La invención y la herencia (6): El cine también es parte del problema
Con el tiempo comencé a ir a festivales de cine, conocí el cine chileno desde adentro y noté que detrás de una película que habla de la pobla, había un equipo de personas que no necesariamente venían de ella. Esto me hizo pensar que si bien existía existía empatía, había también ingenuidad, pues estas películas eran más bien extractivistas o apropiadoras de narraciones que se veían atractivas y que probablemente se vendan en festivales internacionales europeos, donde está la crítica cómodamente sentada en sus butacas aplaudiendo y emocionándose por una pieza cinematográfica que habla sobre la pobreza y nos hace conscientes del nefasto mundo que vivimos.
Desde que entré a estudiar Artes en la PUCV comencé a notar que los profesores siempre hacían las mismas preguntas: "¿de qué comuna vienes?", "¿tus padres están relacionados con el mundo de la cultura, el arte?", refiriéndose al mundo hegemónico del arte de galerías y museos. Luego, cuando me cambié a cine en Arcos era similar, pero sentía que estaba en una institución más marginal y popular así que me quedé ahí. Las y los profesoras/es conocían el contexto y generalmente se hacían cortos inclinados a abordar lo político y social, desde la experiencia propia, o sea genuinos.
Con el tiempo comencé a ir a festivales de cine, conocí el cine chileno desde adentro y noté que detrás de una película que habla de la pobla, había un equipo de personas que no necesariamente venían de ella. Esto me hizo pensar que si bien existía existía empatía, había también ingenuidad, pues estas películas eran más bien extractivistas o apropiadoras de narraciones que se veían atractivas y que probablemente se vendan en festivales internacionales europeos, donde está la crítica cómodamente sentada en sus butacas aplaudiendo y emocionándose por una pieza cinematográfica que habla sobre la pobreza y nos hace conscientes del nefasto mundo que vivimos.
Comencé a oler una cierta frivolidad e incongruencias entre el hacer y el ser. Me inquietaba eso. En diciembre del 2017 tuve la oportunidad de viajar al Festival de Cine de La Habana. Recuerdo que estábamos con dos jóvenes colegas del cine tomando ron en el Malecón, y fuimos a un lugar llamado El Torreón, donde se supone que iba la gente del festival. Mi éxtasis de estar en la isla comunista presentando Haciendo Sombra, el corto que realicé, era inmenso, me desbordó. Bailamos y yo ya estaba ebria, pero recuerdo todo.
Nos sentamos con tres personajes más “consagrados” del cine nacional, una actriz, una productora y un director -no diré sus nombres porque no me interesa la justicia punitiva, más bien instalar la reflexión que en ese momento falló-. Hablábamos de muchas cosas respecto al cine y al festival, cuando se me ocurre proponer la inquietud que llevaba meses dando vueltas en mi cabeza, corazón y estómago, así que dije: “¿Qué hacemos nosotros para realizar un cambio social, además de hacer películas que hablen de las injusticias y miserias?”. Los tres personajes me miraron fijo y me dijeron que explicara mi pregunta. Les dije, como pude -quizá no soy tan elocuente como quisiera-, que me parecía insuficiente hablar sobre la pobreza en nuestras películas si estábamos viajando por el mundo de festival en festival encerrados en una burbuja de privilegios, mientras habían personas, la mayor parte de la población, que no podía siquiera salir de la región. Comenzaron los típicos cuestionamientos “¿Y qué haces tú?”, “¿Y qué quieres que hagamos?”. Mis colegas se pararon al baño. Me quedé sola con estos tres personajes. Me preguntaron que qué hacía ahí, en un festival de cine. Les dije que mi película estaba programada y que me había pagado el pasaje y la estadía para estar un mes porque me interesaba conocer Cuba, y -del enojo- les dije que a ellos les habían pagado el pasaje con impuestos de todes nosotres y que ni siquiera eran capaces de mirar y empatizar con el resto de la población chilena, que con suerte llega al litoral a vacacionar. Inmediatamente me trataron de facha, yo quedé negra, era la primera y única vez que me decían eso. Les dije que cuestionar los fondos públicos es un legítimo derecho de todes los ciudadanes. Puse el ejemplo del Papa, pues se acercaba su visita a Chile, que entiendo salió muy cara, y nadie llamaba fachos a los que criticaban eso. Luego llegaron mis amigos del baño y la productora como que me acusó con ellos, de facha. Uno de mis “amigos”, director de una película actualmente en cartelera, dijo que él no se haría cargo de lo que yo estaba diciendo y que creía que yo estaba equivocada. Me comenzaron a tratar de resentida y les dije que sí, que para mí no era un insulto porque tenía claro de dónde venía, de Pudahuel, una de las comunas más pobres de Santiago, y por tener unos padres más trabajadores que la chucha pude salir del círculo de la pobreza, pero que tengo primes que viven hacinados aún en la casa de mi abuela que cuida a sus bisnietos y no tienen ni wifi.
Re-sentir, qué lindo, lejos de ser un insulto es un orgullo. Me puse a llorar porque no aguanté, soy dura pero no tanto. El otro amigo me apañó a morir, discutimos hasta que nos fuimos caminando a donde yo hospedaba. Al otro día nos enteramos que éramos el cahuín de la comisión chilena. Me dio una sensación muy extraña, entre vergüenza, coraje, angustia y tristeza. Esos tres personajes se encargaron de contarle a todo el mundo que había una pendeja ebria hablando mal de los festivales de cine y qué sé yo. Mi amigo me recomendó pedir disculpas, el otro, el falso amigo dijo que le recomendaron no juntarse conmigo y el corrigió que no era mi amigo, que nos ubicábamos por gente en común. No me esperé mucho de él, pero todo hacía sentirme muy vulnerable, quería irme a mi casa pero estaba muy lejos. Pensé caleta respecto a las disculpas y decidí que no tenía por qué hacerlo. No le pegué a nadie, no maté nada ni a nadie, no rompí nada. Mi problema fue decir lo que pienso y cuestionarlos a ellos, personajes instalados en el mundo del cine, viviendo los privilegios que tanto les costó conseguir.
Entiendo que antes el medio era mucho más precario y que quizá desconozco luchas antiguas, pero mi intención iba por otro lado. Era hablar sobre las historias y cómo nos hacíamos cargo de los discursos tercermundistas que mostrábamos al mundo.
Los días que vinieron seguía todo este show, pues luego de ser el cahuín de la comisión chilena, el encargado de la Dirac me quería marginar del almuerzo en la embajada chilena en Cuba. Fui igual, me sentí pésimo. Ese día me enfermé, me dio amigdalitis, perdí la voz, metafóricamente. No vi más a nadie del mundo del festival de cine pues eran los últimos días, no así de mi viaje que duraba dos semanas más, y yo en cama con fiebre, y gracias a la salud cubana gratis y de calidad pude seguir viajando sola en tren por la isla. Intentando superar ese trauma social.
Con los meses y ya bajando la info me sentía culpable de ser yo, culpable de intentar ser parte de un círculo burgués de personas que no les importa el otro. Pensé dejar el cine, y de alguna manera de a poco lo he hecho, porque ahora estoy sacando la pedagogía y hago clases de arte en el Liceo de Aplicación y me encanta. Me encanta también hacer cine y lo sigo haciendo, en la medida que puedo, pues también me di cuenta que no todo el mundo es como esos tres personajes. Hay varios y varias, sí, y pese a que la productora que me trató de fascista le cuenta a quien puede “que había una pendeja ebria hablando mal de los festivales en Cuba” y me individualiza para que sepan que soy yo, sí hay gente que desarrolló su empatía, con la cual puedo trabajar, hacer amistad y compañerismo dentro del medio.
Con el tiempo dejé de sentirme culpable de ser yo, y de decir las cosas, más bien me posiciono y me defiendo. También defiendo a todes les cabres más jóvenes que re-sientan como yo, porque no venimos de los privilegios, y puta que cuesta entrar y quedarse en el medio audiovisual cinematográfico si no eres uno de ellos, hay brechas materiales, actitudinales y energéticas que nos distancian y es difícil, sin embargo, sé que hay varios que hacemos el esfuerzo porque tengo muchos amigues que pese a sus privilegios son empáticos y no aparentan, son conscientes y no caen en el exitismo. Más allá del lugar social de donde provengas o del capital cultural de cade une, nuestra tarea [o, mi tarea] es hacer cine, educar y acompañarnos solidariamente a contrapelo de lo que ofrece el mundo neoliberal.