The Devil All the Time: La ruralidad sombría, otra vez

A ratos con parajes de To Kill a Mockingbird, The Night of the Hunter  o A History of Violence, la película nos habla en el código del fenómeno religioso. Pero es que hablar de la religión no es un asunto sencillo, ataca desde la versatilidad, pues la fe no sólo acarrea el acto voluntarioso del buen vivir y el bienestar, también despierta el ansia y el fanatismo, nos nubla en la justificación de la maldad y -¿por qué no?- ha funcionado en la historia como un método de ocultamiento para la realización de actos denominados tabúes.

La vida rural de Estados Unidos siempre ha sido expuesta en el mundo del cine con particular magia, por no decir misticismo. Sus paisajes y personajes siempre lacónicos deambulan por la redundancia de un mundo casi predestinado, entre la oscuridad y la iluminación, entregándonos pistas a tientas de un cuento rutinario, pero no por ello menos laberíntico, inmerso muchas veces en atmósferas despiadadas. El estreno reciente de The Devil All the Time llega a sumarse a una larga lista de cintas que han reflexionado un Estados Unidos umbroso, caótico en la nebulosa de la calma, culturalmente aciago y atiborrado de alegorías.

La película de Antonio Campos -Afterschool (2008), Simon Killer (2012), Christine (2016)- intenta mostrarnos un macabro retrato sobre Knockemstiff y sus alrededores, zonas que no dan para pueblo, en el estado de Ohio entre las décadas del cincuenta y sesenta. Allí, iniciamos con la historia de Willard Russell, un joven recién llegado de la guerra que vuelve a su pueblo para rehacer su vida tras el trauma de haber visto un compañero de batalla crucificado. Así, logra formar una curiosa familia junto a una dulce esposa y su hijo pequeño, Arvin. La necesidad religiosa empieza a florecer con fuego, Willard se obsesiona y monta una cruz añeja en el patio de la casa, será el altar de sus aullidos. En las historias paralelas aparecen otros personajes, una pareja compuesta por un asesino en serie y una bella mujer con dotes de actriz, igualmente un turbio reverendo que llega a la iglesia del pueblo a ejercer un reemplazo, todo aquello rodeado por el entrecruzamiento, lujuria y el asesinato.

A ratos con parajes de To Kill a Mockingbird (Robert Mulligan, 1962), The Night of the Hunter (Charles Laughton, 1955) o A History of Violence (David Cronenberg, 2005), la película del director neoyorquino nos habla en el código del fenómeno religioso, forma elemental de la vida social que no sólo es externo, sino también anterior y coercitivo, como diría Émile Durkheim. Sin embargo, aquí está la vertiente siniestra, donde la creencia se hace ideología mediante la brutalidad y desazón. Pattinson, Skarsgard, Holland y Keough están más que interesantes en sus roles, aunque no sea una obra redonda, para algunos incluso un portento al sin sentido. Pero es que hablar de la religión no es un asunto sencillo, ataca desde la versatilidad, pues la fe no sólo acarrea el acto voluntarioso del buen vivir y el bienestar, también despierta el ansia y el fanatismo, nos nubla en la justificación de la maldad y -¿por qué no?- ha funcionado en la historia como un método de ocultamiento para la realización de actos denominados tabúes.

Los personajes de la cinta no tienen más que el sobrevivir y el credo, reproducir sus prácticas en un entorno de bosque y rutas de tierra, donde la idea de un Dios entra de maravillas, a rebosar almas errantes que hacen del día a día una construcción alegórica del cansancio y el sacrificio. Siempre pareciera ser que la idea de lo deshabitado produce colapso, crimen, la insatisfacción de la carencia interactiva condenada a converger en el delirio. ¿Qué pasa con esa estética de lo despoblado? ¿Es una invitación a la manía, la obsesión y la malicia? Tenemos historias de amor en la vida rural de Norteamérica, claro que sí, pero lo que más tenemos es delito y transgresión, ¡qué curioso! El vínculo entre Naturaleza y el Mal pareciera ser uno que suele traer éxito en el ámbito cinematográfico, nos sigue dando expectativas y cultivando nuestro imaginario de lo recóndito como maligno. Y qué más revelador que mezclarlo con religión, un anillo que ingresa preciso. Quisiera leer la novela de Donald Roy Pollock, a ver si encuentro algo más, alguna pista para trabajar esta idea. ¿O está estudiada en exceso? Habrá que investigar.

Antonio Campos en 138 minutos se esfuerza por mostrarnos un relato desamparado, sin salida, sangriento y desbocado, pecador, ¿sobre qué? Es interesante inmiscuirse en esa exploración, puesto que innumerables cosas pueden salir de esa mezcla de mundo natural y lo intrínseco de la crueldad o bondad humana, ligada al acto divino de la creencia y entregarse en cuerpo y alma a aquello que niega a mostrarse pero que nos materializa en vida, nos provoca y da estructura a una de las principales instituciones de la sociedad. Nos incita a cavilar sobre algunas ideas que rodean lo sagrado y lo profano, entre los cuales pareciera haber una línea divisoria, y sin embargo, poseen un nexo interesante que funciona para continuar explicando la existencia de narraciones sobre vidas oscuras, abiertamente condenadas. La cinta me deja algunas interrogantes respecto de la introspección en algunas materias filosóficas.

Cuando observamos nuestro mundo interno y sus posibilidades, ¿es que encontramos algo? ¿No será un espacio tan deshabitado como los parajes rurales vislumbrados que se intentó colmar de ciertos símbolos? ¿Será fiel representación lo que para unos es total despropósito? ¿Es el crimen y la lujuria una esencia más de cualquier acto proveniente de una creencia? A falta de experiencias íntegras, preguntas crípticas. 

 

Título original: The Devil All the Time. Dirección: Antonio Campos. Guion: Antonio Campos, Paulo Campos (Novela: Donald Roy Pollock). Fotografía: Lol Crawley. Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans. Elenco: Robert Pattinson, Tom Holland, Bill Skarsgard, Mia Wasikowska, Jason Clarke. País: Estados Unidos.  Año: 2020. Duración: 138 min. Distribuida por Netflix.