Cuando respiro en tu boca (1): Peces en el acuario

Me pongo de pie y perdono / Al daño que a mi oído destrozó / Que sea cierto que odio el silencio / Cuando respiro en tu boca / Penetra tu ojo en mi ojo / Me precipito hacia el cielo / Cuando respiro en tu boca / Cuando respiro en tu boca / De par en par tu flor / Tensión y caída / Cuando respiro en tu boca.

“Cuando respiro en tu boca”, Lucybell (Peces, 1995)

Escribir sobre el primer documental de Carlos Moena, que desde siempre ha sido reconocido por su fuerte desempeño en el audiovisual, tanto en la realización de videoclips como en el medio televisivo, es acoger a la vez lo que ha sido la trayectoria propia como televidente, como consumidora compulsiva de los mismos videoclips, no sólo cuando golpeaba en el rostro la era de oro de este formato en MTV, sino que también cuando en los noventa la televisión local le brindaba varios espacios a la difusión de música chilena. En ese momento, para muchos de nosotros, que “comíamos y seguimos comiendo discos”, todo se escribía sobre la base de atesorar este semillero creativo. Cuando Respiro en tu Boca. La Creación de Peces, aunque no se vale por localizar clips promocionales, cruza con querer lo que es mi biografía, precisamente por las millones de horas en que prioricé con insistencia engullir las “pequeñas películas” -alguna vez les llamé así- que se ajustaron en mi disco duro mental, permitiéndome catalogar a modo de filmografías los estilos, los formalismos y mañas de cada realizador (un buen número se aventuró en largometrajes). Porque para mí eran y siguen siendo eso: mini películas. Y porque quien protagonizaba todo era y es la música.

Escribir sobre este primer documental de Moena, que registra la grabación en agosto de 1994 de Peces, el primer álbum de Lucybell, también involucra enfrentar, sin haber estado entre las cuatro paredes del estudio de grabación Sonus en el barrio Bellavista, al Goliat que es el argentino Mario Breuer en la industria musical como ingeniero en sonido y productor. Un tipo que desde antes de sus 20 años de edad ya estaba más que sumergido en la esfera. Un tipo que venía de vuelta por haber trabajado junto a Sumo, Luis Alberto Spinetta, Charly García (su amado Charly), Virus, Los Abuelos de la Nada, Mercedes Sosa, Soda Stereo, entre otros solistas y agrupaciones que han definido atmósferas más allá del continente latinoamericano. Creo que tener la misión de rebajar la intensidad de las tensiones frente a la presencia de ese Goliat fue el desafío mayor de los cuatro amigos y compañeros que abrazaron en su primer periodo las influencias de The Cure, Killing Joke, Cocteau Twins y Joy Division. Digo compañeros porque cursaban la carrera de Ingeniería en Sonido en la Universidad de Chile. Bajar las tensiones de Claudio Valenzuela, Gabriel Vigliensoni, Marcelo Muñoz y Francisco González, ante el reto de grabar un álbum en ocho días fue sin duda, y creo que todavía es, sinónimo de presión, además de saber que hay que convivir con un gigante que se sabe consolidado, más que exigente y colmado de histrionismo. Me atrevo a reiterar tensiones y presión porque no debió ser fácil ser tripulante de tamaño buque, sin borrar de la cabeza que la meta era lograr un trabajo de joyería que indiscutiblemente deseaba Breuer.

“Fue a los cinco o seis años que empezaron a surgir mis relaciones con la música. Teníamos un equipo bastante bueno en el que sonaban Beethoven, Vivaldi, Bach, Mozart… en fin, los clásicos. ‘¿Vos te das cuenta de que entran los violines?’, me preguntaba mi papá, que le gustaba sentarse en el living a escuchar discos. Yo no advertía la entrada de los violines, pero sí escuchaba una música maravillosa, armoniosa y que componía una obra en sí misma. Mi viejo insistía en que me diera cuenta de las partes de la música y a mí lo que me entraba era el todo. El todo, con los años, fue un sello en mi modus operandi”. Nada de procesos separatistas nos dice este hombre de la metodología en "Breuer por Mario", capítulo uno de su libro autobiográfico Rec & Roll (2017). Ya estaba en su ADN configurar el cuerpo absoluto y es lo que le manifestó a la banda. Y él sabe lo que es producir en Chile: el limpio Doble Opuesto (1990), de La Ley (el “padre” y talentosísimo Andrés Bobe tuvo acercamientos con  Lucybell), y La Espada & La Pared (1995), de Los Tres.

Ahora es el turno de que ingrese Moena en este acuario sonidero. A veces da la impresión de que él es un quinto Lucybell registrando la aventura de la grabación de un álbum profesional, como un niño que espía en un estudio, que intenta no aumentar el nerviosismo entre sus amigos y evita sacar de quicio al severo maestro. Sigue a los cuatro jóvenes que se encuentran en el deber de responder, de dar lo mejor de sí a pesar de ciertas inconsistencias en sus procesos exponiendo sus personalidades, habilidades, virtudes y defectos. Cuatro perfiles, cuatro peces nadando en el acuario. Cuatro músicos poniéndose de acuerdo en menos de una semana y media para remar hacia el mismo mar y no terminar naufragando. Eso sí, sabiendo que no estaban todavía bajo el alero de una casa discográfica, estaba la conciencia de que el objetivo era correr por una ruta al estrellato (de todas formas, no hay que pasar por alto que "De sudor y ternura" y "Grito otoñal"  tuvieron su debut en el cassette-compilatorio Grandes Valores del Under, editado por EMI Odeon­ en 1992, donde otra figura central fue Hernán Rojas).

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Los registros en Hi-8 con una cámara prestada, como bien lo ha manifestado Moena, no discriminan rincones, se acercan a cada integrante, a Fernando Arratia, el asistente en ingeniería en sonido y pieza fundamental de esta travesía, y a Breuer. Se incorpora la modalidad de la entrevista, aunque desde una propuesta simplificada porque el grito de los instrumentos, de los tableros, los sistemas de grabación análogos en cinta -que vivían sus últimas temporadas de auge- y los rasgos de los Lucybell, que son capaces de rotar por otros sonidos durante los “paréntesis”, prevalecen en esta historia. En los ocho días inspeccionados, y sin ver la luz del sol, Claudio se puede percibir más diluido y carismático; Gabriel, quizás sin obligarse, pareciera ser otro asistente de Breuer entre su exactitud y aportación atmosférica, muy atento a cada movimiento, con un nivel de comprensión en la lectura del proceso impresionante, como un “mateo” en todas sus dimensiones; Marcelo se demuestra versátil instrumentalmente, incluso protesta en que es un prescindible lo que brinda humor, además del que explota una y otra vez el productor; y Francisco toma la senda constante entre la persistencia y la terquedad, sin limitarse a discutir, escuchar, tomar consejos y aprender para “madurar” en la batería: por ahí Goliat sugiere el single Woman in Chains del álbum The Seeds of Love (1989), de Tears for Fears, como ejemplo a considerar en su percusión.

En el acuario se siente el peso de la claustrofobia, de la máquina que no cesa, de la repetición; de la inflexibilidad del productor, tras haber llegado con la selección definitiva de doce canciones a las que les cuesta arribar o no se anclan en puertos de felicidad entre invasiones de carne, tacto, cielos, desposeídos, promesas, rabia, abismos, reproches y sarcasmo ("Ángeles siameses" en pocas frases expulsa mucho); del shoegazing, que marcaba la posición etérea de Vigliensoni y que ya imponía Cathy Lean junto a Malcorazón en San Bernardo (1995) (él contribuyó en este trabajo en "Aguas Azules"). Se percibe el cansancio. Se demuestra el trayecto que procura cuidar en el mismo montaje la linealidad de cómo comenzó y cómo se dio por finalizado Peces. Tampoco se finge en que prevalece sólo la expresión (musical) y no el mercado. Breuer es categórico en eso y los por entonces cuatro jóvenes medio ingenuos, aparentemente, medio cortados, trabados para expresarse y soñadores, frente a la cámara que los captura mediante primeros planos, revelan el apetito de la trascendencia. Hay que destacar que Moena utiliza un recurso bastante particular. En esa línea establece dos intervalos que permiten aterrizar el acuario en el contexto chileno: un televisor que irrumpe en un fondo negro salpicando lo que consumíamos, lo que leíamos, lo que bebíamos, la “proto-farándula” -desde siempre existente, aunque sin la “chapa” que se encumbró a partir de 2000-, el clásico y estático modus operandi de los periodistas de departamentos de prensa frente a la lectura del lead noticioso, los acuerdos internacionales con Eduardo Frei Ruiz-Tagle a la cabeza y la infaltable corrupción en los círculos de poder -pésimo chiste normalizado y enquistado-. Son dos ventanas que permiten escapar del acuario.

Me detengo otra vez. ¿Y cómo se gestó toda esta articulación de lo que fue uno de los grandes hitos de la historia de Lucybell? ¿Fue una abundante nostalgia que atravesó a Moena? No. El reencuentro con los registros, ocurrido 23 años después producto de un cambio de casa, que llegaban a un máximo de seis horas aproximadamente y que fueron digitalizados para ingresar al montaje, fue el primer impulso. Si desde una raíz el propio realizador no deseaba imprimir nostalgia creo que le ha costado derribar tal muro, porque además de invitar a sentir el latido de lo que significa el día a día de grabar una placa en esas condiciones, de manera indudable cruza y despierta contextos, vivencias, aromas, lecturas, todo tipo de circulaciones de la era noventera. Aprovechando esta cierta supremacía nostálgica, el otro gran árbol de esa era -podría decir un gran roble- que no sobrevivió en términos de lo que nos convoca, fue el Proyecto del Nuevo Rock Chileno; ciclo que estalló con energía a partir de 1995, cuando Alerce, Sony Music, BMG, Warner Music y EMI, sello líder en esta tarea, se encargaban de editar los trabajos de un puñado de bandas como Chancho en Piedra, los ya citados Malcorazón, La Pozze Latina, Los Morton, Los Miserables, Panteras Negras, Javiera & Los Imposibles, Christianes, Fiskales Ad-Hok, Bambú y Los Tetas, por mencionar algunos. Por supuesto que Lucybell estuvo en la nómina. Su fin: fortalecer a nuestra “industria musical”. Asimismo, se congrega la nostalgia del encuentro que le antecede al encuentro con los registros: el recuerdo de un joven Carlos Moena que realizaba su práctica en Televisión Nacional, medio donde conoció a Gabriel Vigliensoni, otro practicante, que le habló sobre su proyecto Lucybell. Me imagino que Moena quedó en la total sorpresa al enterarse de que un excompañero de colegio era un integrante más. Se trataba de Marcelo Muñoz.

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Tanto Netflix como otras plataformas y festivales han logrado darle nuevos bríos al género del documental musical, pudiendo incluso trasladarlo a una revitalización. Si instalo sólo dos nombres, por mencionar poco y nada, aunque nunca es poco viniendo de ellos, Martin Scorsese y Jem Cohen son ejemplos clave que han optado por localizarse en este mapa. Si nos ubicamos en este sitio para generar una lista de títulos, resultaría un caudal considerable y demasiado necesario tanto para atesorar como para indagar en fondos, formas de construcción y en la misma historia global. En ese sentido, aterrizando en Chile, destaco la labor de Susana Díaz Berríos en Supersordo. Historia y geografía de un ruido (2009), Hardcore. La revolución inconclusa (2011) y Ellas No (2014), que persiste en la misión de brindarle voz y consistencia a figuras y sonidos de densidad “subterránea”. Es lo que permite el género: reconocer más allá de lo que abunda en los medios de difusión tradicionales. A razón de esto, me volvió a la mente lo último tras un comentario que hizo mi acompañante en la avant-première de Cuando respiro en tu boca en Cineteca Nacional: Veamos al cine como otro dispositivo que nos permitiría revisar y reconocer aristas ignoradas de una expresión más inmediata (música) por el común de los individuos. ¿Pero cómo lograr de verdad mediante el cine, expresión que aún no quiebra su patrón elitista, que la historia de la música se nos vuelva más cercana?

Cuando respiro en tu boca, ganador de In-Edit Chile 2018, que ha dado vueltas por México y España, y que ya venía con un trozo de gloria bajo el brazo porque parte del equipo de este trabajo triunfó en 2016 en el festival con Unfinished Plan. The Path of Alain Johannes (2016), de Rodolfo Gárate, documental que navega por la genialidad creativa y el desgarro de la pérdida del increíble músico, impone dureza, nostalgia, humor, psicología; invita a  detenerse y pensar sobre los procesos de grabación que quedaron obsoletos tras ser aplastados por los sistemas digitales; invita a conocer a los alumnos y al cerebrazo de Breuer que no se detiene para sacar adelante Peces, material que hasta ese momento se encontraba bajo el amparo económico de privados. Como dije antes, un álbum que transitaba a ciegas: ni siquiera contaba con un sello y luego de varios accidentes fue “bendecido por el rescate” hasta ser lanzado por EMI Odeon en abril de 1995, que causó otro golpetazo con Ser Hümano!! (1997), de Tiro de Gracia.

Breuer es un tipo capaz de dirigir orquestas desde puntos a veces imprevistos, desde una exageración exquisita, vital y con salidas inesperadas dado su carácter, humor y ánimo. Se ponga o no en duda los destellos actuales de la banda que eligió permanecer como trío -Eduardo Caces, “Cote” Foncea y Valenzuela-, además del conocimiento de “la catástrofe en varios niveles” durante el periodo de creación de su mítico trabajo homónimo de 1998 ­­-el famoso “álbum rojo” celebrado más allá de sus fanáticos acérrimos-, aquellos Lucybell, aprendiendo a escuchar al productor, lograron un despegue estridente entre sus seguidores, los no tan seguidores, en ventas y en la prensa especializada, sin desconocer que sus demos ya presentaban un rasgo distintivo que los alejaba del consumo del típico auditor de comienzo de los noventa. Y Moena, en vez de dirigirse al terreno más simple como el de aunar una gran cantidad de cuñas y de testimonios, fue inteligente en su objetivo: provocar y hacer sentir el tedio, el agobio, el encierro, el estado de alerta, la presión del reloj y las decisiones que se exaltan en un estudio de grabación. Le guste o no que lo llamen el “quinto Lucybell”, lo logró. Cómo no, si fue vital tanto en compañía como en la dirección de videoclips de los singles de Viajar (1996) -que la banda produjo junto a Breuer-, de Lucybell (1998), sin olvidar el inexperto "De sudor y ternura". En síntesis, enfrentamos el paso de Claudio Valenzuela, Gabriel Vigliensoni, Marcelo Muñoz, Francisco González y Carlos Moena por la exigente escuela de un Goliat de la industria durante ocho días. Como dijo alguna vez el cinéfilo caleño Andrés Caicedo: “¡Que viva la música!”.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Cuando respiro en tu boca. La creación de Peces. Dirección: Carlos Moena. Guión: Carlos Moena. Producción: Carlos Moena, Rodolfo Gárate, Felipe Arancibia. Casa productora: The Union Films. Fotografía: Carlos Moena. Montaje: Carlos Moena. Sonido: Ignacio Cubillos. Reparto: Mario Breuer, Fernando Arratia, Claudio Valenzuela, Gabriel Vigliensoni, Marcelo Muñoz, Francisco González. País: Chile. Año: 2018. Duración: 90 minutos.