El amante doble: Ecos del pasado

Ozon, ya consolidado maestro del cine francés que se subió a las ramas de la exquisitez europea con su anterior y espléndida Frantz (2016), vuelve, en parte, al terreno de sus primeros y más irreverentes filmes con El amante doble, un thriller sexual enrevesado y, todo hay que decirlo, algo pretencioso e inverosímil, en el que juega con elegancia y brillantez con las imágenes, las texturas y, sobre todo, con el espectador.

El realizador no deja respiro en esta historia truculenta y mordaz sobre una joven (Marine Vacth) atrapada entre el fantasma de dos hermanos gemelos. Enamorada locamente de su terapeuta, es una muchacha solitaria, fantasiosa y algo depresiva que trabaja en un museo de arte moderno y que debe enfrentarse a extraños fantasmas del pasado, cuyo verdadero origen no conoceremos hasta un sorprendente giro final. En la más tramposa y argumentalmente agobiante de todas sus películas recientes (con ecos de Hitchcock, Cronenberg, Chabrol y De Palma), el director vuelve a hurgar en las fantasías sexuales y las miserias íntimas de la burguesía francesa, en general, y parisina, en particular, como ya hizo, con un tono de comedia desenfadada bastante más agradecido y sólido, en Une nouvelle amie. Aquí, como en Jeune et Jolie (con la misma joven protagonista femenina), nos presenta una ciudad impersonal, deshumanizada, de colores vistosos pero fríos, donde el lujo y la miseria, la exquisitez y la violencia, el aire y la trampa, viven muy cerca.

También parece volver al terreno semi-fantástico y enigmático de La piscina, solo que con un relato construido, en esta ocasión, de forma bastante menos apacible y con dos intérpretes algo descompensados. Una esforzada, pero poco intensa Vacth y un espléndido y entregado Jeremie Reinier, en un papel que, como algunos fragmentos del filme, está claramente teñido de aires y guiños cronenbergianos (con claras referencias a Inseparables). Destaca en un pequeño pero significativo personaje secundario la fuerza de una madura Jacqueline Bisset, rescatada del olvido para el papel de la distante madre de la protagonista, que no aparece hasta la parte final de este “noir” con tintes surrealistas.

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Filmada con ritmo, tintes de onirismo y una gran audacia en la mezcla de colores y formatos, sin temor a agobiar e incluso asaltar al espectador, El amante doble es ante todo un juego perverso con muchos ecos cinéfilos que, como el Almodóvar de La piel que habito (2010), no se muestra en absoluto complaciente con los vicios y tics de la “alta clase médica” ni, como el propio Ozon en otros de sus filmes, con la brecha entre lo público y lo privado, en el núcleo de una sociedad basada en las apariencias, las superficies y una comodidad provisoria que se quiebra ante nuestros ojos con brutalidad. Unas superficies humanas aquí llevadas al esperpento, el horror, la risa, la desinhibición sexual, la autoparodia y la negrura en el laberinto de lo urbano.

Un filme irregular, sin temor al exceso, que atrapará o decepcionará a distintos tipos de público, pero que resulta difícil llegue a dejar indiferente, por lo atípico, arriesgado y desinhibido de su propuesta, tanto a nivel temático como estilístico. Un Ozon algo pasado de rosca, pero que demuestra su talante más juvenil e iconoclasta alejándose algo de sus últimos y más sólidos trabajos.

 

Nota del comentarista: 6/10

Título original: L'amant double. Dirección: François Ozon. Guion: François Ozon, Philippe Piazzo (Novela: Joyce Carol Oates). Fotografía: Manuel Dacosse. Reparto: Marine Vacth, Jérémie Rénier, Jacqueline Bisset, Myriam Boyer, Dominique Reymond, Fanny Sage, Jean-Édouard Bodziak, Antoine de La Morinerie, Jean-Paul Muel, Keisley Gauthier, Tchaz Gauthier, Clemence Trocque. País: Francia. Año: 2017. Duración: 107 min.