Dos papas: el ruido al fondo

Es que Dos papas va de esto: la especulación sobre una serie de reuniones entre Benedicto XVI y Francisco que dejan traslucir las tensiones morales, éticas e ideológicas existentes entre ellos en torno a cómo debe ser la iglesia católica y su destino. Benedicto representa la defensa del dogma tradicional, mientras que Bergoglio es un duro defensor de la reforma. El guionista especula en torno a lo dicho entre ellos, que desembocará finalmente en la renuncia de Benedicto XVI al papado y la elección de Francisco como el nuevo líder. Este hecho no es menor, puesto que desde 1415 no existían registros de la renuncia de un papa y todo se da en medio de un clima de escándalos en torno a las negligencias del banco del vaticano y por los abusos sexuales perpetrados por miembros del clero

Una reserva telefónica para un vuelo por Skytours de Roma a Lampedusa. Sabe que puede hacerlo por internet, pero es que Jorge Bergoglio se mudó hace poco a Ciudad del Vaticano. “Very funny” responde la operadora y le corta. Una escena que podría resultar triste, penosa, pero que Antonhy Mccarten escribe con una delicadeza que resulta inesperadamente divertida. Un buen gancho para adentrarnos en la película, no sólo en el tono, no sólo un pronóstico de si acaso vamos a reír, llorar o indignarnos, sino un aspecto que será utilizado a lo largo de toda le película: la humanización más que la pontificación de Ratzinger (Anthony Hopkins) y Bergoglio (Jonathan Pryce). A Francisco le gusta ABBA y la pizza, mientras que Ratzinger prefiere tocar el piano y ver Comisario Rex. Ambos han pecado: Benedicto y su pasividad en torno a los casos de abusos sexuales por parte de miembros del clero, Francisco por su rol en la dictadura de Videla en Argentina.

Es que Dos papas va de esto: la especulación sobre una serie de reuniones entre Benedicto XVI y Francisco que dejan traslucir las tensiones morales, éticas e ideológicas existentes entre ellos en torno a cómo debe ser la iglesia católica y su destino. Benedicto representa la defensa del dogma tradicional, mientras que Bergoglio es un duro defensor de la reforma. El guionista especula en torno a lo dicho entre ellos, que desembocará finalmente en la renuncia de Benedicto XVI al papado y la elección de Francisco como el nuevo líder. Este hecho no es menor, puesto que desde 1415 no existían registros de la renuncia de un papa y todo se da en medio de un clima de escándalos en torno a las negligencias del banco del Vaticano y por los abusos sexuales perpetrados por miembros del clero.

Dichos encuentros entre ambos resultan útiles para señalar, por un lado, que Francisco está siendo preparado para una gran misión, que no puede escapar del destino del papado, destino al  que de cierta forma se resiste. Por otro, funciona como un dispositivo descomplejizado e ingenioso para evidenciar la evolución en el paradigma eclesiástico a través de la relación entre ambos. En el primer encuentro que sostienen, algunas frases que intercambian dejan claro el conflicto. Ratzinger increpa a Bergoglio con que “entonces lo importante es lo que usted cree y no lo que la iglesia ha enseñado por cientos de años”, mientras que Bergoglio siente “que ya no somos parte de este mundo. No pertenecemos a él, estamos desconectados”. Y que él cambió, aunque Ratzinger está seguro de que sólo cedió al relativismo y la permisividad contemporánea. Pasan de tener ideas totalmente contrapuestas sobre lo que debiese ser la iglesia católica, para verlos hacia el final en la complicidad de un partido de futbol, y ahora con Francisco como papa.

La película está evidentemente del lado del progresismo de Francisco, no sólo porque es el primer personaje que se nos presenta en pantalla, sino porque además se retrata como el único capaz de redimir a la iglesia de sus propios pecados. Él también es un ser humano que ha pecado, que ha cometido errores y que ha logrado aprender de ellos. Ahora, la iglesia y sus escándalos, son el nuevo escenario criminal al que se enfrenta y sabe que no puede cometer los mismos errores del pasado. Empatizamos con Francisco: nos duele su pasado. Y le creemos. Incluso si como espectadores no tenemos un credo, ahora sí tenemos algo en lo que creer. La risa nos mantiene atentos y la empatía por el dolor de Bergoglio nos da algo en lo cual creer.

Dos papas ocupa un dispositivo interesante para retratar la negligencia de Ratzinger, de su falta de acción ante los casos de corrupción de los que tenía conocimiento desde el papado de Juan Pablo II. Durante la confesión que Benedicto hace a Francisco, no escuchamos su relato. Entendemos, por la actuación de ambos, pero sobre todo por la de Pryce, que le habla sobre su (falta de) rol en las denuncias por abusos sexuales. Este relato inaudible se transforma en una expresión estética de la propia incapacidad de acción de Benedicto ante los casos de corrupción en la iglesia. Pero eso no es todo, porque cuando él tiene algo polémico que comunicar (hacia el final, su propia renuncia) siempre decide hacerlo en latín, ya que no todos entienden esta lengua y así no recibe réplicas de inmediato. Esto también habla de su propia incapacidad a la hora de enfrentar asuntos críticos desde su posición de poder y liderazgo.

Sin embargo, existe cierta peligrosidad en la película. El tono está construido a través de hilos tan finos, que transitas de una forma increíblemente sencilla entre la risa y el llanto. Y esta manipulación invita a perder el foco de lo importante: Dos papas no se hace cargo, más allá de ocupar la temática al servicio de la construcción de los personajes y evidenciar el rol que jugará Francisco con sus reformas, de los escándalos por abusos sexuales perpetrados por miembros de la iglesia. Entonces deja un gusto a engaño, un ruido molestando durante las dos horas que dura el film, volviendo demasiado evidente esta manipulación a la que aceptamos someternos cuando entramos a una sala cine y dejando toda la responsabilidad de la existencia de una reflexión más profunda y política a la subjetividad del espectador. Es que al parecer para el director Fernando Meirelles lo importante no es el dolor de las víctimas sino el dolor del poder, y convencernos de que la iglesia católica aún tiene cabida en nuestro mundo.

 

Título original: The two popes. Dirección: Fernando Meirelles. Montaje: Fernando Stutz. Guión: Anthony MacCarten. Produccion: Dan Lin, Jonathan Eirich, Tracey Seaward. Fotografía: César Charlone. Música: Bryce Dessner. Reparto: Anthony Hopkins, Jonathan Pryce, Juan Minujín, Cristina Banegas, María Ucedo, Renato Scarpa, Sidney Cole, Achille Brugnini. País: Reino Unido, Estados Unidos, Italia, Argentina. Año: 2019. Duración: 125 minutos