Dovlatov: Mejor no hablar de ciertas cosas
Seis días en la vida de Serguéi Dovlátov (1941-1990), en Leningrado durante noviembre de 1972, bastan para que el director y guionista Alexey German Jr. componga un cuadro contundente sobre el escritor, la generación artística a la que perteneció y la banalidad de la burocracia soviética. German ha venido trabajando una revisión histórica de la Rusia del siglo XX, con temas históricos acotados, desprovisto de las pretensiones monumentalistas de un Sokurov, que van de soldados alemanes perdidos en la retirada de fines de la Segunda Guerra a los conflictos que enfrentan algunos astronautas de la carrera espacial, y ahora dispone una entrada sobre un trozo de la historia de dicha nación de la mano de un personaje que propone una mirada al sesgo a la clásica división del compromiso político intelectual bajo regímenes coercitivos: colaborar o denunciar y las consecuencias que cada postura trae, persecución, sometimiento, prisión. El Dovlátov de la película no es aún el conflictivo autor ruso que a fines de los setenta emigra a Nueva York, ciudad donde fallecerá, es el escritor en ciernes que padece una especie de bloqueo en la indecisión, su postura es la del observador que pasea y registra mientras aún experimenta, se abisma en la vida y en las pasiones para después reflotar con la reflexión.
El artista cachorro aún está verde como para tener claro qué hacer: acatar las críticas y recomendaciones que le hacen sus editores, agentes del régimen que profesan la desabrida línea del realismo estalinista; prostituirse al asociarse con un escritor sin talento pero bien posicionado en la jerarquía intelectual; o por el contrario, resistir a la manera de su admirado amigo Joseph Brodsky, ganándose un nombre de disidente valeroso, que lo lleve finalmente al autoexilio; colaborar firmemente en la oposición y llegar a cometer actos que lo lleven al encarcelamiento, los trabajos forzados o la muerte; todas ellas son tomas de posición que al escritor le inquietan, no convencen o le dejan perplejo. Él está preocupado por obtener cosas menos heroicas (como conseguir una muñeca para su hija o una botella de coñac francés), no transar en su estilo (de tono menor e irónico, algo deudor de Chejov) y por darle algo de calma a su conciencia. Ese último punto es cruzado en unas pocas ocasiones por reflexiones sobrepuestas (en voz over), como marca de un monologo posterior o como un rastro escritural leído en voz alta, que trascienden su malestar material: que de no conseguir membresía en la Unión de escritores no solo dejará de obtener trabajo y, así, un medio de subsistencia, sino también que ya no será escritor, relegado por una censura invisibilazadora que lo situaría en una zona de silencio y olvido y, por lo tanto, convertido en una persona invisible, un fantasma, como si nunca hubiera existido. Ese síntoma es algo que percibe que también afecta a sus compañeros de generación, lo que dejaría como saldo a toda una generación olvidada e ignorada por la historia, víctimas de la represión y la amnesia inmediata propiciada por el aparato estatal. El mundo en que se mueve el escritor va sucediéndose en un deambular y diversos encuentros, los días son jornadas que se dividen en largas escenas, en ellas él aparece en medio del cuadro pero no como su centro, sino perdido dentro, como una figura más, entrando y saliendo, lo mismo que los otros personajes.
Hay un componente de sueño en tono invernal (es invierno y en tres ocasiones se representan sueños del personaje), que se van constituyendo a medida que se desplazan la cámara y los personajes en un encuadre que nunca deja de lado la recomposición, los zooms, la profundidad de campo con dos o más acciones ocurriendo en paralelo, con y sin distancias focales marcadas. Hay un notorio uso de tensión en la imagen entre espacios vacíos y llenos, y entre planos amplios y planos cerrados, a veces en movimiento y a veces quietos, a veces con imperceptibles cortes en el eje o raccords de continuidad por donde la cámara va encuadrando a medio camino entre invisibilidad y visibilidad, paseando por piezas, calles, oficinas y pasillos. De una forma más sobria y menos barroca que Hard To Be a God (2013), el carnavalesco film de German padre, en Dovlatov asistimos a esa puesta en escena ampulosa y contemplativa, de cuadro viviente, que asociamos con el cine de Europa Oriental -pero que también está en Fellini o Welles- que se basa en el dominio del plano secuencia: un escenario imaginario del mundo ejecutado en 360°.
Lo que Leningrado tiene para ofrecer en esos seis días que Dovlátov recorre como corresponsal de prensa primero es una comedia de escritores, luego una tragedia histórica de las ruinas del pasado donde se encuentra con un autor popular e ingenuo, siempre con el trasfondo de los teje-maneje del poder y la burocracia con sus injusticias y tristezas, los riesgos y las pequeñas alegrías el mercado negro, la paranoia y violencia de la policía estatal y el soplonaje, todo dando como resultado la frustración, la posibilidad del silencio provocado a la fuerza o por imposibilidad de levantar la voz. Así, la voz del escritor se debate en crónicas periodísticas que más tienen de orden superior que de ventana abierta, ya que la línea del régimen no permite lo subjetivo, la ironía y la falta de pedagogía, mientras que le contradice al solicitarle la elegía utópica, la descripción saludable del pueblo, en fin, la propaganda del régimen.
La voz, la prosa del escritor apenas se sugiere aquí y allá en esos comentarios over, tampoco se lee lo que ha escrito. Solo se sabe que será censurado. Dovlátov va cayendo en sí mismo, en el actuar imposibilitado de la conciencia desdichada, que filtra su voz pública -su escritura- en apenas un tímido tarareo. A diferencia de tanto biopic musical que hemos visto entre el año pasado y este año (Bohemian Rhapsody, Rocketman), Dovlatov no quiere abarcarlo todo sobre una vida, sino hacer rendir al máximo la correspondencia que puede tener un fragmento crucial de la existencia del escritor para atisbar, a la vez, tanto un determinado mundo interior y la posibilidad de la escritura, como el ámbito social y político que enmarcó y afectó su vida en ese mismo momento. Un tiempo álgido en la vida del artista y del URSS que, con ese sesgo y gracias al tratamiento visual complejo que ofrece la película, termina por generar verdadera curiosidad por leer al escritor. Algo bastante lejano de las películas que se ofrecen como puesta en relato de hits archiconocidos.
Nota comentarista: 8/10
Título original: Dovlatov. Dirección: Alexey German Jr. Guion: Alexey German Jr., Yulia Tupikina. Fotografía: Lukasz Zal. Reparto: Milan Maric, Danila Kozlovsky, Elena Lyadova, Svetlana Khodchenkova, Anton Shagin, Artur Beschastny, Helena Sujecka. País: Rusia. Año: 2018. Duración: 126 min. Distribución: CDI Films Cine.