Enemigo invisible (Gavin Hood, 2016)

Estamos, oficialmente, ante la respuesta británica a la guerra cinematográfica contra el “eje del mal”, un thriller político-militar que pone al centro un dilema ético-cívico durante una compleja operación de captura de dos terroristas que cometerán un acto suicida y donde se juega la imagen internacional del país.

La trama se sitúa en el medio de esta operación bajo el mando de la coronel Powell (Helen Mirren), cuyo rol la mantiene en contacto permanente a dos bandas; por un lado, con las autoridades cívicas y militares de su país (subsecretarios, ministros, generales), y por otro, con el equipo táctico que lleva a cabo la misión (operadores, agentes encubiertos, etc.) y que se comunica con ella en directo desde Nairobi, lugar donde sucede la acción.

El dilema central pasa por el “daño colateral”, el cálculo del daño en la población civil que puede provocar un misil, que se agrava en una disyuntiva ética aun mayor cuando aparece una niña que se encuentra en el radio de acción del operativo de ataque. De forma a ratos tragicómica el filme muestra el protocolo británico que contrasta con el objetivo aleccionador norteamericano, dando cuenta de la “dimensión humana” de un problema político que pasa a lo táctico-militar. En este sentido el postulado de la película se resume en dos cuestiones: primero, la idea de que un soldado “siempre sabe el costo real de una guerra”, y en segundo lugar, la imagen de las víctimas del daño, en una suerte de eslogan de ayuda humanitaria.

A su vez, el filme juega a una especie de respuesta a algunos tratamientos del cine post 2001:

La lógica procedimental: lo que, por ejemplo, en La noche más oscura (Kathryn Bigelow, 2012) obedece a la lógica de una “cadena de mando”, aquí aparece como la incapacidad de determinación de un grupo de líderes políticos frente al decisionismo militar, manifestando esa suerte de “rostro humano” del conflicto.

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La cuestión de los dispositivos de mirada: desde la estética de las go-pro a las cámaras infrarrojas o las mirillas del disparador últimamente han constituido toda una visualidad de la depredación. Ejemplos de ello son Sicario (Denis Villeneuve, 2015), El francotirador (Clint Eastwood, 2015) y, nuevamente, La noche más oscura (en ese cierre con infrarrojos). Su utilización en Enemigo invisible parece jugado desde cierta “novedad” mediante la mirada capsular del drone, convertido en dispositivo diminuto que puede infiltrarse en cualquier lugar. Parte del interés del filme surge en el tratamiento de este despliegue: una guerra abarcada en múltiples pantallas, como avisó tempranamente Brian de Palma con Redacted (2007).

Es esto último y el paso del target (la víctima inocente enmarcada bajo la mirilla telescópica del arma) al plano cinematográfico lo que realmente me aproblema de la película. Una situación que concierne a varios niveles de la puesta en escena, algo que en El francotirador se transforma en un plano impugnable y en La noche más oscura un cuestionable trofeo visual, para el caso de Enemigo invisible se trata de una niña en la mira cuya muerte intenta evitarse por vía del cálculo porcentual, una “medida” que es también la de la sala de montaje y del remate con tono de postal humanitaria con que finaliza el filme, una especie de “resto de buena conciencia” que llega tarde para lavar los crímenes de guerra . Pero sabemos que no existe postal posible del horror, ya que hay siempre “marcos de guerra” para la vulnerabilidad de los cuerpos. Y que esa sea la medida de una puesta en escena justa es la pregunta definitiva que debería hacerse cualquier película que filme la guerra.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: Eye in the Sky. Dirección: Gavin Hood. Guión: Guy Hibbert. Fotografía: Haris Zambarloukos. Reparto: Helen Mirren, Aaron Paul, Alan Rickman, Barkhad Abdi. País: Reino Unido. Año: 2016. Duración: 102 min.