El arte de la guerra ( The Grandmaster, Wong Kar-Wai, 2013)

Varias décadas después de que el cine occidental descubriera el ingente rendimiento de la sinestesia del kung- fu trasladado a la pantalla, lo deconstruyera, parodiara, y desdibujara hasta arrebatarle la naturalidad que le pertenece por antonomasia, para saturarlo del artificio de lo puramente  aparente, The Grandmaster propone homogeneizar las fisuras del panorama de un género que parecía vencido y de paso reivindicar los balbuceos apologéticos que  su film de 1994, Ashes of time, aportaran a su filmografía.

Para ello, revitaliza simientes que la industria ha utilizado hasta el hartazgo con el afán acéfalo y puramente efectista de quien trasunta letanías bien aprendidas, pero extirpadas, al fin y al cabo, para extraer de ella una imagen rentable. En The grandmaster, en cambio, el Kung -Fu deviene espíritu y no material en tanto que quien habla lo hace desde la doctitud de la sangre, desde un lugar proverbialmente ocupado por la tradición y que exige que cualquier homenaje sea erigido en su nombre. De ahí que en Wing Chun (encarnado por el actor fetiche de Wong, Tony Leung) aparezca nítida  la pulsión del hombre sin prosapia alguna, pero que se vuelve héroe ante la irrecusable acción de la fuerza del kung fu manipulada como estratagema mental, el hombre  alienado ante la perturbación de una fuerza sobrehumana que lo trasciende para transformarlo en épico. Se restituye entonces la dignidad del protagonista de los célebres filmes de la Shaw Brothersen los años ´70 en donde la belleza estética era simplemente una forma de sintonizar con la exhibición de un espíritu elevado y en donde la manifestación fenomenológica de la naturaleza era la forma de demostrar que el kung fu es sólo un recurso más de una naturaleza febril y salvaje.

Es por esto que cada escena de lucha está fuertemente parapetada por las inclemencias climatológicas. En eternos ralentí, el movimiento es líquido y se esparce en finas gotas de agua cuando llueve, pero devendrá etéreo e ingrávido cuando, a medida que avance el film, la lluvia copiosa vaya solidificándose para transformarse en nieve. Aquí el clima es una extensión de la voluntad del cuerpo y de cómo el espacio que lo contiene se piensa a sí mismo, segmentado por infinitos movimientos que hacen de la luz que emanan la lluvia y la nieve, una especie de lienzo reticulado por finas líneas de brazos y piernas en continuo movimiento. La vocación radical por la exaltación inmaterial del movimiento deviene de esa idea de trascendencia mística que la doctrina contiene en su esencia y que configura el leitmotiv de la cinta de Wong Kar-Wai. La trayectoria kinésica del movimiento es sublimado por la búsqueda de visualizar, a través de la estética y no del ejercicio de la ficción, la vibración que lo produce, el éxtasis que lo promueve. El cine y su condición de obliterar artificios, ésta vez  aparece sólo como simple supervisor de un talento místico de proporciones mágicas que superan los lindes de la condición humana, pero que es don de un hombre en concomitancia con una naturaleza que lo secunda, y no de un fenómeno técnico. The Grandmaster es un film atestado de una gimnástica imposible para los hombres comunes y corrientes, pero plausible para aquellos pertenecientes a esa progenie. La diferencia radical con filmes de la misma especie, como el éxito de taquilla, El tigre y el Dragón de Ang Lee, es su obsesión por mostrar que el contenido ficcional radica no en la operación fílmica, no en la acción de fe del espectador basada en la premisa de mostrarse cómplice de lo imposible, si no en la sobrenatural capacidad de hombres que devienen sobrehumanos a través del tránsito en una disciplina. La coreografía del Kung fu es un puro artilugio formal para sostener la visibilización en pantalla del golpe y su ritmo interno,  del contacto de la carne y su pulsación inasible, inaparente y que es deducido a través de la respuesta de los fenómenos que lo acompañan, del emotivo roce de los rostros de ambos protagonistas suspendidos en el aire, en primerísimo primer plano. Como siempre en Won KarWai, la estética entendida como medio de materialización de lo indescifrable.

La presencia de la incombustible Zhang Ziyi viene a reforzar los hitos de este homenaje con una potente alusión al subgénero de las “Girl with guns”, esta vez muy lejos de la inclusión anecdótica y soterradamente erótica de algunas representaciones  del género, para devolverle la solemnidad y dignidad que le es propia. Como una especie de Wu Suxin contemporánea, lo femenino vuelve a recuperar la supremacía que el género le dio en sus inicios, cuando a principios de la década de los 20´ los hombres chinos desdeñaban tanto el cine en su calidad de arte menor, que por simple indiferencia este fue un terreno fértil para la aparición de la mujer como sujeto artístico. No es gratuito que la batalla final sea ganada por el único personaje femenino de la historia.

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En la misma tendencia al memorial van a instituirse subrepticias glosas que hablan de guiños al género, desde el oprimido Bruce Lee en Furia Oriental, film desarrollado en plena ocupación japonesa a territorio chino,  misma situación que atraviesa Wing Chun en buena parte del film,  hasta la emblemática sobre-estetización de los duelos, que caracterizaría a cineastas como Chan Cheh y King Huy que se transformaría en la rúbrica del cine de Hong Kong.

Hay quienes se detendrán, y con razón, en lo injustificado de la longitud de metraje, en cierta redundancia en convenciones estilísticas que forman parte de su cuño autoral, como el uso del primer plano, la ralentización y el insistente uso de largos planos de transición en las escenas de combate, así como ciertas omisiones de guión y de montaje que hacen de la historia un texto a ratos inconexo y vacuo (ocasionado seguramente por el cercenamiento de la película luego de que los requerimientos de producción hicieran imposible que circulara en su metraje de cuatro horas).

A ratos la poesía aparece algo forzada y la terquedad de incluir el melodrama como un eje dramático (entre algunos otros que no alcanzan a desarrollarse debidamente) hacen que el film a ratos se debilite y que sus últimos minutos parezcan arrastrarse en una agonía de reiteraciones que buscan frenéticamente ser más concluyentes que la anterior.  Mucho de gratuidad y desequilibrio a nivel de guion, pero exceso y abundancia en lo que el cine debe tener como requisito fundacional. Caudal imagínico y espesor intelectual dado por la estatura de una estética desplegada a favor del fortalecimiento de un lenguaje que le pertenece sólo al cine, y que difícilmente, podría ser usurpado.

Por: Luna Ceballo