sexo. Esta decisión finalmente lo aniquila en forma pública. The Wicker Man tiene muchos momentos alucinantes, pero la escena final es la que más sobrecoge tanto por su impacto visual como por sus subtextos. Aquel gigante hombre de mimbre representa el sacrificio extremo, mientras todo un pueblo, compuesto por distintas generaciones, cantan y bailan honrando a la madre tierra. El propósito es quitar la vida mediante un fuego purificador, lo que aplacará la molestia de los dioses y de paso mejorará las cosechas sobre un terreno que es por naturaleza infértil.

En ocasiones The Wicker Man se parece a un embrujo, a esas terribles pesadillas que a veces hemos tenido mientras dormimos. A pesar de haber dirigido muy poco el talento de Robin Hardy es innegable, porque en 1973 buscó romper los moldes del cine terror inglés, que a esa altura estaban un poco agotados por las fórmulas de estudios como la Hammer. También se pueden apreciar interesantes diálogos gracias al célebre dramaturgo Anthony Shaffer (La Huella, Frenesí de Alfred Hitchcock), quien adaptó para este filme la novela ritual de David Pinner. Tampoco podemos olvidar la versatilidad de Lee y de Woodward (El Ecualizador, Breaker Morant), quienes deslumbran como un fanático creyente y como un obcecado defensor de la fe. The Wicker Man debería ser materia obligada para cualquier realizador interesado en el género de terror porque enseña una importante lección: menos es siempre más.

https://www.youtube.com/watch?v=Mx1oU1IiZ3k

Título original: The Wicker Man (también conocida como El Culto Siniestro o El Hombre de Mimbre) / Director: Robin Hardy / Intérpretes: Edward Woodward, Christopher Lee, Diane Cilento, Britt Ekland, Aubrey Morris e Ingrid Pitt / Año: 1973.