Akelarre: El mito de la bruja

Aunque la decisión ya está tomada y el panorama que enfrentan las jóvenes es desolador, Akelarre no se limita a transitar el camino de la miseria. Su gran innovación es que intenta subvertir la dinámica de poder entre perseguidor y perseguido, otorgándoles una mayor iniciativa a las protagonistas, quienes lideradas por Ana deciden aprovechar el miedo y fascinación que provocan en los inquisidores para ganar tiempo. El relato, entonces, adquiere tintes de thriller, convirtiendo la experiencia de las mujeres en un tenso esfuerzo por resistir hasta que llegue ayuda.

La caza de brujas, uno de los episodios más oscuros del cristianismo, ha llamado la atención de la cultura popular a través de varias historias. Sin embargo, uno de los aspectos que generalmente queda relegado de estos acontecimientos es el componente social y cultural que los motivó, una dimensión que es rescatada por la película Akelarre del director argentino Pablo Agüero. Mientras otros relatos se centran en los factores de la superstición y el temor religioso, en este caso la humanidad de las acusadas no es evaporada por la presencia de cuestiones sobrenaturales, sino que pasa a ocupar el centro de la obra. El género tiene un rol fundamental en la dinámica que surge entre perseguidos y perseguidores, algo que ha permitido ver estos juicios desde otro punto de vista.

Autores como Silvia Federici (Calibán y la bruja) han analizado la caza de brujas desde una perspectiva de género, poniendo énfasis en el hecho de que la persecución se desarrolló desde los hombres hacia las mujeres, por razones ligadas a la independencia de estas últimas. La práctica de métodos anticonceptivos y abortivos, el ejercicio de la sexualidad, la autonomía social, el estudio de conocimientos alternativos y hasta el desarrollo de una economía propia, llevaron a la jerarquía religiosa y política de la edad media a iniciar una supresión de lo que consideraban herejía, con tal de someter a las mujeres a la estructura que ellos deseaban. Disidencia e inconformismo fueron retratados como sacrilegio y perversidad, para justificar así un método de control social que tenía raíces más complejas.

En la cinta, que transcurre en España a comienzos del siglo XVII, el magistrado Rostegui (Alex Brendemühl) llega a un pueblo costero del País Vasco por instrucciones de la Corona. Su labor consiste en interrogar y juzgar a mujeres que han sido acusadas de brujería, todo con el fin de develar los secretos del sabbat, una oscura ceremonia que ningún cristiano ha presenciado pero de la que existen poderosos rumores. En esta ocasión, las procesadas son seis jóvenes (Amaia Aberasturi, Garazi Urkola, Yune Nogueiras, Jone Laspiur, Irati Saez de Urabain y Lorea Ibarra) que levantaron sospechas entre algunos habitantes del pueblo por sus excursiones al bosque y personalidades desinhibidas, unos hechos que son vistos como señales de un secreto maligno.

La obra es clara al retratar la arbitrariedad del juicio al que son sometidas las protagonistas. Los principales medios probatorios de los inquisidores son las ordalías, que consisten, por ejemplo, en buscar supuestos signos demoníacos en el cuerpo de las acusadas o evaluar su tolerancia al dolor, mientras que los argumentos ocupados recurren a silogismos tramposos y paradojas que siempre apuntarán a la culpabilidad de las enjuiciadas. El veredicto está determinado desde antes, y el juicio en sí solo sirve para reunir las pruebas necesarias para justificar la condena. La defensa de las jóvenes no puede consistir en alegar inocencia, porque incluso señalando que no saben nada sobre esas acusaciones, las autoridades responden diciendo que es una amnesia provocada por algún encantamiento.

Aunque la decisión ya está tomada y el panorama que enfrentan las jóvenes es desolador, Akelarre no se limita a transitar el camino de la miseria. Su gran innovación es que intenta subvertir la dinámica de poder entre perseguidor y perseguido, otorgándoles una mayor iniciativa a las protagonistas, quienes lideradas por Ana deciden aprovechar el miedo y fascinación que provocan en los inquisidores para ganar tiempo. Como los pescadores del pueblo se encuentran en el mar, el plan consiste en retrasar el cumplimiento de la condena hasta la próxima luna llena, cuando la marea es aprovechada por las embarcaciones para regresar a su puerto. El relato, entonces, adquiere tintes de thriller, convirtiendo la experiencia de las mujeres en un tenso esfuerzo por resistir hasta que llegue ayuda.

Para construir la atmósfera del relato, Agüero recurre a la música, con una banda sonora compuesta por Maite Arrotajauregi y Aránzazu Calleja. El canto, sobre todo, tiene un lugar especial dentro de la obra, ya que es una de las razones por las que encerraron a las protagonistas, y sirve también como uno de los elementos con los que tratan de recuperar su libertad. El euskera, ese idioma que los inquisidores miran con desprecio, asimilándolo más a la comunicación de los animales que a una lengua civilizada, les permite a las jóvenes darle veracidad a sus historias sobre magia negra y ocultismo, para engañar a sus captores. La cinta, además de abordar cuestiones ligadas al género, explora también la dimensión política a través de la relación entre monarquía española y sus territorios con afanes de autonomía, siendo el uso del lenguaje una muestra de identidad y rebeldía por parte de los personajes.

La combinación de canto y fuego hace recordar a la película Portrait de la jeune fille en feu (2019) de Céline Sciamma, otra historia donde la intimidad y los secretos entre mujeres crean un mundo aparte, distinto a aquel en el que gobiernan los hombres. Pero mientras la directora francesa ocupó unos planos bien cuidados, de clara influencia pictórica, en Akelarre la estrategia es diferente. La fotografía de Javier Agirre apela a lo inmediato, con una cámara al hombro que le da cierta visceralidad a esas imágenes temblorosas, especialmente aquellas que muestran a las protagonistas en su celda. Aunque la decisión no es mala y entrega una perspectiva distinta a lo que usualmente vemos en el cine de época, hay escenas en las que se echa de menos una composición de la imagen que resalte lo colectivo, considerando que sus protagonistas son un grupo de mujeres.

El guion de Agüero y Katell Guillou logra un buen equilibrio entre los temas que explora el relato y los tonos que atraviesa, alcanzando incluso momentos de comedia debido al carácter absurdo de ciertas situaciones. La película evita tanto el extremo morboso como el empalagoso, ya que la sororidad que destaca entre sus protagonistas resulta creíble y contestataria, en lugar de cursi. Lamentablemente, algunos traductores no entendieron esto, porque uno de los títulos que recibió la cinta en inglés fue Coven of Sisters, un nombre que no le hace justicia a una obra mucho más fascinante de lo que sugiere esa torpe movida publicitaria.

Título original: Akelarre. Dirección: Pablo Agüero. Guion: Pablo Agüero, Katell Guillou. Fotografía: Javier Agirre Erauso. Música: Maite Arrotajauregi, Aránzazu Calleja. Reparto: Àlex Brendemühl, Amaia Aberasturi, Garazi Urkola, Yune Nogueiras, Jone Laspiur, Irati Saez de Urabain, Lorea Ibarra, Daniel Fanego, Daniel Chamorro, Iñigo de la Iglesia, Elena Uriz, Asier Oruesagasti. País: España. Año: 2020. Duración: 90 min.