En Mank no hay interés por simular una historia de la vida real, porque, en su forma de filmar, nos recuerda que todo está supeditado al montaje, al ritmo, al guion. Por eso, la presencia del director es evidente, como si de alguna manera hubiese entendido que no hay posibilidades de escapar de la supremacía de esa artimaña.
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