Piola: Radiografía de una juventud

Si bien se podría pensar a priori que Piola es un film de nicho, pensada únicamente para quienes conocen la cultura del hip-hop, sería una intuición equivocada. Así como algunos de los grandes films utilizan una idea u objeto para mostrar un punto de vista, Pérez hace lo propio con la suya. Con tintes a Neorrealismo Italiano y una pizca de Mala junta (2016), en 101 minutos nos adentramos profundamente en Quilicura, pero también al corazón de Chile.

Rap, familia, hogar, el paso de la adolescencia hacia la adultez, hacer lo que parece correcto. O quizás el orden adecuado es hacer lo que parece correcto, el paso a la adultez, hogar, familia y rap. Es complejo definir la idea más importante que Piola muestra, sin embargo, es claro que depende de la subjetividad de quién sea que se enfrente a lo dirigido por Luis Alejandro Pérez. Quizás lo son todas juntas. Pero de seguro algo queda dando vuelta tras verla. El largometraje sigue la historia aparentemente inconexa de Martín y Charly, así como las de Sol y su perrita Canela, a través de las calles de Quilicura, en Santiago de Chile. Nos sumerge mediante una narración en base a capítulos en sus vidas, familias, sus anhelos y temores, mientras avanzamos hacia la convergencia de un mismo relato.

Martín, más conocido como “Huesos”, es un joven de enseñanza media que sueña con dedicarse al rap. Su compañero Charly se encarga de las bases de beat box. Estudia y trabaja, pues tiene un hijo y, aunque quisiera aportarle más dinero, poco y nada es lo que visita y ayuda a su expareja para mantener al niño. Por el otro lado, Sol es una liceana aún más joven que los dos primeros. Hija de madre soltera, siente un inmenso cariño por su perra bóxer, Canela. Pero tras la desaparición de esta, las relaciones tanto en su casa como con su pareja, de quien es la amante, empiezan a tambalear.

Con un soundtrack lleno de rap chileno actual, la historia avanza sobre ruedas de principio a fin. Con un gran inicio y cierre de los capítulos pasamos de una historia a otra, sin que ninguno de los argumentos principales se pierda. No ocurre con absolutamente todas las subtramas, pues algunas quedan enunciadas, más no desarrolladas, sin embargo, esto no le quita mérito a la construcción general, donde se puede encontrar drama, suspenso y un montón de momentos cómicos con un gran guion y personajes orgánicamente actuados.

Si bien se podría pensar a priori que Piola es un film de nicho, pensada únicamente para quienes conocen la cultura del hip-hop, sería una intuición equivocada. Así como algunos de los grandes films utilizan una idea u objeto para mostrar un punto de vista, Pérez hace lo propio con la suya. Con tintes a Neorrealismo Italiano y una pizca de Mala junta (Claudia Huaiquimilla, 2016), en 101 minutos nos adentramos profundamente en Quilicura, pero también al corazón de Chile.

Y es que son varios los parecidos con la corriente cinematográfica iniciada en el país de la bota, porque además de mostrar una realista clase media (que post estallido social cobra más relevancia), nos entrega unas actuaciones dignas de analizar. El casteo de los actores y actrices está perfecto, especialmente en cuanto a los roles principales, pues todos y cada uno de los improperios -que, por cierto, abundan- se sienten increíblemente naturales, así como el trato y la complicidad entre el grupo de amigos de Martín y Charly. No es una impostación como suele sentirse en la mayoría de los filmes comerciales chilenos, donde tratan de imitar el qué dirían sus personajes, sino que se siente propio, siendo este uno de los puntos más altos de la película.

En cuanto a la puesta en escena, el director se vale de numerosas locaciones que bien podría ser un paseo por el sector norponiente de la capital. Podemos ver casas, calles, paraderos, buses de Transantiago (o RED, ya nadie sabe cómo se llama) y la infaltable subida al cerro después del carrete juvenil. Se podría incluso afirmar que hay cierta inspiración o “estética GTA” (aquel famoso juego de simulación gánster). Es una radiografía completa de cómo se desenvuelve la juventud hoy por hoy, pero aquella que no ha mutado en una abiertamente delictual, o al menos en una de carácter gravísimo, pues el uso de drogas o de robos hormiga está presente, pero sigue siendo una fotografía bastante acertada de aquel sector etario-social.

Esto puede jugar a favor o en contra dependiendo, nuevamente, del espacio en el que uno se posicione como espectador. La abundancia de referencias a la idiosincrasia chilena es brutal. Desde el ya icónico “vamos chilenos” donfrancisquiano, hasta el abundante y poético catálogo de garabatos propio del país es parte esencial de Piola, lo que posiblemente dificulte el cabal entendimiento por parte de un espectador extranjero. Esto no lo digo como algo negativo. Incluso me alegro de que no se haya gestado en una lógica de exportación universal como parámetro rector a la hora de su producción.

Esto nos lleva a lo que la hace, al mismo tiempo, transversal: las ideas guía. Aquí destacan, como se dijo anteriormente, la transición desde la adolescencia hacia la adultez y los cambios en la responsabilidad que conllevan; la dicotomía en la relación con el otro, ya sea entre pares, amigos, padres o autoridad; el lugar/rol de la familia; el espacio en que se habita; o dónde está el hogar.

Todo aquello implica preguntas gigantes, enormes, o al menos eso parece cuando nos enfrentamos en carne propia a ellas, y así se reflejan en la pantalla y en el discurso. La dicotomía se plasma de forma muy inteligente cinematográficamente hablando, pues cada vez que hay una cercanía “real” (o, más bien, simétrica, si seguimos lo planteado por Goffman en cuanto a su metáfora teatral y el uso de las máscaras) entre personajes, la cámara se posiciona en el interior del vehículo en el que se transportan. Somos uno más dentro del viaje. Esto se da cada vez que el grupo de amigos viaja, por ejemplo. En cambio, en la relación Sol/madre, el plano se sitúa desde fuera del auto cada vez que la primera se cierra emocionalmente ante la segunda. En los momentos de apertura, ya sea hablando o discutiendo, la cámara entra y se sitúa en los asientos traseros, pero cuando el diálogo se cierra o Sol oculta algo, inmediatamente el vidrio del parabrisas queda en medio del lente y los personajes, al igual que, metafóricamente, entre Sol y su madre.

“No quiero volver a mi casa”, repite Martín varias veces a lo largo de la película. Por deudas de la familia les embargaron su hogar y su regreso tras las fiestas es sinónimo de discusión, mientras que su padre no cree que la música le permita vivir. No es el primero ni el último ser humano en pasar por aquella situación, por lo que es difícil no sentir empatía.

Y, finalmente, llegamos a una de las razones por las que más llama la atención el film, especialmente desde un punto ideológico, el que guarda relación con el juicio moral y el discurso dentro de un producto artístico/cultural, nuevamente emparentándose con las grandes producciones cinematográficas. Luis Alejandro Pérez tiene una visión clara del mundo. Plantea las cosas que le parecen bien o mal de forma evidente, pero muy pocas veces lo verbaliza. Sin embargo, las acciones de sus personajes evidencian su postura, e incluso en los casos en que no hace ninguna de las dos, parece ser la decisión correcta. Hay actos de misoginia o machismo evidentes, sin embargo, el director no está ahí para juzgar dichas acciones, está para narrarlas y mostrar una realidad que existe. Una realidad que, por cierto, hay que cambiar, pero que está ahí.

Podrá parecer algo insignificante, pero, en la época de la hípercorrección moral, de la historia de Instagram apoyando causas y de la “condena de la violencia, venga de donde venga”, decisiones cinematográficas -y políticas- como las de Piola son un aporte inmenso a las discusiones del presente.

 

Título original: Piola. Dirección: Luis Alejandro Pérez. Productora: Otro Foco. Guion: Luis Alejandro Pérez. Fotografía: Simón Kaulen. Música: Pablo Mondragón. Reparto: Max Salgado, René Miranda, Ignacia Uribe, Javier Castillo, Steevens Benjamin, Andrés Rebolledo, Alejandro Trejo, Paula Zúñiga. País: Chile. Año: 2019. Duración: 101 min.