El viaje: Música y memoria

Grabar a los y las artistas en su cotidianeidad, llevarlos a lugares importantes y significativos, o simplemente intentar entender el porqué de su arte. Sentimiento que, considerando la posición política que han expresado los personajes durante sus carreras, guarda completo sentido. De esta forma, El viaje funciona más como un artefacto para conocer a los cultores musicales del país que como dispositivo de entretención pura y dura.

¿Cómo un músico alemán, hijo de exiliados políticos tras el golpe de estado de 1973, podría conocer el país que lo vio nacer y entender ese espacio y su gente? Esta es la premisa que el documental chileno-alemán narra: el recorrido que Rodrigo González, miembro de la banda de punk rock alemana, Die Ärzte, hace a Chile tras marcharse cuando tenía sólo seis años.

¿Para qué viajar? Se pregunta González al iniciar la travesía. ¿Qué va a descubrir yendo a Valparaíso, su ciudad natal? ¿Cómo entender un país en tan sólo un viaje? Y ahí es donde entran las dos claves del film dirigido por Nahuel López: la música y la memoria, ambas llevando de la mano a la narración y al lenguaje cinematográfico utilizado.

El inicio del viaje no podía ser con otra canción más que con La Partida de Víctor Jara, puesto que La Nueva Canción Chilena fue uno de los mayores vínculos que nuestro protagonista tuvo con esta parte del mundo. Música que también guiará a González a través de Chile de la mano de Aldo “El Macha” Asenjo, cantante de Chico Trujillo y El Bloque Depresivo, así como de Camila Moreno, Chinoy, y varios músicos populares, en un relato que culmina con la grabación de una canción por cada artista con el que el protagonista interactúa.

Famoso por su desprecio hacia lo institucionalizado, El Macha aparece como uno de los ejes del largometraje, quien expele más carisma que el propio protagonista. Desde un principio González se muestra incómodo frente a la cámara, como si fuera (y por cierto que lo es) un artefacto ajeno a su mundo, lo que se refleja especialmente en sus primeros encuentros y la forma en que los diálogos y preguntas se desarrollaban. Sin embargo, mientras más identificado se siente con el músico y la música, más natural se siente su actuar.

Y esto importa en demasía porque desde el primer momento se siente una genuina intención por mostrar la realidad tal como es. No sin una ideología, la que queda clara desde el primer momento, pero sí con un intento por intervenir poco, más allá de la conversa entre González y los músicos. Pareciera como si fuera un manifiesto al cual intentan apegarse lo más posible. Grabar a los y las artistas en su cotidianeidad, llevarlos a lugares importantes y significativos, o simplemente intentar entender el porqué de su arte. Sentimiento que, considerando la posición política que han expresado los personajes durante sus carreras (como la nula aparición de entrevistas de El Macha en la prensa tradicional), guarda completo sentido. 

De esta forma, El viaje funciona más como un artefacto para conocer a los cultores musicales del país que como dispositivo de entretención pura y dura. Espero que esto no se malinterprete, pues para mí, el film de López se convirtió en un imprescindible instantáneamente, y es probable que también lo sea para cualquiera que le interese la estrecha e histórica relación entre música, la memoria cultural y lo popular.

Este interés por mostrar de forma diáfana muchas veces se logra -dentro de la imposibilidad teórica que significa el intervenir un espacio con una cámara y el efecto que esta produce en las personas-, especialmente cuando la música ocurre. Escenas como cuando seguimos a JM son realmente joyas del campo de la música popular chilena, o cuando vemos al Macha con unos lentes que en cualquier persona se ven extremadamente ridículos, pero en Aldo Asenjo se sienten reales. Misma sensación da cuando vemos a González reírse por tocar punk en una batería completamente destrozada, con los platillos rotos y esa emoción genuina de quien está disfrutando su pasión. Pero tampoco se puede dejar de lado el prácticamente nulo interés por desarrollar un trabajo de fotografía, siendo este un punto especialmente bajo del film. Todo está abocado hacia la historia, el montaje y la memoria.

Y este último punto es el que termina por hilar la narración. Cada artista está marcado por esta idea, lo que vemos en el propio Rodrigo González de forma obvia. Quiere reconstruir la historia de su pasado a través de la música que siempre escuchó gracias a las fondas que sus padres organizaban en Alemania. Pero también se observa en Camila Moreno y la eterna (y a mi gusto, equivocadísima) comparación con Violeta Parra; en el pasado, la política y el punk de Chinoy; en la tradición popular musical del puerto de Valparaíso y JM; en los músicos que desaparecieron de la memoria institucional como Eduardo Yañez; y por cierto en el trabajo de Eduardo Carrasco con Quilapayún y el rescate del bolero y la cumbia latinoamericana de Chico Trujillo, El Bloque Depresivo y Aldo Asenjo.

Todas tienen lo suyo. Altos y bajos que López retrata muy bien con la elección de los diálogos de esta suerte de entrevistas que González realiza. Lo cuico del barrio de Moreno y la construcción de la memoria histórica desde ese espacio, la memoria culta/siútica/internacional que Carrasco representa, la simbiótica relación entre JM, el trabajo en la feria y el bolero porteño, y por cierto la dicotomía que existe en la popularidad -fama- de El Macha y su rol en la música popular -literalmente rescatada del olvido comercial-.

“¿Aprendí algo vital y necesario?” se pregunta el protagonista al terminar el documental. “Tal vez, o tal vez no”. Pregunta y respuesta que todos nos hemos hecho al enfrentarnos a una nueva canción, a otra película, a cada nueva experiencia. Y El viaje definitivamente lo hace al convertirse en una magnífica carta de entrada de lo que la música ha significado, significa y significará para este país llamado Chile.

 

Título original: El viaje. Dirección: Nahuel López. Producción: Nahuel López, Oliver Keidel. Fotografía: Florian Kirchler. Sonido: Cristian Larrea, Miguel Murrieta. Montaje: Oliver Keidel. Producción: Antonia Traulsen. País: Chile, Alemania. Año: 2016. Duración: 93 min. Distribución: Miradoc.