El pacto de Adriana (2): Pender de un hilo

La paradoja del viaje en el tiempo es bien conocida: el viajero en el tiempo vuelve al pasado a cambiar algo, pero al cambiarlo cambia también en el futuro el motivo de su viaje por lo que su viaje en el tiempo no se produciría y así al infinito. El pacto de Adriana, recordándonos otros filmes que operan por la investigación de memorias no-sabidas en las que sus creadores están implicados (El edificio de los chilenos de Macarena Aguiló o  Stories We Tell de Sarah Polley, entre otros), juega con esta paradoja  al presentarnos un documental sobre el descarnado campo de la relación que podemos mantener hacia una persona que participó de violaciones a los Derechos Humanos y que sin embargo está imposibilitada, subjetiva y grupalmente, de reconocerlas. Se trata de un filme que pende de un hilo: el hilo de una relación familiar que hace posible la película pero que, a su vez, es puesto en riesgo por el proceso de investigación del documental. Como en los viajes en el tiempo, Lissette Orozco debe decidir con qué versión de la historia se queda. Allí El pacto de Adriana se muestra como una película sobre la honestidad y su valor se jugaría en el modo en que logra poner al espectador de cara a los mecanismos con que esa honestidad es precarizada en condiciones totalitarias que aún interpelan nuestra actualidad.

Lissette Orozco, nuestra protagonista y directora, tenía una tía que era la alegría de la familia. La que no se callaba nada y siempre decía la verdad. Su tía, Adriana Rivas, estaba en Australia y cada vez que venía a Chile toda la familia la iba a buscar al aeropuerto. Hasta que un día su tía se bajó del avión y fue tomada detenida: se la vinculaba al “Caso Calle Conferencia” que supuso el asesinato y la desaparición de los líderes del Partido Comunista en la clandestinidad de la Dictadura Militar, durante los años 1976 y 1977. Su tía había sido la secretaria de la DINA, se había codeado con importantes miembros de la Dictadura (porque era “bonita” y “bien hablada”) y se la acusaba de haber participado en secuestros, torturas y asesinatos como parte de la Brigada Lautaro en calidad de agente femenina. Todo esto tomó a Lissete por sorpresa, impactada por una historia que jamás había oído y de la que su familia no hablaba. Un “instinto” la hace tomar su cámara e iniciar el filme, investigando a su vez esta cara oculta de la vida de su tía y de su familia. Su tía, aprovechando un arresto domiciliario, se fuga a Australia, desde donde seguirá en contacto con Lissette, colaborando con su película en la esperanza de que ésta cuente “su” verdad a medida que su sobrina progresivamente reconstruye el lugar de Adriana en los crímenes por los que aún no ha pagado.

La honestidad igualmente atraviesa El pacto de Adriana a nivel de su cualidad fílmica. Cada oportunidad que se le abre a la investigación de Lissete es aprovechada con las herramientas que estuvieron disponibles, ofreciendo un ajuste entre los materiales y los momentos. Nos encontraremos con entrevistas a su tía y a su familia, finamente encuadradas cuando era posible, mezcladas con fotografías como material de archivo, que pasaran de ser meramente ilustrativas a cifrar las pistas de la investigación y las esperanzas desesperadas de su tía. Pero aún más importantes serán los elementos más precarios: conversaciones con su tía desde Australia en un precario Skype; los precarios encuadres de sus conversaciones con su madre, en las que la directora parece estar conversando con ella misma; las precarias palabras de la abuela; y finalmente las precarias llamadas por celular con las cuidadosas y olvidadizas “amigas” de Adriana. El documental avanza en su relato metaforizando a nivel fílmico la progresiva precarización de una relación familiar por el desmoronamiento de una verdad, o mejor dicho, de la creencia en esa verdad. Por esta misma razón las entrevistas a “expertos” (una abogada de DDHH, el periodista Javier Rebolledo), si bien ocupan un lugar importante para ir moviendo la posición subjetiva de la directora y para comprender la actitud estratégica de Adriana, producen una salida de tono que puede estar justificada como respiro narrativo, pero al costo de desinflar una atmósfera densa que podría haber sido profundizada.

Si digo que El pacto de Adriana se trata de la honestidad es porque es una película que habla de familias y secretos, más aún, de lealtades, traiciones y de la tensión ética que pesa sobre la sociedad chilena cuando en sus rincones más insospechados aún alberga criminales y colaboradores de la Dictadura. La virtud principal de la película pasa por el abordaje cotidiano de estos problemas. Por una parte, Adriana despliega y complejiza la ya conocida “banalidad del mal” (El mocito de Marcela Said y Jean de Certeau o La flaca Alejandra de Carmen Castillo y Guy Girard, son quizás dos ejemplos documentales recientes), a través de sus vueltas y estrategias argumentales, su relación con sus cómplices y el desmoronamiento “actoral” que performa ante nuestros ojos cuando el cerco judicial se va estrechando sobre su fuga. No se trata de creerle o no creerle a Adriana, sino de comprender que su posición criminal está enganchada a una desmentida institucional, a una lealtad que es tan frágil como la memoria de las compañeras que podrían “darle una mano” frente a la justicia, sacarla del aprieto. Adriana obedeció y gozó de las ordenes, observando cuidadosamente el olvido acordado con la DINA; pero su obediencia no es simplemente ciega ni idiota, se encuentra complejizada por las estrategias de amenazas y silencios que intenta desplegar usando a su sobrina como medio.

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Por otra parte, el documental nos hace presente el problema de la transmisión de la memoria en las familias de violadores a los derechos humanos, el modo en que los pactos (denegatorios) de instituciones que fueron creadas para emprendimientos criminales necesariamente tienen efectos sobre las familias de las y los individuos implicados en estos silencios que siguen haciendo daño. Más aún, ese silencio, como ya lo han dicho muchos psicoanalistas, se vuelve un innombrable traumático que otra generación tendrá que venir a asumir en sus propias palabras. Allí radica el mensaje y el triunfo de El pacto de Adriana: la viajera en el tiempo le hace frente a los costos de su honestidad y a la imposibilidad de mantener su historia al margen de la Historia.

 

Nota comentarista: 7/10

Título Original: El pacto de Adriana. Director: Lissette Orozco. Guión: Lissette Orozco. Fotografía: Julio Zúñiga, Daniela Ibaceta, Brian Martínez. Montaje: Melisa Miranda. Sonido: María Ignacia Williamson. Música: Santiago Farah. Productores: Gabriela Sandoval, Carlos Nuñez. País: Chile. Año: 2017. Duración: 93 min.