El hombre invisible (2): Trajes vacíos de la ficción

Por más novedoso que sea el reemplazo del protagonista masculino por su esposa y víctima de sus agresiones, El hombre invisible, de Leigh Whannell, lleva consigo la impronta de una estrategia que busca, mediante los códigos usuales del cine de terror, construir un personaje que finalmente entrega pocos o nulos beneficios a los ánimos femeninos actuales.

Es sabido, en Hollywood los estudios de marketing están presentes en el diseño de proyectos desde la fase inicial, y estos son fructíferos si derivan en la creación de nuevos personajes que transmiten un comentario coherente en relación a los movimientos y cambios sociales que ocurren en la actualidad. Por ejemplo, la industria estadounidense lleva varios intentos por demostrar sensibilidad con el feminismo; ya en 2017 Wonder Woman, de Patty Jenkins, fue muy bien recibida por la audiencia debido a los atributos de la protagonista, cuyas imágenes la muestran como una mujer de poder en un sentido transformativo de su comunidad. Este giro a lo femenino que está dando la cultura de masas tiene de fondo casos como los del productor Harvey Weinstein, quien fue condenado a veintitrés años de prisión, luego de un largo proceso de acusaciones, confesiones mediáticas y procesos judiciales que dieron la vuelta al planeta. La gente lo recordará como un agresor sexual y violador de varias mujeres con las que trabajó haciendo cine y televisión. Por lo mismo, en esta industria es fundamental la acertividad del productor que informa cuáles son las historias que se deben contar.

Sin embargo, la nueva adaptación cinematográfica del clásico de H. G. Wells (del cual sólo mantiene la premisa central: un científico descubre una manera de hacerse invisible, condición con la cual comienza su desvarío) no consigue la misma suerte que el filme de Jenkins. Por más novedoso que sea el reemplazo del protagonista masculino por su esposa y víctima de sus agresiones, El hombre invisible, de Leigh Whannell, lleva consigo la impronta de una estrategia que busca, mediante los códigos usuales del cine de terror, construir un personaje que finalmente entrega pocos o nulos beneficios a los ánimos femeninos actuales. En ese sentido, su victoria -que queda plasmada en la última imagen del filme, cuando aparece Cecilia saliendo triunfante de la oscuridad- sólo es interesante por su ironía, ya que quita de la escena central al mismísimo hombre invisible, Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), quedando este como un mero personaje de reparto, para así dar espacio a una posible nueva heroína, Cecilia Kass, encarnada por Elisabeth Moss, quien ha interpretado exitosamente en televisión a Peggy en Mad Men (2007-2015) y a Offred en El cuento de la criada (2017-).

Es ella quien inicia el filme como la víctima de las agresiones de su marido, aunque no se especifica de qué tipo son estas, lo importante es su figura que se contrapone a la del hombre invisible, sujeto narrativo que en su fuente literaria de 1897 desarrolla un trabajo como científico, donde priman los valores varoniles, racionales y empíricos. Su gran descubrimiento, una fórmula para volverse inmaterial, lo lleva a superar el poder humano para tener uno similar al de los dioses, sin embargo, el relato clásico se encarga de poner a prueba su condición humana y de enjuiciar su necesidad de satisfacer sus propios deseos individuales. Por su parte, Cecilia es una mujer que debido a la desnaturalización de su mundo, es decir, al abuso de Adrian Griffin, y posteriormente, a la persecución de su esposo invisible, va, poco a poco, tomando los rasgos de una femme fatale, una mujer que actúa al mando de sus instintos irracionales, emocionales y que con algo de inteligencia es capaz de planificar una estrategia mortal. De esta manera, la película puede ser percibida más bien como otra más sobre “la guerra de los sexos”, en un contexto donde la ciencia representa el mundo masculino del control de la naturaleza, mientras que la protagonista culmina su valorización femenina a través del deseo de apropiación de su maternidad, la cual logra a través de la venganza.

Del relativo éxito de este filme podría decirse que se logró gracias a dos fracasos previos de la industria del entretenimiento masivo, la cual ha degradado el mito del hombre invisible a tal punto que en la anterior entrega cinematográfica, la adaptación de Paul Verhoeven (Hollow Man, 2000), el científico, encarnado por Kevin Bacon, se encontró con una audiencia que no estaba interesada en una historia que retrata solamente el proceso en que Griffin se convierte en psicópata, lo cual no hace más que confirmar la estereotipación del sujeto arquetípico.

El otro fracaso fue el que tuvo que enfrentar Universal, la casa productora histórica de este título, al cambiar el proyecto original en 2017, una saga de monstruos clásicos que compartían una dimensión llamada Dark Universe, pero que por motivos financieros debieron simplificar para el caso del guión de El hombre invisible y construir una historia independiente. Eso sí, esto permitió que se hicieran modificaciones narrativas en relación a la anterior adaptación cinematográfica, o, mejor dicho, se corrigieron las mayores críticas que se le habían hecho a Verhoeven: centrarse sólo en el proceso de enloquecimiento del protagonista y el carácter misógino de la escena de abuso sexual a una mujer que tenía por objetivo, fallido, de despertar un deseo perverso en la audiencia.

Sin embargo, la rectificación del aspecto violento hacia la mujer es reemplazado en la versión de Whannell por una relación matrimonial que oscila, sin mayor claridad, entre el masoquismo y el sadismo. De este modo se entiende el efecto de la vuelta de tuerca en El hombre invisible, cuya protagonista transforma a la habitual víctima femenina del cine de terror en una mujer de visión clara y dispuesta a matar, una femme fatale que actúa por su propia sobrevivencia y que toma una actitud de agresividad contra el hombre que le ha quitado su dignidad. El problema es que en ese deseo de hacer justicia queda al desnudo el modelo clásico del complejo de Judit, en el que la protagonista se convierte en la verdugo de su propio violador y accede a los placeres de lo prohibido. De esta forma, el esquema narrativo queda reducido en su propio perfil predeterminado y conservador de filme de venganza, puesto que la imitación por parte de Cecilia de la violencia de su agresor, sólo le favorece a su personaje, demostrando un individualismo que la encasilla en el lugar común del sujeto reemplazado por su doble, esta vez, femenino.

En definitiva, la película exhibe una baja conexión con el alzamiento actual de las voces femeninas, y su relación con las ideas actuales del feminismo filosófico y político, que persiguen la configuración de modelos alternativos de los géneros y las sexualidades. Si bien El hombre invisible cuenta con la figura de Elisabeth Moss en el centro de la pantalla, lo que parece una buena señal, convertir al personaje en una depredadora exitosa acaba siendo una visión provinciana de lo que cuenta para la audiencia actual.

 

Título original: The Invisible Man. Dirección: Leigh Whannell. Guion: Leigh Whannell (Novela: H.G. Wells). Fotografía: Stefan Duscio. Música: Benjamin Wallfisch. Reparto: Elisabeth Moss, Storm Reid, Harriet Dyer, Aldis Hodge, Oliver Jackson-Cohen, Zara Michales, Michael Dorman, Benedict Hardie, Renee Lim, Brian Meegan, Nick Kici, Vivienne Greer, Nicholas Hope, Cleave Williams, Cardwell Lynch, Sam Smith, Serag Mohamed, Nash Edgerton, Anthony Brandon Wong. País: Estados Unidos. Año: 2020. Duración: 124 min.