Pena de muerte (Tevo Díaz, 2012)

Cerrando el ciclo Miradoc 2013 (programa de difusión y creación de audiencia para el documental chileno) el estreno de Pena de muerte de Tevo Díaz es una buena noticia también para la cartelera nacional. Premiado en Ficviña 2012, Pena de muerte avanza hacia lo que podríamos llamar un documental “de montaje”, vía el uso combinado del archivo, el testimonio y  la ficcionalización, construyendo de esa manera el relato del conocido caso policial de “los crímenes de los psicópatas de viña” ocurridos durante la década del 80.

Lo que en otras manos quizás se habría transformado en apenas un reportaje (con el habitual talking head testimonial e  insert probatorio), aquí el creativo uso del material hace brillar sus recursos. Es el caso, por ejemplo, del material de prensa y los archivos televisivos y radiales usados para construir el relato, y la voz –over del narrador central que le otorga al filme cierto aire impostado de un falso periodismo que entronca con la cita directa de la crónica roja,  el precario imaginario televisivo, radial, periodístico durante esos años y el clima opresivo de la dictadura, reglado bajo pautas de una elite decadente.

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En el caso de los testimonios y los sujetos entrevistados – entre ellos familiares de las víctimas, periodistas, policías y médicos forenses-  Díaz capta por un lado la puesta en escena “teatral” de los casos policiales,  como la misma idea de una “galería” de testigos, configurando así un bloque de voces testimoniales que son válidos por el habla y el discurso que otorgan como por el lugar que poseen en la “trama” (el periodista, el detective) recogiendo así cierto registro “técnico” de los peritos que se suma a la impostación del narrador central.  Díaz recoge el carácter “ficcional”, podríamos decir, “performativo” de la expertiz, teatralizando sus discursos de forma diversa (por ejemplo, en la discusión “perita” entre el psiquiatra y el detective los cuales utiliza como contrapunto dirigiéndose con cierto guiño al espectador). Todo esto da cuenta de cierto juego del documental  con el hecho de que es la propia enunciación la que construye el sentido y el verosímil, un fulgor que por vía de la mueca hace brillar gélidamente sus zonas de verdad.

Un tercer nivel, igual de notable, avanza en esta “ficción documental” que enfatiza esta teatralización, la construcción de escenas ficcionales con actores, las cuales recrean los casos, así también, lo que podríamos llamar “el imaginario evocado” por los thriller de asesinos seriales y la relación que poseen los crímenes con este género. El juego aquí pasa menos por la “acción” que por la cuestión del clima y el espacio en que se mueven o se habrían movido estos personajes, utilizando de forma ajustada las locaciones originales- los barrios residenciales de Viña, los caminos en las afueras, los estacionamientos-  sumado al tratamiento de la imagen- en cine- que le otorga a la imagen una materialidad añeja, rancia, casi vencida.

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Estos tres niveles- la cita e impostación, la teatralización y la ficcionalización- se conjugan en un montaje que va superponiendo los fragmentos como un puzzle, jugando y construyendo en distintos niveles reflexiones que se deslizan desde un inicio: el clima opresivo del período, la materialidad y espesor del archivo como mediaciones, cierta teatralización social de las instituciones y la jerga técnica de los peritos (sean narradores, sean expertos o técnicos), en definitiva: el imaginario social abordado desde una estrategia utilizada con inteligencia  cuyo acercamiento es siempre en espiral y desde  afuera hacia adentro (una estructura espiralada). Su artificialidad, en definitiva, registra desde una mueca o una distancia, la ficción de lo social desde una operación de vaciamiento, desde cierta distancia ajena que brilla en la ruina de un kitsch cultural que es tanto la fuerza desde donde asoma su fuerza expresiva como el lugar de una nada obscura desde donde podemos oír una carcajada ebria.

Por: Iván Pinto Veas