Editorial: El futuro que no podemos saber

El cambio de paisaje, lo que se viene, entonces, no sólo tiene que ver con lo que está pasando tecnológicamente -el consumo digital y las plataformas on-line como nueva sinagoga de la cinefilia- sino con cómo la crisis de la cultura nos afectará material y económicamente en nuestro contexto. Porque, en definitiva, ¿de qué valdrá la pena escribir si las películas mismas peligran en su existencia material?

No se puede saber el futuro. Los fanáticos del algoritmo están convencidos que sí y en momentos de crisis muchos predicadores vienen a anunciarnos el destino de la humanidad o, para este caso, el del cine. En el marco de la crisis pandémica global ambos coinciden en ostentar determinada verdad sobre lo que viene, discursos polarizados entre vertientes salvíficas, positivistas o abiertamente apocalípticas. Como si ya se supiera todo de antemano para estos relatos no nos quedaría más que quedarnos de brazos cruzados y esperar. Como si nada de lo que podamos hacer pudiera afectar nuestro destino o como si el accidente, el azar, la contingencia, estuvieran fuera de discusión.

No podemos saber el futuro de antemano.  Pero, así tampoco, no se puede volver obcecadamente a creer que aquí no ha pasado nada o que la pandemia no va a afectar a nuestros modos de concebir, mirar y escribir sobre cine (el “negacionismo”). El hecho innegable de la crisis.  Los coletazos de la crisis empezaron muy rápido: en marzo se anunciaba el fin de una etapa de Cahiers du cinéma y en abril la desaparición impresa de Film Comment, quizás dos baluartes de una época de la cinefilia donde las revistas impresas de calidad podían aún existir y venderse.

Mientras esta crisis se asoma como la cabeza de Godzilla, el pasado viernes en un “live” de nuestro Instagram Isabel Orellana, de la Asociación de Productores Independientes, nos explicaba la contracara menos amable de lo que significa esta complicación para el sector audiovisual de Chile. Más bien, qué significa en el contexto del campo laboral del sector la suspensión del quehacer cinematográfico en toda la cadena de la industria. La red de salas, por ejemplo, que había empezado a suplir una carencia de estrenos locales en salas, anunciaba hace un mes un déficit de 100 millones de pesos. Y sábado, el ministerio de cultura anunciaba medidas para el medio de financiación de compra de contenido y suplir algunos déficits. Pero lo peor, creo, está por venir.

No se trata sólo de que esta crisis que se asoma tenga que ver con la dimensión sanitaria y el coletazo de la crisis general del sector creativo en el marco de la suspensión de actividades. Se trataba del contexto previo de precarización e inestabilidad del rubro, que vivía  de programas concursables y una desvalorización real de su trabajo (subpagado), lo que esta crisis acelera. Se trata del lugar de la cultura y el cine en el marco de una precarización aún mayor que produce desigualdad social. En ese marco, ¿quién tendrá tiempo y dinero para poder pagar el cine y en qué marco se puede priorizar su consumo? 

El cambio de paisaje, lo que se viene, entonces, no sólo tiene que ver con lo que está pasando tecnológicamente -el consumo digital y las plataformas on-line como nueva sinagoga de la cinefilia- sino con cómo la crisis de la cultura nos afectará material y económicamente en nuestro contexto. Porque, en definitiva, ¿de qué valdrá la pena escribir si las películas mismas peligran en su existencia material? ¿Dónde queda el ejercicio del criterio del “gusto” cuando este se evidencia radicalmente en un reparto social desigual que este contexto favorece? ¿De que deberemos escribir entonces? ¿Cómo hace frente la crítica de cine a esta crisis y cómo influye en sus objetos y acercamientos? ¿Qué es lo que debe primar?

No podemos saber lo que vendrá, no podemos adivinar en una secuencia lógica o algorítmica qué va a suceder (ningún algoritmo pudo predecir el virus, ninguno su comportamiento, tampoco la vida social, tampoco pasó con el estallido de octubre). Aunque esto es así, bien es cierto que tenemos la urgencia -más que nunca- de re-imaginar ese porvenir. Mientras esta realidad parece caerse a pedazos, pareciera ser que la memoria del cine es, acaso, el mayor archivo cultural de esa imaginación proyectada a futuro. Mientras el “cine” tal como lo conocemos se desmaterializa y transforma sus hábitos de consumo, será, quizás, el momento de volver a mirar atrás para pensar el rol que tiene esa memoria cinematográfica en el mundo porvenir. Creemos que en ese camino, y en este mundo, será la crítica la que pueda abrir paso para ese encuentro entre pasado, presente y futuro.