Cine en cuarentena (21): Martin Eden. Después de vivir un siglo

El contraste del lenguaje esboza uno de los ejes estructurales de la película, el uso constante de las dicotomías. Pobre se opone a rico, proletariado a burguesía, ciudad a periferia, individualismo a lucha colectiva, liberalismo a socialismo, tierra a mar, mujer burguesa a mujer proletaria. El empleo de una elipsis de un par de años, desde que Martin Eden se separa de Elena a cuando ya está consolidado como escritor exitoso es también parte de esta estructura, afianzada por el cambio de director de fotografía, de Francesco Di Giacomo a Alessandro Abate.

Acostado sobre una grabadora yace Martin Eden derrotado, tiene el pelo grasiento y la cara desolada. Como si se tratase de una confesión recita a la máquina un manifiesto sobre la rebeldía del alma y la eternidad de las ideas. Esta imagen dura lo suficiente para perseguirnos como un fantasma por el resto de la película e inmediatamente nos hace saltar al pasado, a la cara de Errico Malatesta en un mitin anarquista del primero de mayo de 1920. Ya en ese gesto el director Pietro Marcello anuncia los ejes principales de su adaptación de la novela homónima de Jack London: las dicotomías y contrastes afianzadas en material de archivo, la atemporalidad como posibilidad política y el fracaso del artista que asume como camino el individualismo.

Martin Eden pasa de tener un breve encuentro sexual con Margherita, su futura pareja, a encontrarse acogido por una familia burguesa, los Orsini. Allí se enamora de Elena, joven y culta pianista que le comienza a prestar libros y a enseñar gramática. Martin Eden es abducido por el imaginario cultural burgués, intenta romper lazos con su propia familia proletaria y decide comenzar una carrera como escritor. Una escena ilustra dicho movimiento: la cámara muestra los ojos de Elena siguiendo una partitura de Debussy mientras Martin recorre los barrios de Nápoles, como si este siguiera un camino ya trazado por ella y su clase.

Martin Eden no tarda en ser rechazado constantemente por los núcleos burgueses y su sucursal editorial, incluso le impiden seguir sus estudios por no tener cultura general. Martin se exilia, le pide dos años a Elena para construirse como escritor, se va a vivir al campo con una familia agricultora y allí escribe como si no hubiese mañana. Al poco tiempo se vuelve a cautivar por la tierra, los trabajadores y su clase. Martin continúa enviando manuscritos a las revistas, pero los rechazos editoriales siguen. La manera en que Pietro Marcello maneja su espera y frustración a partir del correo es precisa, trata a cada nueva carta o encomienda de la misma forma generando una desilusión permanente, una desesperanza aprendida que lleva a Martin al límite corporal de la fiebre.

Influido por las ideas del filósofo Spencer, es decir, imbuido por el darwinismo social, Martin rechaza la lucha colectiva preguntándose: ¿Dónde está el individuo? Cuando hace esta misma pregunta en un mitín de huelga socialista lo echan a los gritos. Jack London era proletario y socialista, sin embargo, el éxito editorial cambió rápidamente su vida al igual que la de Martin Eden; pero, al contrario de él, London nunca fue un individualista. Ese es el punto que marca el trágico destino de Martin Eden, la incapacidad de compatibilizar la vida con la ideología y la acción con el pensamiento.

Martin Eden fue escrita por Jack London en 1908. Ya en 1914 tenía su primera adaptación al cine dirigida por Hobart Bosworth, gran admirador de London y que hizo casi todas sus películas sobre sus novelas. Luego, en 1918, el soviético Nikandr Turkin, con la colaboración del poeta Vladimir Mayakovsky, realiza una versión llamada Nye Dlya Deneg Radivshisya (No nacido para el dinero). Mayakovsky no solo escribió el guion sino que también actuó de Martin Eden, en una de sus pocas incursiones como actor de cine. En 1942 Sidney Salkow dirigió la segunda versión hecha en Estados Unidos, con Glenn Ford en el protagónico. Además de estas películas se hicieron varias obras de teatro y se adaptó a la televisión en Alemania, Francia y la Unión Soviética, todas en el pasado siglo.

Podríamos decir que Martin Eden se ha convertido en un arquetipo. Pietro Marcello afianza esto los primeros veinte minutos de la película subrayando cada gesto de clase, estereotipando el lugar social de cada uno de los personajes: la familia burguesa, la familia proletaria, los trabajadores. Al hacer esto corrió el riesgo de ser demasiado pedagógico, pero soslaya esa dificultad de la misma forma que London en la novela: deja todo en manos del ritmo. Por eso los primeros momentos de la película son frenéticos, las imágenes de ficción y archivo se concatenan una tras otra sin respiro, esbozando a la rápida relaciones y significados que solo más adelante se cristalizan.

En este inicio también asoma otro protagonista: la ciudad de Nápoles. Pietro Marcello es napolitano, por lo tanto no es casual que por momentos Martin Eden parezca una elegía a su gente, lenguaje y mar. La fotografía en 16mm de Francesco Di Giacomo afianza los tonos café de las paredes y calles, esos mismos que añoraba Teresa de Sio al principio de los 80 cuando cantaba Voglia ‘e turnà. Walter Benjamin decía sobre Nápoles que es una ciudad fácil de amar desde el mar, pero que “quien al tocar este suelo no abandona todo lo que sabe del confort, avanzará hacia una lucha sin esperanzas” porque allí “pocos son los que pueden mirar a los ojos la imagen no fingida de esta vida, una existencia sin silencio y sin sombra”. Es que Nápoles es una ciudad de profundos contrastes, algo que también se evidencia en el lenguaje, el dialecto napolitano que Martin Eden habla con sus semejantes -amigos, libreros, familia- pero que calla ante la familia Orsini, justamente por su marca de clase. Marcello también le rinde homenaje al dialecto napolitano a partir de la música de Teresa de Sio y Daniele Pace.

El contraste del lenguaje esboza uno de los ejes estructurales de la película, el uso constante de las dicotomías. Pobre se opone a rico, proletariado a burguesía, ciudad a periferia, individualismo a lucha colectiva, liberalismo a socialismo, tierra a mar, mujer burguesa a mujer proletaria. El empleo de una elipsis de un par de años, desde que Martin Eden se separa de Elena a cuando ya está consolidado como escritor exitoso es también parte de esta estructura, afianzada por el cambio de director de fotografía, de Francesco Di Giacomo a Alessandro Abate.

Otra manifestación de las dicotomías es uno de los usos que Marcello hace del archivo. Cuando Martin Eden comienza a estudiar desenfrenadamente y comienza a frecuentar a Elena aparece un barco con tonos azulados que parece encumbrado, ese mismo barco se hunde luego de que se aleja de Elena y se suicida Brissenden, justo antes de la elipsis. Otro material de archivo que Marcello usa de esta forma es el de dos niños bailando, que aparece dos veces en la película: cuando Martin deja de vivir con su hermana y cuando finalmente se vuelven a encontrar. El primer uso, el del barco, es una especie de personificación; el segundo, en cambio, de recuerdo o añoranza.

Pietro Marcello ha usado material de archivo en todas sus películas, casi nunca repitiendo la manera en que lo usa. Martin Eden representa la segunda vez que Marcello usa archivo en una película de ficción (la primera fue Bella e Perduta, 2015). Una de las virtudes del uso de archivo en Martin Eden son las distintas relaciones que toma con la historia principal, ya sea en forma de personificación, recuerdo, ensoñación, contexto o contraste. En una escena Martin Eden es adulado por un fascista que dice que sus libros tienen el espíritu que llevará a Italia a ganar la guerra, luego una imagen de archivo muestra soldados quemando libros, mientras Martin va en un auto recordando a Brissenden y a los socialistas. Esta secuencia abre varias interpretaciones: ante el elogio del fascismo Martin advierte la inutilidad transformadora de sus libros, es decir, la quema de libros se puede ver como deseo personal de ver su obra arder. Por otro lado, la interpretación más obvia es que al fascismo no le importan los libros y menos los escritores cuando es tiempo de guerra, pues tanto unos como los otros pasan a ser inútiles o peligrosos. La mezcla de presente, recuerdo y archivo abre de esta forma ramificaciones e interpretaciones diversas.

Martin Eden termina siendo rico gracias a los libros que escribió cuando estaba enamorado de Elena, los mismos que las revistas y editoriales rechazaron una y otra vez. Termina deprimido, con los dientes manchados, el pelo tieso y la cara pálida. No se siente parte de la burguesía pero tampoco del proletariado, no se siente a gusto en ningún lado. Finalmente, financia en secreto -quién sabe si por culpa o convicción- a los socialistas que antes lo rechazaron.

Además de la gran actuación de Luca Marinelli en el rol protagónico, la de Carlo Cecchi en el papel de Brissenden es excepcional. Él rescata a Martin de las fauces de la burguesía e intenta introducirlo en el socialismo. Brissenden ya veía que la mezcla de las ideas de Spencer y el éxito editorial iban a conducir a Martin a un abismo. Ese abismo parece ser el de solo ser capaz de salvarse a sí mismo, el epítome del individualista acérrimo que rehúye toda colectividad. Por eso cuando Brissenden muere el barco que personifica a Martin se hunde, anunciando el camino hacia el fondo del mar que luego Martin seguirá en una tremenda secuencia final, donde lo primero que muere es el movimiento de la cámara, paralizada ante la decisión de su protagonista.

Tanto el uso de archivo de distintas épocas, la elección de grabar en 16mm, la música de distintas épocas -Debussy, Bach, pero también Joe Dassin, Teresa de Sio y Daniele Pace- afianzan una sensación de atemporalidad, de un mundo sin referencias explícitas más que algunos puntos cardinales -la guerra, el socialismo, la burguesía- que recuerdan a Transit (2018) de Christian Petzold (de esto y mucho más habla Mónica Delgado en su gran texto sobre Martin Eden).

En Transit se recrea una época dentro de otra en un juego de ecos, algo parecido a lo que también hizo Alice Rohrwacher en Lazzaro Felice (2018). Esta elección hace que las coordenadas se vuelvan borrosas, separando lo nuclear de lo periférico -tal como Marcello hace con la novela de London- y posibilita reflexiones que no por atemporales son anacronistas. Tal es el caso de Transit, Monos (Alejandro Landes, 2019) o Bacurau (Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho, 2019), donde la atemporalidad no significa una falta de posicionamiento político, sino que incluso posibilita su identificación. Después de todo, Jack London hizo Martin Eden como un ataque al individualismo del héroe (quizás para convencerse a sí mismo de su posición) y la adaptación de Marcello y Braucci sigue la misma tesis: nadie se salva solo, ni los talentosos ni los suertudos, algo que hoy parece más obvio que nunca.

*Martin Eden fue parte de la última versión del Festival de Cine de Valdivia, no tiene fecha de estreno ni distribuidora en Chile y se puede conseguir en calidad óptima en su sitio de torrents más cercano.

 

Título original: Martin Eden. Dirección: Pietro Marcello. Guion: Maurizio Braucci, Pietro Marcello (basado en la novela de Jack London). Fotografía: Alessandro Abate, Francesco Di Giacomo. Edición: Aline Hervé, Fabrizio Federico. Música: Marco Messina, Sacha Ricci. Reparto: Luca Marinelli, Carlo Cecchi, Jessica Cressy, Denise Sardisco, Vincenzo Nemolato, Carmen Pommella, Autilia Ranieri, Marco Leonardi, Savino Paparella, Elisabetta Valgoi, Pietro Ragusa, Giustiniano Alpi, Anna Patierno, Vincenza Modica, Gaetano Bruno, Maurizio Donadoni, Chiara Francini, Aniello Arena, Giuseppe Iuliano, Peppe Maggio, Franco Pinelli, Lana Vlady, Diego Sepe, Sergio Longobardi, Giordano Bruno Guerri. País: Italia. Año: 2019. Duración: 129 min.