Carol (3): Apropiaciones insubordinadas

Parto esta crítica con un comentario o “salida del closet” sin importancia: me declaro haynesiano, para mí es uno de los directores más atractivos dentro del gran circuito del cine, ese de los festivales A y del panorama del cine industrial hollywoodense. Para mí Safe (1995) está en el “top ten” de las 10 mejores películas estadounidenses de la década del noventa y la trayectoria de Haynes me parece hasta el momento impecable.

Su partida con el fundamental corto Superstar: The Karen Carpenter Story (1987) es uno de esos filmes de culto (biopic contado con muñecas Barbie) que sirven para rastrear parte del inconsciente y las practicas estéticas audiovisuales del cambio de siglo y que se han vuelto moneda de cambio banal en la transacción cotidiana de imágenes en las redes sociales. Poison (1991) adelantaba el juego posterior de Haynes en la reconfiguración de los géneros cinematográficos (genre) y el género asociado a la sexualidad (gender) con tres cortometrajes que iban del queer al camp: sus partes HeroHorror y Homo se sitúan en el melodrama, el horror de ciencia ficción y el “gay-art-film”, inspirados en la literatura de Jean Genet. Safe conformó un desvío, un filme de terror psicológico en colores blanco y pastel, para contar la historia de una ama de casa californiana que para nada es dueña de su vida. La enfermedad, la crítica a la sociedad de consumo y sus salidas mediante el naturalismo y el new age son tratadas con una visión fría y quirúrgica que parece un engendro parido por Antonioni y Cronenberg. Posteriormente, con Velvet Goldmine (1998) y I’m Not There (2007) por un lado; y por otro, Far From Heaven (2002), la miniserie de televisión Mildred Pierce (2011) y la presente Carol, el cine de Haynes parece tener dos vertientes claras: una rockera (simulacros en clave wellesiana acerca de la identidad) y otra melodramática (hipérbole feminista del Douglas Sirk de los años 50). En base a esta simplificación de sus trabajos asumo que la obra tendida entre los extremos género-cine y género-sexualidad está delimitada -hasta el momento- y cada película (y la serie) han sido realizaciones en orden vertical, ajustadas a un objeto particular bien determinado.

Otro rasgo a destacar de sus películas está relacionado con la concepción representativa de la Historia (history) en las historias (story). Siendo en su mayoría filmes de época (los melodramas y los ‘50), o que de maneras diversas ponen en escena distintos momentos (los ‘60, ‘70 y ‘80 en los films rockeros), el tratamiento escapa a cualquier reapropiación nostálgica y se configuran con notoria autoconsciencia en relatos de actualidad. En una sincronía temporal que tuerce cronologías históricas, las películas de Haynes se valen de trozos temporales (ambientación, ropa, música, etc.) para esculpir en cine tratados que son narraciones de ficción sobre los asuntos que le interesan al director, una reflexión cinematográfica con tintes de política queer sobre la lucha, resistencia e inclusión de los subordinados en la esfera hegemónica de la sociedad y la cultura (norteamericana). Si hay una pregunta por el pasado en los filmes de este director es la siguiente: “¿cómo fue que llegamos acá?”. Desde las reivindicaciones feministas, gays, contraculturales las respuestas en sus películas plantean qué hacer ahora. Para mí el cine de Haynes no hace proselitismo, ni se las da de erudito militante, se queda en la esfera del (llamémoslo burdamente) entretenimiento. Aunque tampoco sea exclusivamente eso, su ponderación es cerebral y no sensiblera. De ahí que para discutir el presente se ocupe la distancia que otorga la ambientación histórica en el pasado. Pasando la primera capa posmodernista de los referentes culturales y de las formas estéticas pretéritos que componen a estos filmes, que sirven como filtros para su recepción y provocar el distanciamiento, se halla la contingencia de los films de Haynes.

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En Carol vuelve a aparecer la historicidad de los personajes y los objetos representados, la década del cincuenta estadounidense en su esplendor estilizado bajo la óptica de las superficies. Guantes, juguetes, un centro comercial, los automóviles, los restoranes, los adornos los moteles y la vestimenta. Ese mundo al que el cine estadounidense tanto ha recurrido como la era dorada y el momento previo a la crisis social e individual, con fuerzas subterráneas que de tanto ocultar la tensión ya indicaban la llegada del fin de la inocencia. La película de entrada asume ese síntoma para mantenerlo como telón de fondo de la dialéctica histórica que va a tratar.

El control para desentrañar que hay tras una conversación entre dos mujeres interrumpida por la llegada de un tercero aparece planteado en la forma de un pequeño enigma que la narración dispone como racconto. También como memoria del personaje Therese, la joven y pobre enamorada de la madura y adinerada Carol, enfrentada a su relato vital a través del viejo y famoso recurso del vidrio empañado como espejo que la invita a mirarse de afuera hacia adentro participa a la imagen del develamiento confesional a proseguir en la narración a la vez que configura el misterio de la identidad que se sabe juzgada por la mirada del exterior social donde ella se desenvuelve y se proyecta. Las apariencias contienen más que lo que sostienen y al mismo tiempo sí hay alguna emoción está ahí en el reflejo y el espejo.

El acercamiento entre las dos mujeres se toma su tiempo en base a una variante del suspenso, el suspenso de las emociones: el espectador comprende más de lo que sucede en la dinámica de la relación entre Therese y Carol que lo que ellas se atreven a confesar. Si bien puede manifestar en el espectador el deseo por ver a las dos mujeres juntas no se debe olvidar que el melodrama impone una dramaturgia de la frustración, ya que de cumplirse con rapidez el deseo se perderá inmediatamente el ansia que lo genera. El modelo clásico de cine acá funciona a la perfección para la representación de época, una historia de lesbianismo en nuestros días necesita de otra formulación, así como en los cincuenta la pareja protagónica y muchos de los secundarios eran imposibles de llevar a la pantalla sin sufrir, por decir lo mínimo, la censura.

¿Entonces de qué va este filme? Del amor homosexual normativizado. En estos tiempos cuando la legalidad del matrimonio y convivencia homosexual deja de ser discutida y se la incorpora como un derecho aparece impensable negar que dos personas puedan juntarse. En los 50 del filme queda claro que la sociedad no estaba en condiciones de aceptar la homosexualidad. Las protagonistas llegan a asumir con claridad tal impedimento, lo que les queda es afrontar la brecha social-económica que las unió y finalmente la separa. ¿No suena como un dilema archiconocido? Más allá de la edad entre Therese y Carol se interpone su condición de clase, la misma asimetría social que en un comienzo hizo que Carol quisiera seducir a la atractiva Therese y que ésta se deslumbrara por la seguridad y refinación de aquella. Cuando los roles se inviertan y Carol pase a depender de la certidumbre de Therese es que la joven comprenderá que, además, de la posición social de su amada, la maternidad de Carol y la necesidad de posibilidades materiales y emocionales que conlleva no se avienen con la vida en pareja para dos mujeres solas. El trance último para ambas es simplemente su condición de mujer en un mundo de hombres.

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Se ha criticado que la representación masculina en la película es simplista y anuladora. Puede ser, pero este no es un relato sobre la igualdad. Haynes nos viene a recordar que no solo son los hombres los que se interponen entre las mujeres su libertad y sus deseos, es toda la construcción social la que juega en contra. Si hay un final feliz en esta historia sin “y vivieron juntas para siempre” es la comprensión de ambas de que hay otras pasiones a las que optar en vez del amor. No se puede vivir del amor, ¿cierto?

La película compone un plano/contraplano en travelling frontal hacia el rostro de las dos mujeres, a la espera de un tercer plano que resuelva la tensión del clímax es que Haynes corta a negro, sin solución y me gusta pensar que en esa suspensión, donde solo se puede adivinar qué dicen las miradas que componen las actrices Rooney Mara y Cate Blanchett se encuentra la respuesta siempre ambivalente del amor: miramos al amado porque no estamos completamente seguros que nos corresponda. Entre dos personas que se aman lo que los separa, ahora sí, finalmente, son ellos mismos.

 

Nota comentarista: 8/10

Título original: Carol. Dirección: Todd Haynes. Guión: Phyllis Nagy. Fotografía: Ed Lachman. Montaje: Affonso Gonçalves. Música: Carter Burwell. Reparto: Cate Blanchett, Rooney Mara, Sarah Paulson, Kyle Chandler, Jake Lacy, John Magaro. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 118 min.