Cine chileno 2014: agotamiento y anamorfosis

El agotamiento es tanto una inflexión como un punto de crisis, una zona donde las cuestiones pueden cambiar, extenderse o quedarse estancadas. Como metáfora social es una constante en el cine chileno del último año que está presente en varios niveles y desde distintos tratamientos artísticos: pasa por lo institucional, lo político, como también por las relaciones humanas y por un estado general de pesantez. Ese estado de agotamiento/estancamiento parece estar polarizado entre dos límites. Por un lado el de un trauma que es frontera y clausura y, por el otro, desde la distancia cínica, la posibilidad de un lente anamórfico para poder vernos de otro modo, desde otro lugar.

De lo político. Un documental inquieto por las formas de lo político y el ambiente social de las movilizaciones durante y después del 2011, que habla de un agotamiento en lo político. La aguda observación de Propaganda del Colectivo Mafi debe entenderse como señal de alerta respecto de las formas cristalizadas y fatigadas de la política de los consensos en un clima cultural de malestar. El retrato del marketing y la fábrica televisiva, la lucha de clases y de discursos traspasan los cuidados encuadres y las relaciones entre los planos construidas desde el montaje en un documental de inspiración Dziga-Vertoviana y cierta distancia analítica e irónica, que habla de la crisis que recorre la democracia chilena y alicaído sistema de representación que termina con las propagandas políticas en la basura y las urnas de votación vacías.

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En tanto El Vals de los inútiles, de Edison Cajas, también registra el cambio del paisaje social y político desde la perspectiva del movimiento estudiantil, centrado en un seguimiento a la toma del 2011 del Instituto Nacional y la acción pública de 1.800 horas de maratón por la educación. Con un punto de vista “desde adentro” y una clara apuesta por la dimensión afectiva de la política, el documental de Cajas es también un retrato de la frustración de un movimiento cuya demanda de fondo –una educación igualitaria y estatal– nunca fue resuelta.

De la institución. Volantín cortao, de Anibal Jofré y Diego Ayala, y Matar a un hombre, de Alejandro Fernández Almendras, parecen también estar hablando de tiempos sociales  y frustración social. Ambos filmes tienen en común la dimensión burocrática de la institución y la posibilidad –o no– de subvertirla,  ir más allá de ella. En ese sentido promueven el postulado de una imaginación respecto de la institución y lo social.

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En el  caso de Volantín cortao se trata de clases sociales, instituciones y bordes, y narra la relación entre Paulina (estudiante de trabajo social) y Manuel, en un centro de reinserción social. En dos relojes distintos, pero con un tiempo en común, la película aborda la dificultad de desarrollo y socialización de ambos en el espacio institucional. Ante las expectativas laborales que se van frustrando, Paulina empieza a reaccionar contra el centro y las distintas exigencias burocráticas que les son exigidas. El filme asume cierto efecto “lumpenizante” donde el contrato con la institución parece ser apenas un mecanismo de débil subsistencia en una vida social sin expectativas de inserción ni desarrollo personal. Desarmante, pesimista, la película filma los espacios de precariedad social, en un marco donde las instituciones sociales… no logran instituir.

En Matar a un hombre se trata del seguimiento de Jorge, un padre de familia de clase media, amedrentado por un maleante en un  barrio de los suburbios de Chillán y quien ante la falta de protección policial y jurídica decide tomarse la justicia por sus propias manos. La película marca dos cosas. En primera instancia: la desigual justicia en un aparato estatal cuya burocracia recae sobre el más débil. Por otro, la idea de que ante este descampado, se trataría de una guerra de “todos contra todos” donde los valores de clase habrían desaparecido. Frente a esto Fernández Almendras no busca causas sino hechos, acciones y efectos. La rabia que un poco maniqueamente el director nos hace sentir (identificándonos con el protagonista desde una suerte de victimismo) se devuelve en culpa social, trauma y, finalmente, imposibilidad de salir de la justicia.

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Realismo traumático. Junto con el correcto retrato realista de los espacios intermedios entre clases sociales e instituciones, Fernández Almendras postula también un realismo traumático generado por el efecto del crimen y la imposibilidad de huir del peso de la muerte. Luego de su encuentro con el cadáver, la materialización de su propio acto, enfrentado al límite de sí mismo, Jorge no deja de repetir e instalarse en una zona de indeterminación. Aquí la película que nos ha llevado en un ritmo ahogante pero firme, se detiene y pareciera no poder salir del impacto de su propia acción. El cadáver flota en un punto muerto narrativo que es también una muerte extendida al propio protagonista, algo de lo que no se puede huir.

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Pesimismo, pesantez e incluso alegoría es también lo que está en Las niñas Quispe de Sebastián Sepúlveda, una película basada libremente en la obra Las brutas de Juan Radrigán, pero aún mas enfáticamente en las hermanas Quispe halladas muertas durante los primeros meses del golpe, en un tono cinematográfico que adhiere a la ritualidad, al páramo y la tierra desde un arcaísmo social, sin esperanza. El plano final, performance de muerte por parte de las dos hermanas, produce una especie de punto cerrado, una puerta sin salida, donde la ficción parece terminar de forma abrupta y frontal al espectador, un plano obtuso donde nuevamente no hay un cierre simbólico, si no pura herida expuesta.

¿Agotamiento metafórico? ¿Ficciones cerradas? ¿Puntos que limitan una imaginación cinematográfica, que fracturan lo real?

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Anamorfosis.  La ironía como salida, búsqueda de una mirada anamórfica o lateral. Soy mucho mejor que voh de Che Sandoval es más de lo que parece en una primera mirada. Comedia negra ambientada en la noche santiaguina, es también el retrato de lo que sucede al interior de los modos sociales, las fracturas afectivas, subjetivas y relacionales que en la repetición, el tic, el soliloquio también radiografían cierto  estado de los “patios interiores” de Chile. Quizás el aporte mayúsculo –aunque debo decir que me sedujo la apuesta cinematográfica del desvarío y la errancia– sea el hecho del habla, un habla dislocada, garabatera y lasciva que en su dimensión social, se vuelve un habla sexualizada, y a la vez reprimida y violenta, donde Naza es el derrotero del exitismo chilensis en la búsqueda incesante de poner su pene en alguna vagina. Sin embargo es en el lente cinematográfico donde lo literal se transgrede a favor de la paraodia al machismo fracasado, y desde ahí, una radiografía síntomas sociales del “espacio intermedio” de la socialidad.

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Los Rockers, el documental de Matías Pinochet, está también filmado con soltura, y es en el seguimiento a las expectativas frustradas de una banda de rock “media” donde Pinochet encuadra también los hábitos y el “espacio intermedio” de la socialidad. Al igual que en Soy mucho mejor que voh es en el detalle donde asurge lo monstruoso, la lupa donde el absurdo aparece en toda su dimensión: una manager vinculada a agrupaciones de izquierda los lleva a tocar a reuniones sociales donde el estilo de la banda no cuaja, entre medio de las desmotivaciones de los propios personajes, así también el llamado “auto-complot”, donde esta comedia documental se vuelve hilarante.

Desde la posibilidad de una lateralidad, el documental de Matías Pinochet es también el del agotamiento de la institucionalidad artística y el límite de los imaginarios culturales que se establece en ese “roce” entre la conciencia punk/rockera y las reuniones sociales de izquierda que, en un correlato con Propaganda y sus urnas vacías, parecen un viejo espacio de ruina, un monumento a la falla y por ende el estancamiento social de la imaginación política.

Iván Pinto