El Cristo ciego (5): El milagro que no ocurre

El Cristo ciego cuenta la historia de Rafael, un joven que, convencido de ser capaz de vehiculizar el poder milagroso de Dios, inicia una peregrinación por el desierto del norte chileno al enterarse de que su amigo, Mauricio Pinto, se encuentra mal de salud. Lo va a curar con un milagro. Su viaje nos permitirá conocer las historias de personajes que logran encontrar en Rafael un lugar para depositar su propia fe, así como la historia del propio Rafael, a medida que progresivamente su deseo de profeta se vuelve real.

Voy a partir con un spoiler: en El Cristo ciego el milagro no ocurre. Habiendo atravesado el desierto a pies descalzo, Rafael (Michael Silva), el niño que al inicio de la película y buscando a Dios, era clavado a un tamarugal con ayuda de su amigo Mauricio Pinto, no logra salvar la pierna infectada de este amigo, ahora adulto, mediante el poder milagroso que Rafael le confiere a su imposición de manos. El amigo le dice: “me basta con que estís acá”. A Rafael no le basta y se va a tomar a una boite, como reencontrándose con el padre que dejó para empezar el viaje (“está bueno pa’ tomar” le dijo a Mauricio), y cuando ya queda tirado en la calle el cuidador de una iglesia abandonada se lo lleva. Le dice que le va a poner un colchón en el piso para que duerma y después le cuenta una historia. Esto es crucial, ya que es la primera vez que al protagonista le cuentan una historia y no al revés. Es una historia que le contó el cura que nunca volvió a esa iglesia y se resume en que el primer milagro de Jesús habría sido poner a dormir a una niña enferma. Luego el cuidador hace sonar una campana para decir la moraleja que se trataba de que Dios se hizo desaparecer para que Jesús ocupara su lugar, quien se hizo desaparecer a su vez para que nosotros ocupáramos su lugar. Rafael quiere explicaciones y persigue al cuidador a la torre de la iglesia. Ahí, desde las alturas, ve el desierto convertido en mar.

En El Cristo ciego las historias que se cuentan, que Rafael cuenta, forman una parte fundamental, como ya destacó Sebastián Galleguillos. Se puede decir que la historia no avanza si no existen esos relatos, a veces simples cosas contadas, a veces mini-fabulas, a los que el protagonista recurre cada vez que necesita reafirmarse en su lugar. A medida que veía la película una larga tradición de relatos dentro de relatos se me venía  la cabeza y, con el recuerdo feliz de esas experiencias, me quedé esperando un clímax cinematográfico que nunca llegó.

A pesar de eso, no podemos decir que El Cristo ciego sea una mala película. Al contrario, la fotografía de Inti Briones es monumental y sin duda constituye un notable rescate visual de la textura del desierto, junto a los collages interiores de nuestros pueblos empobrecidos y asediados por la gran minería. Por su parte la actuación de los personajes secundarios, dejando entre paréntesis el cuestionamiento que Sebastián González dirige al facilismo de dejar la representación de esas comunidades a sí mismas, tiene un frescor invaluable ofreciendo palabras vivas que, cuando no son forzadas por el guión, alcanzan una honestidad provocadora, un ominoso sismo entre ficción y documental.

Entonces, ¿qué le pesa a El Cristo ciego para impedir su despegue a la grandeza fílmica? Creo que la respuesta está en las pequeñas parábolas que marcan la película. Si hacemos el ejercicio de pensar la película sin esas historias que nos cuenta Rafael, el filme se disloca, dejamos de entender la progresión del relato. Pero de nuevo: si vemos el filme con las historias, la concatenación tampoco es fuerte. ¿Qué hay, por ejemplo, en la historia del sicario que se pega un balazo para encontrar el amor, que hace que el viejo que está increpando a Rafael por bautizar a los niños se dé por vencido? No queda claro, y aun siendo innecesario que sea claro, no logra convencerme. Ahí encuentro mi decepción de El Cristo ciego. Porque precisamente las historias que se ponen en boca de los personas deben -a mi gusto y para no ser simples rellenos al buen estilo de un episodio de refritos- joder al espectador, impactar el mundo de aquel que cuenta el relato, jugar con su credibilidad, abrirle fisuras a la historia troncal. Eso nos llega en la escena con la que partí este texto, pero ya es muy tarde, y su entrega tiene un lugar un poco esperable en lo que se venía contando.

Ahora, el problema es que la potencialidad para dislocar este viaje del héroe (como ha destacado Marcelo Morales) está ahí omnipresente: en la potencia de los personajes menores que traen constantemente microreferencias que podrían haber hecho que la peregrinación a la casa de Mauricio Pinto se bifurcara a cualquier parte; en la potencia de las ruinas y el desierto que por sí mismos ofrecen el sostén para otro relato; en la ausencia de una mayor complejidad para la voz minera, la opulencia minera y la destrucción minera, que aparece simplemente como un clisé justiciero, una gran omisión de los poderes que organizan la vida de los habitantes de esos pueblos, con el riesgo de provocar su fetichización. Entonces, lo que  falla con El Cristo ciego es cierto proteccionismo del héroe, que a la vez es un proteccionismo de la forma conocida de hacer historias. Sin dudas me hubiera gustado que las parábolas no fueran simplemente la reafirmación de un personaje, sino mejor aún, caminos por donde la historia también podía discurrir. Porque sin dudas y como dice una Señora, “un milagro no se ve todos los días”, pero ¿se trataba simplemente de ver o no ver un milagro? Y si el milagro es ver cómo el viaje transforma al protagonista, ¿no venimos viendo eso desde siempre? Hay que detenerse sin embargo, no es nuestra tarea imaginar las películas que El Cristo ciego no fue.

César Castillo

Nota comentarista: 6/10

Título Original: El Cristo Ciego. Dirección: Christopher Murray. Guión: Christopher Murray. Fotografía: Inti Briones. Montaje: Andrea Chignoli. Música: Alexander Zekke. Reparto: Michael Silva, Bastián Inostroza, Ana María Henríquez, Mauricio Pinto, Pedro Godoy. País: Chile. Año: 2016. Duración: 85 min.