Robar a Rodin (1): El delito como acto estético
Robar a Rodin, ópera prima de Cristóbal Valenzuela Berríos, apoyado por un gran equipo tras cámara y con varios reconocimientos a su haber, a saber, mejor documental latino americano Festival de Cine de Viña del Mar, Docsbarcelona Valparaíso y una mención honrosa en Sanfic, es una comedia sobre el arte, un documental retrospectivo y a la vez un policial que merece ser visto. Es difícil encontrar películas que reflexionen sobre el sentido del arte en una sociedad que poco y nada se interesa en él.
El documental, a modo de thriller policíaco con códigos del cine noir, traspasa elementos de género a una nueva operación documentalista de tono reflexivo. Película llena de ironía y humor va indagando de manera retrospectiva en el robo, el año 2005, de la escultura El torso de Adèle, del francés Auguste Rodin, considerado como el padre de la escultura moderna. La obra fue sustraída del Museo de Bellas Artes por un estudiante de arte de la desaparecida Universidad Arcis, Luis Emilio Onfray, de 20 años. El joven, tras un impulso, secuestra la preciada escultura y así se perpetra el robo más importante de la historia del arte chileno.
El caso judicial se expone desde varios puntos de vista: mediante entrevistas a autoridades políticas y culturales, curadores extranjeros, amigos del ladrón, guardias de seguridad, la jueza y el abogado defensor. Entre las figuras destacan el fiscal Baytelman, el Ministro de Educación Sergio Bitar, el director del propio museo, Milan Ivelic, y los especialistas Clara Budnik, Guillermo Frommer y Pablo Chiuminatto.
El relato es inteligente en articular una escritura de montaje ágil y lúdica que va planteado subtemas dentro de su misma narración. Por un lado se compara la acción de Onfray con el robo de la Gioconda en 1911, extraída del Louvre. Las puestas en escena de las partes ficcionales que reconstruyen el robo recuerdan el estilo visual de La delgada línea azul (Errol Morris 1988). El uso de material de archivo es otro gran acierto, al yuxtaponer imágenes muy bien elegidas para ilustrar los hechos. Por ejemplo, fragmentos de Marihuana (Cristián Sánchez,1975), película que ilustra los excesos de Onfray, sobre lo que realmente sucedió la noche tras el robo. La escultura intentó ser vendida para comprar más vino en el paseo Ahumada, fue objeto de culto y centro de la mesa en un carrete en el que se extienden líneas de cocaína sobre el preciado Torso de Adèle, o bien, solo Onfray contempla la obra en la soledad de su habitación en San Miguel.
En paralelo, la narrativa indaga en otro caso de robo de una obra de arte, un archivo que data de 1981, y expone la desaparición de otro artefacto artístico, la obra Silla de playa, del autor Humberto Nilo, en donde se relata que esta fue robada y luego apareció tirada al borde del río Mapocho con una nota en que se leía: “El arte nacional tiene que ser objeto de orgullo y no de vergüenza y patudez”. El texto estaba firmado por el “Comando Vengadores del Arte”. En otras imágenes de archivo, el escritor Enrique Lafourcade increpa duramente la obra al sostener que es un profundo agravio a la escultura de Rebeca Matte, emplazada en el frontis del MNBA.
El documental, en un segundo momento, pone énfasis en aspectos de la vida del personaje dejando ver su personalidad claramente disociada, en un compendio de archivos bizarros que ilustran su accionar. Onfray, en sus videos de adulto, se representa como un chamán ritualista, estereotipo de amerindio, y en otras piezas revela sus traumas familiares. Son numerosos compendios de imágenes que proporcionan indicios subjetivos que intentan explicar -o explorar- su comportamiento delictual. Y artístico.
Lo verdaderamente interesante de la película es la forma en que el personaje es consciente de las complicaciones del arte contemporáneo, al plantear el valor de la ausencia de la obra de arte, sumado el delito como acto estético. Finalmente, pese a todo, logra su objetivo demostrando su tesis de terrorismo cultural. Nunca sabremos si realmente es una acción de arte planeada con antelación o fue el plan para librarse de la cárcel. Como hace mención el critico de arte Pablo Chiuminatto en una entrevista, el ladrón se transforma en un "punga con retórica".
La acción de Onfray adquiere una dimensión alegórica, pues su acto describió una figura paradójica en la cultura chilena, esto es, la pérdida del objeto trae a la memoria lo que no está y ello, en el caso que nos ocupa, provocó que la exposición de Rodin fuera la más visitada en Chile. El escándalo mediático, la puerilidad logística de la principal institución artística y museal, sumando el voyeurismo y la morbosidad social tal vez sean los ingredientes primarios con que aquellos espectadores asistieron a ser testigos de lo que no fue. Un robo que pudo haber ocasionado problemas y malestares a nivel diplomático.
Nota comentarista: 9/10
Dirección: Cristóbal Valenzuela Berríos. Producción: María Paz González (María una vez). Co-Producción Francia: Adriana Ferrarese (Ceresa) Guión: Cristóbal Valenzuela Berríos, María Luisa Furché y Sebastián Rioseco. Foto y Cámara: David Bravo ACC. Sonido: José Manuel Gatica y Roberto Espinoza. Montaje: Juan Murillo. Música: Jorge Cabargas. Dirección de Arte: Romina Olguín. Financiado por: Corfo y Fondo Audiovisual. Distribuido por: Miradoc y Chiledoc.