Como el cielo después de llover: Encontrar el propio deseo

Como realizadora, Mercedes Gaviria recoge los archivos de filmaciones familiares, los rescata, los monta, los reordena y les da otra mirada para revertir la idea de que la historia de su familia era solamente una, la que contaba su padre a través de sus películas caseras, que Víctor concebía como una caja de recuerdos para no olvidar la niñez de sus hijos. La joven directora sostiene que quien lo filma lo hace con una intención, pero quien monta el archivo puede hacer una segunda lectura, un reordenamiento.

La primera vez que tuve la oportunidad de acercarme a la obra de la joven directora colombiana Mercedes Gaviria fue en el Festival de Documentales DocsValparaíso del año pasado, donde fue jurado y participó en el panel Mujeres documentalistas latinoamericanas: entre los archivos familiares y la historia política”, que buscaba reunir a jóvenes realizadoras del continente que trabajan con archivos y memoria, cruzando lo personal con lo político (que en su caso no se refería a la historia de su país, sino a la imagen pública de su padre, el reconocido director colombiano Víctor Gaviria).  

En ese espacio de puesta en común de motivaciones de mujeres realizadoras que nacieron siendo filmadas por sus familias y que recuperaban esas películas domésticas en una búsqueda de identidad personal, Mercedes propició un intercambio de películas entre las realizadoras que culminó en un bello ejercicio en que se comentaron sus obras unas a otras. Había en Como el cielo después de llover, su primer largometraje (que acaba de estrenarse en Chile a través de la plataforma del Centro Arte Alameda TV), una particular forma de trabajar el archivo, que la hermanaba con las otras películas latinoamericanas de mujeres jóvenes que hacen del documental su trinchera desde donde proponer otros cines posibles. 

Antes de ver la película, y sin saberlo, ya había conocido parte de su obra a través del oído y no de la vista, porque el sello de su particular manera de entender el cine se había plasmado en su rol de sonidista en el diseño sonoro de Las hijas del fuego, de la vanguardista directora argentina Albertina Carri. La película necesariamente es considerada por Mercedes como parte de su kit feminista, un manifiesto o amuleto al que vuelve para encontrar respuestas cada vez que se pierde en el camino. 

Como si no le hubiera bastado con ser parte de la película más rupturista del cine argentino reciente, que le disputa al porno un lugar reivindicativo desde la representación de otros cuerpos, Mercedes también integró el equipo del filme chileno más feminista y radical del cine chileno: el documental Visión nocturna de Carolina Moscoso, con quien compartió la residencia Walden con la productora y asesora de escritura documental, la catalana Marta Andreu. A través de la pulsión del personaje de Carolina, Mercedes logró entender cómo se componían los silencios, cómo sonaban los recuerdos y el archivo, y nunca estuvo más cerca de la experiencia de construir el sonido de la memoria.

El sello de la Mercedes sonidista también dejó su particular huella en la última película de la directora argentina Clarisa Navas, Las mil y una, donde asistimos a la construcción de un mundo sonoro como un compañero permanente de las jóvenes disidencias que habitan lugares hacinados en el barrio periférico de Las mil viviendas en la Provincia de Corrientes. Como si fuera poco, en estos días Mercedes acaba de ganar en el BAFICI el premio ASA al Mejor sonido por Canal 54, de Lucas Larrieta, un documental de indagación sobre las imágenes de la llegada del ser humano a la luna, cruzadas por teorías conspirativas.

El cuerpo de todas las mujeres

La segunda vez que entrevisté a Mercedes fue un día antes del estreno de Como el cielo después de llover en salas de su natal Medellín en Colombia (en el paréntesis que permitió la pandemia), donde pudimos conversar a fondo sobre su película, concebida por ella como una de archivo y de montaje. Cuatro años le demoró volver en el tiempo para poder leer una historia personal y muy íntima, que también es sobre el cine que hace su padre, Víctor Gaviria, reconocido representante del cine realista en Colombia.

Como asistente de dirección de Víctor en La mujer del animal (2016) -una crudísima historia basada en hechos reales, sobre una joven sometida en condiciones de esclavitud a un hombre abusador que la obliga a ser su mujer-, Mercedes comienza a preguntarse cuáles eran las imágenes que se estaban construyendo y por qué; cuestionamientos que el equipo masculino parecía no hacerse. Sintió que el sufrimiento de la mujer del animal se revivía fácilmente en el cuerpo de todas las mujeres, una sensación que le llegaba al ver la representación de los golpes o de una violacion en una actriz. La violencia de género somatizada en las espectadoras.

Surge, entonces, un cruce de preguntas que ella empieza a hacerse, en una búsqueda personal de lo que significa crecer para una mujer en esta sociedad, en Latinoamérica y en una Colombia marcada por 50 años de violencia política y conflicto interno. Comienza a tomar una “distancia perfecta” (como señala en una suerte de manifiesto final en voz en off que hace bajo el cielo después de la lluvia) de su familia y de la forma de hacer cine que había conocido, al irse muy joven a estudiar cine a Buenos Aires. Organiza sus ideas de la vida y del cine, abriéndose a las posibilidades y la pluralidad dentro de uno que sea distinto al hegemónico y al grande, que le permita encontrar un lugar de libertad dentro de la creación cinematográfica, de las imágenes, y experimentar el propio deseo. 

Como realizadora, Mercedes recoge los archivos de filmaciones familiares, los rescata, los monta, los reordena y les da otra mirada para revertir la idea de que la historia de su familia era solamente una, la que contaba su padre a través de sus películas caseras, que Víctor concebía como una caja de recuerdos para no olvidar la niñez de sus hijos. La joven directora sostiene que quien lo filma lo hace con una intención, pero quien monta el archivo puede hacer una segunda lectura, un reordenamiento. Es en los huecos del archivo que comienza a tejer la estructura de su película, que recibió una Mención del Jurado Joven de la Crítica en Festival Internacional de Mar del Plata en 2020.

En la tercera conversación que sostuve con Mercedes con motivo del estreno en Chile de “Como el cielo después de llover” en el marco de marzo feminista de Centro Arte Alameda, la realizadora señaló que el archivo fue para ella una suerte de revelación en su forma de pensar el cine, porque revisionando y remontando los materiales se revierte el sentido de las imágenes. Mercedes Gaviria piensa en el montaje como una herramienta política para desdibujar una historicidad desde un único punto de vista.

Diario íntimo como archivo

Se propuso escuchar voces que parecen menores, pero que no lo son. Como la de su propia madre y sus sentimientos escritos en un diario de vida íntimo mientras estaba embarazada y Víctor viajaba fuera de Medellín a filmar sus películas. Entonces, Mercedes quiso hablar con su mamá y rescatar materiales e imágenes de archivo, que no estaban filmadas, sino que estaban escritas, pensando en cómo podían convivir esos archivos menores. El diálogo fracasaba todo el tiempo y la entrevista era casi imposible. Había un fuera de campo que ella y su mamá sabían, pero que no querían poner en evidencia.

Mercedes rescató el diario como un dispositivo, como parte de la poética sobre las voces de las mujeres, el silencio de su madre, la posición de las mujeres en la historia, generalmente atrás. Diarios, cartas, cotidianeidad valiosa, pero también conformidad, otra manera de pensar la familia. El diario era el único punto de comunicación con su madre. “Había un silencio tan rotundo del presente que la única manera era hablar con esa mujer de 30 años que ya no existía”, que tenía sentimientos que Mercedes sentía ahora que tenía su misma edad.

Su madre era una mujer que vivió otra época, donde se acallaron muchas cosas, donde el deseo de las mujeres no estaba para nada puesto sobre la mesa, en el contexto de una ciudad sometida a la violencia política, señala Mercedes. Por eso hay algo de las imágenes de La mujer del animal que hace que las mujeres revivan la violencia de género, aunque no la hayan sufrido directamente.

La violencia política es parte también de su preocupación en su último corto, Otakustas (2020), realizado durante la pandemia, que reflexiona sobre la escucha furtiva, el ir y venir, el chismoseo, como la definición coloquial de la palabra que lo titula. En la primera cuarentena por la pandemia, Mercedes se dio el espacio para pensar el cine desde los diferentes roles, el cruce entre técnica y la búsqueda más humanista. En esta película realizada desde el encierro entendió el sonido como un medio cinematográfico y un lugar donde pueden transitar distintos pensamientos, algo más inestable, que se tambalea un poco más, menos definido; un camino que podía recorrer más libremente, un lugar desconocido a conquistar desde cero, sin la tradición familiar.

Otakustas, que fue estrenado en el Festival de Cine de Cosquín del año pasado, refleja su preocupación por la violencia política, con noticias recientes ocurridas en Buenos Aires que le recordaron a Medellín. Un corto hecho bajo las emociones del encierro, con muchos días pensando y dando movimientos en círculo con algunas ideas, con el agotamiento del no poder seguir la vida allá afuera. Desde el sonido como el tiempo de la imagen y el cine, Mercedes pensaba no solamente en una posibilidad de tiempos, sino también de habitar diferentes espacios aunque sea mentalmente, en el momento en que estábamos quietos y el mundo estaba sucediendo. Otakustas habla de la emocionalidad que producían ciertas noticias en pandemia, una reflexión sonora desde el silencio, material anverso en el cine.

 

Título original: Como el cielo después de llover.  Dirección: Mercedes Gaviria. Guion: Mercedes Gaviria, Mauricio Reyes Serrano, Alejandra León. Fotografía: Mercedes Gaviria. País: Colombia.  Año: 2020. Duración: 76 min.