Una respuesta coyuntural: sobre espectadores emancipados y críticas elitistas

Columna de Iván Pinto aparecida hace un par de días en El Mostrador y que re publicamos aquí. La columna es una respuesta a otra escrita por Roberto Reveco en el mismo medio.

Se veía venir esta pregunta de inspiración Rancièrena que cuestiona moldes, discursos y lugares de saber en la crítica a un concepto ilustrado y vertical, aplicado al campo del arte y el elitismo. No hace falta leer con detalle Bourdieu y su estudio sobre el sistema de las artes para entender que el cine, la crítica y la academia juega un rol en la distribución simbólica del poder, pero al interior de esos espacios se juegan distintas estrategias que conviene más bien historizar y visibilizar. Lo digo, porque al respecto del cine tenemos dos trechos en el salto por la pregunta igualitaria, el corto, que sería el “todo por la borda” de los espacios de circulación o el largo, rebobinar y pensar como se ha llegado donde se está. El primero, lleva detrás la disolución de todo marco de discusión donde, en definitiva, se re-organiza el sentido en la defensa de un posmodernismo liberal que no busca definir en rigor los destinos y potencias – artísticas, políticas, expresivas- del cine, o su efecto transformador en el campo social. Mi piso es este y sólo desde ahí puedo pensar políticamente. La discusión es por las estrategias.

Algo de esto quizás ha ayudado una recepción tardía y superficial de los estudios de comunicación, y básicamente, un postulado respecto a los discursos sociales al interior de las Industrias Culturales, buscando el lugar de los imaginarios populares al interior de la cultura de masas, como es el caso de García Canclini y Jesús Martin-Barbero. El efecto híbrido de la producción cultural es innegable, pero el paso de una época de la cinefilia al internauta no tanto. Es cuando este proceso se cierra, donde la negociación y lucha entre discursos al interior de los campos culturales se vuelve productiva. Lo que queda al centro es la pregunta por la emancipación y las capacidades del espectador. De ahí que la función de la crítica sea el desarrollo del discernimiento desde la toma de la palabra.

No podemos partir desde otro lugar: el cine es un arte de masas. Su vocación democrática estuvo vinculada siempre a la discusión pública de su estatuto. Pero su escena originaria es el debate permanente  y es a eso- esa discusión que se construye a mediano largo plazo en la crítica y el debate público- a lo que llamamos “cinefilia”. Como arte de la modernidad, su vocación política es la apertura y la figura cara a Serge Daney del Chaplin a dos patas: cultura popular y modernidad artística. Las competencias son sociales y no están reguladas por grupos sociales determinados si no abiertas y en constante reformulación.

Cabe más bien pensar las distintas agendas de su discurso público y el espacio que podemos- o no- construir al respecto. Una vez que hay institución, financiamiento, grupos de películas, circuitos de recepción, se convocan también en esta cristalización, espacios de saber cómo son las escuelas de cine, el pensamiento académico y la crítica. Y es este espacio precario donde el debate sobre su estatuto de conocimiento, reflexión y debate, el pensamiento igualitario debe intervenir, desorganizando los supuestos de su “enseñanza” en una zona donde las prácticas no se teorizan y las teorías no se vuelven prácticas, es decir, donde se naturalizan órdenes del sentido para no pensar en polémica y a contra-pelo el estatuto político del cine. Es decir donde prácticas y teorías se han vuelto irreflexivas.

El camino corto es decir “existe elitismo en el cine” sin señalar cuál es el tipo específico de elitismo que reproduce y en qué zonas de su producción contemporánea se abre efectivamente una zona de discusión efectivamente democrática, o el cómo se construye una recepción que abogue por la transformación social y colectiva del cine, incluidos espectadores, cineastas, escuelas, academias. El camino corto es dejarse tentar rápidamente en la identificación de cronologías haciendo comparaciones funestas con lo que sucede en otros ámbitos artísticos (el lugar de la academia), sin someter a evaluación el descampado sobre el que se sitúa (distribución cinematográfica, acceso a otros cines, vinculación a procesos educativos, institucionalización, analizar agentes sociales). En otras palabras: en no saber aplicar a Bourdieu y olvidar la emancipación en Rancière.

La pregunta por la democratización cinematográfica -que implica la toma de palabra, la circulación y reparto de los recursos, la visibilización del trabajo, el desarrollo del conocimiento y su difusión social- no puede dejar de lado la pregunta concreta y práctica sobre qué formas , qué sentidos, que prácticas, y sobre todo, mucho que nos cuesta, que lugares “performan” socialmente nuestros discursos.

No se juega otra cosa aquí que actitudes intelectuales respecto al qué-hacer en un espacio en construcción, que debe ser el más crítico, evitando la tentación de usar un discurso acomodaticio de una u otra forma a los órdenes discursivos que organiza la agenda técnica, económica y política del poder. Si Rancière nos lleva a lo contrario, es posible que debamos cambiar las cartas en juego.