El viaje espacial (2): El universo en el otro

El nombre mismo de la película puede interpretarse de dos formas distintas. La primera, y más evidente, corresponde a los paraderos como hitos en la comunicación de dos lugares distintos, son puntos de partida o de llegada y, bajo estos, hay una inevitable interacción entre desconocidos. Un “viaje espacial” es, por antonomasia, desplazamiento, a la vez que la reminiscencia cósmica del nombre nos abre a la posibilidad de enfrentar ese universo, en gran parte misterioso, que es el Otro. La segunda interpretación está relacionada con la inmigración y el racismo a las que el filme hace referencia.

“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”.

- Italo Calvino

Como dice la cita de Calvino, las ciudades son muchas cosas, pero también son lugares para el trueque de aquellas cosas. De ahí, lo que cabría preguntarse respecto a este trueque es, precisamente, ¿dónde hay un espacio para intercambiar algo que no sean mercancías, sino más bien las palabras, deseos y recuerdos de las que nos habla el autor italiano? Es decir, ¿en qué lugar hay una sociabilización involuntaria, no dominada por relaciones mercantiles ni algoritmos, como ocurre en internet y las redes sociales? En concreto, los paraderos de micro parecen ser una buena respuesta para ambas preguntas.

Pese a ser necesarios para la comunicación en la ciudad, los paraderos oscurecen un poco su existencia con el paso del tiempo, ya que son asimilados u obviados luego del uso rutinario. Un uso que es repetitivo, diario si es que no. No obstante, y esto lo deja desde un principio en claro El viaje espacial, los paraderos cambian conforme cambia también el paisaje en el que se erigen. Desde luego no es solamente una cuestión espacial, de distribución a lo largo del territorio chileno, es a la vez un cambio arquitectónico, de colores, de la materialidad misma con que está construido el paradero y que manifiesta una identidad territorial.

Centrándose en una multiplicidad de paraderos, la película está grabada, en gran parte, en planos fijos, cuya composición simétrica los centra en la imagen. Es claro que pese a indagar en distintas temáticas, la narrativa, estructurada a partir del montaje, opta por decantar en el racismo como tema central de reflexión.

Ahora bien, previo a esta decantación temática se hace una especie de paneo por distintos temas, situaciones o conversaciones que se pueden observar en los distintos paraderos. Por ejemplo, conversaciones sobre las relaciones de pareja, el audio de una persona aparentemente atrasada pero que sigue recostada en el paradero pese a comunicar que ya está en camino, una conversación entre un caballero y una turista, una conversación sobre la homosexualidad y diversas tomas de paraderos solitarios.

El nombre mismo de la película dirigida por Carlos Araya puede interpretarse, a simple vista, de dos formas distintas. La primera, y más evidente, corresponde a los paraderos como hitos en la comunicación de dos lugares distintos, son puntos de partida o de llegada y, bajo estos, hay una inevitable interacción entre desconocidos. Un “viaje espacial” es, por antonomasia, desplazamiento, a la vez que la reminiscencia cósmica del nombre nos abre a la posibilidad de enfrentar ese universo, en gran parte misterioso, que es el Otro.

La segunda interpretación está relacionada con la inmigración y el racismo a las que el filme hace referencia. Lentamente se van evidenciando situaciones de discriminación racial, especialmente contra los haitianos que llegaron en gran número a Chile. Y es que, justamente para ellos, venir a este país significó un viaje espacial radical, que involucró no solo un desplazamiento territorial considerable sino que también la confrontación con una sociedad desconocida, de idioma desconocido y no habituada a convivir con gente negra.

El viaje de la inmigración es radical porque adonde se arriba no solo la cultura es diferente, de igual forma lo es el régimen jurídico y el orden social simbólico. Encima, muchos haitianos vinieron a Chile para experimentar la tragedia. El abuso laboral y la violencia estructural alcanzan el cenit en la película con el caso de Joan Florvril, una joven madre que, ante una incomprensión extrema por parte del Estado chileno, fallece acusada injustamente del abandono de su hija de dos meses.

El racismo tiene dos dimensiones según la película. Una dimensión estructural que actúa desde el Estado, como un este invisible, una estructura inaccesible que funciona fantasmagóricamente y se deja ver únicamente por medio de carabineros. La segunda dimensión es más cotidiana y está en disputa. Esta última se muestra en las conversaciones que se dan bajo los paraderos, que se alzan como testigos de todos los dramas de la ciudad.

Aunque la película tiene temas interesantes a reflexionar, los paraderos y lo que ocurre en ellos podrían -¿por qué no?- funcionar también como una exposición fuera del cine y montarse en otro espacio. De todas formas, la película nos deja una extraña sensación de estar a medio camino. Por una parte, lo cotidiano de los paraderos y lo contemporáneo del racismo y, por otra, la cuestión de si las imágenes que vemos, grabadas antes del estallido social y la pandemia mundial, podrán volver a ser cotidianas en el futuro próximo, o son ya una ventana hacia un mundo desvanecido.

 

Título original: El viaje espacial. Dirección: Carlos Araya Díaz.  Guión: Carlos Araya Díaz, María Paz González. Fotografía: Adolfo Mesías. Casa productora: María una vez. Producción: María Paz González. Montaje: Carlos Araya Díaz, María Paz González. Sonido: José Manuel Gatica.  País: Chile. Año: 2019. Duración: 62 minutos.