Como me da la gana II (2): Palabras para los espectadores

Al principio, como obligado, uno tiene que explicar la película y entonces decir algo así: Como me da la gana II es un documental dirigido por Ignacio Agüero, especie de secuela de su homónimo realizado allá por 1985 en torno a las condiciones del hacer cine durante la dictadura (que no he tenido posibilidad de ver). En él, con la excusa de repetir el ejercicio de ir al encuentro de equipos cinematográficos en pleno rodaje y preguntarles qué es lo cinematográfico en eso que están haciendo, se nos entrega un montaje que mezcla registros personales del director, reflexiones extraídas de la sala de montaje del mismo filme, material de otros documentales del autor, junto a escenas de niñas y niños que asisten a uno de los talleres de cine de Alicia Vega. Todo esto va unificado por una narración mínima en la voz de, sorpresa, Ignacio Agüero. Pero no es una cuestión fácil decir de qué se trata Como me da la gana II. Pareciera que una tarea menos fácil aún es enjuiciar esta película, en tanto su director es una figura de una trayectoria política y artística tremenda, la que además queda representada en la misma película. Más todavía, cuando en ella se da cuenta del notable trabajo educativo de Alicia Vega. Y, más encima, cuando su forma y su contenido han sido estructurados en un modo poco tradicional (o sea, la película parte varias veces).

Todo esto para decir que quiero hablar del filme en sí mismo, suspendiendo un poco la cuestión de su autor y sus protagonistas para centrarme en la película que vi y sus efectos. Me ha sorprendido que los textos que he leído sobre Como me da la gana II  han enfatizado dos cosas. La primera es que es una película de Agüero, es decir, se la ha inscrito en una trayectoria autoral donde el valor de la película queda enganchado a cierta reputación o a su posición en relación a otras películas. Y, en segundo lugar, se la ha destacado como una película de reflexión o una película para cinéfilos, es decir, para gente entendida (o para gente que está pensando las cuestiones del cine desde el cine, es decir, no simples espectadores, por ejemplo, en opinión de Antonella Estévez). Creo que la película les da la razón en ambos puntos, tanto porque la figura de su autor es insoslayable, como porque el montaje y la modalidad de narración enfatiza que este no es un ensayo sobre cine sino un ensayo con cine. Aun así, no puedo dejar de hacerme ciertas preguntas.

La primera es por el argumento. Su tráiler y las reseñas que la han acompañado publicitariamente anuncian que lo que sucede en este filme es que se “invade” o se “interrumpen” filmaciones de otros directores para reflexionar sobre lo cinematográfico. ¿Es eso lo esencial de este documental? ¿O anunciar que se mostrará a ciertos directores hablando -en el voyerismo de ser objetivados por otra cámara- es una excusa para atraer a esos espectadores preocupados de pensar el cine? Efectivamente, vemos a directores chilenos contemporáneos cuestionados, pero su presencia es una parte mínima del metraje (y esto lo reconoce el propio Agüero).

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Incluso, y con la excepción de las conversaciones con José Luis Torres Leiva y Alicia Vega, la aparición de las entrevistas a los directores produce una disonancia con el resto del material. Para partir, estos directores no han sido interrumpidos ni invadidos, como se nos promete, simplemente son cuestionados, en sus propios términos, por un colega. Las respuestas me parecieron apuradas, algunas incluso trilladas (muy cercanas a los pitchs, como destaca Vanja Munjin), y quizás eso se deba al modo mismo de la conversación, más cercano a un cuestionario que a un diálogo. Pero además hay que achacarlo a la pregunta misma: “¿qué es lo cinematográfico de lo que están haciendo?”. Me pregunto si este modo de preguntar es el mejor modo de hacer que alguien explicite el meollo de su trabajo. ¿Qué es lo “trabajístico” de su trabajo? ¿Qué es lo “carpinteresco” de esta silla Sr. Carpintero? Quizás acá habría que recordar que lo que hacemos cuando trabajamos corresponde al orden de un saber implícito y, parafraseando a Wittgenstein, ciertas cosas mejor mostrarlas que hacérselas decir a otros.

Claro, se puede argumentar que lo que está en juego es una especie de “meta-nivel” que pone a cineastas a dar cuenta de la esencia del cine precisamente a través de un medio cinematográfico y que, por tanto, estas secuencias no cumplen una función informativa (es decir, no se trata de contestar la pregunta). Además, la cuestión de lo “meta” está presente en el resto del filme, ya sea en la autorreferencia a otras películas del director, en la sala de montaje, etc. En esto, tengo que reconocer que la inquietud es mía. ¿Por qué esto no (me) funciona? Pienso en otros filmes que juegan con este meta-nivel, por ejemplo, Les plages d'Agnès (Agnès Varda, 2008), donde la introducción de la meta-referencia (a sí misma, a otros filmes, a otras historias) es apoyada (para placer del espectador) en un potente relato, en un decir que te hace seguir mirando. Entonces, quizás, (me) faltaron palabras (palabras del director) que pudieran sostener este montaje (casi como por amabilidad, pero ¿qué le puede pedir uno a una película que se llama Como me da la gana II?).

En segundo lugar, quisiera hablar de la referencia a ciertos “fuera de campo” y las imágenes que resultan de ellos. Si algo se opone en Como me da la gana II al acto de cargar la pantalla con referencias (a otros directores, a otras películas, a otras personas, a una vida) es una referencia muy cuidada respecto a un afuera. Es incluso la pregunta que desaparece en la comparación entre las entrevistas a los directores que trabajaban en los ochenta versus los directores contemporáneos: “¿quiénes te gustaría que vieran esta película?”. Pero además es lo que se nos ofrece en las caras fascinadas de los niños yendo al cine. Quizás (solo quizás) aquello que sea lo cinematográfico sea lo que le pasa al espectador (frío, frío). Y, entonces, ¿por qué hacer una película sobre la naturaleza de lo fílmico que (me) es entregada en una forma tan poco amable (para un espectador no-experto)?

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La respuesta a esta pregunta podría estar en la imagen del cine, en tanto hecho social, que resulta de este filme: pareciera que los directores de hoy estuvieran a su vez en una escena, una escena protegida, sin mundo, entregados a sus preocupaciones conceptuales o artísticas, totalmente refugiados de cualquier “invasión” de lo social (a diferencia de la escena de los ochenta, donde a los directores se les viene, literalmente, la gente y los pacos encima de la filmación). Como complementando esta imagen, a los niños de los talleres el cine les llega como un mirar, una proyección, un dibujar un fotograma, un repetir la experiencia que los Cien niños esperando un tren (1988) tuvieron hace años, en suma, como una información sobre cómo son y se hacen las películas; es decir, pasivamente (lo que no es una crítica sobre el trabajo de Alicia vega, sino sobre lo que se muestra de ese trabajo). Si a esto le sumamos las cavilaciones en off del director y la montajista que llegan desde ese más allá que asemeja la sala de montaje, pareciera que las alternativas que la película nos ofrece a los espectadores son reducidas: mirar a otros creando o pensando una película, mirar una película o dejarnos filmar.

Sin embargo, hay una escena de Como me da la gana II que me queda dando vueltas. Éramos unas ocho personas en la sala. Recuerdo que nos pusimos a reír cuando comenzó y luego nos fuimos quedando en un silencio profundo, como si nos hubieran descubierto haciendo algo malo. Es la escena de la niña mirando una película. Resulta imposible transmitir su gracia en un texto (ergo: vaya a ver la película). La cuestión es que la niña está absolutamente capturada por la proyección, está fascinada, y al mismo tiempo lucha contra su propia distracción para mantenerse atenta. Pero además lucha contra sus compañeros en el banco trasero, que miran el celular y la molestan. La niña tiene que responder de vez en cuando, se da vuelta y dice algo. Luego vuelve a la pantalla, su cara muestra que la fascinación sigue operando en ella. Y así varias veces, en una lucha tremenda por ver y seguir viendo. Por lo mismo, quizás estas breves reflexiones mías sean un poco injustas para un filme que nos lleva por tantos lugares y materiales distintos y que probablemente no pretende, en último término, contestar una pregunta ni darle al espectador otra cosa que un momento fascinante, que por mera añadidura gatille una reflexión. Además, en este tránsito de film a texto, entre la película y este texto, probablemente lo cinematográfico se (me) arranca, como una suerte de mañosería del cine, de la que Como me da la gana II ofrece una prueba. A los espectadores nos queda seguir luchando.

Nota comentarista: 6/10

Título original: Como me da la gana II. Director: Ignacio Agüero. Guión: Ignacio Agüero. Montaje: Sophie França Fotografía: David Bravo, Arnaldo Rodríguez, Gabriel Díaz, Ignacio Agüero. Casa productora: Ignacio Agüero & Asociado. Producción ejecutiva: Tehani Staiger, Viviana Erpel. Productor asociado: Amalric de Poncharra. País: Chile. Año: 2016. Duración: 86 min.